25/10/14

Para qué poetas en tiempos de penurias 1

Queridos,
Hoy empiezo esta sección porque quizás sea la palabra poética -y la solidaridad radical que estamos viviendo- lo único a lo que puedo asirme en estos días de oscuridad y muerte. ¿Me acompañan?

"Soliloquios"
Esther Seligson 
 (25 de octubre de 1941 – 8 de febrero de 2010)

If only one’s whole life
Could consist in certain moments...
Anne Carson, The Beauty of the Husband

Y cada cual con sus recuerdos, su dolor, sus cicatrices, cada cual con sus muertos al hombro, los miedos, el niño que fue, su hambre, sus pesadillas colgadas al filo de un amanecer sin luz, cada cual tan soledad tan con nadie tan silencioso, escindido


Dime de qué colores fue el amor, el amor que fue que sería que estuvo siendo, di en qué puño cupo, con qué dedo lo tocamos, qué sílaba encerró su embrujo y cómo, acedo, de buenas a primeras reventó ampolla, fagocitó, cómo empezó a arder haces de leña

Un recuerdo mellado podrece en cualquiera de los abismos donde se abisma la memoria, y más lejos sólo el vacío, ningún corazón se renueva en sus cimientos roído, expuesto, cualquier tiempo es tiempo prescrito, y aunque no fuese sincera tal vez debí pedir perdón

Más artero aún el olvido cava trincheras donde envidioso en la memoria hubo hecho su labor de zapa, no obstante hay ecos que persisten, deseos sin extinguir las voces de su anhelo, anhelo sin propósito, vaga reminiscencia como borde de una herida, ráfaga, imprevista

Y cada uno en el día a día aguarda grave, inquieto, mustio, suspicaz, turbado, ni sabe qué a veces, tantas veces, cuántas dime arrinconamos para mañana la ocasión, el oráculo en desuso, el fuego extinto, la inercia a flor de piel, piel ahíta tejiéndose fugacidad aturullada
«No encontrarás nuevos países / no descubrirás nuevos mares... / Dondequiera que vayas, arribarás a la misma ciudad», se repetía a sí mismo Cavafis acosado por las nimiedades, las despreciables rutinas, triste poeta autoexiliado —como Pessoa y tantos otros— en el destierro de su propia alma; así muchos somos del desasosiego los turbios hijos sin causa, sin razón o lógica: dolientes, nada más

Yo regresé a Ítaca por mi voluntad aunque ahí nadie hubiese llorado mi ausencia, volví por puro cansancio de tejerme esperas, inventarme islas y sirenas, volví para no perderme en recuerdos —los propios y los ajenos— y andar náufrago recogiendo escombro de un barco no abordado

Si me preguntan diré que da lo mismo, y no por amargura huraña o por estar a la vuelta de todas las cosas, simplemente se trata de cansancio, de haberse extenuado el ímpetu, extraviado el coraje; no vine aquí para reencuentros, relecturas, algún debe o haber, saldo, pérdida

Toda locura es relativa y pude permanecer en cualquier parte como si fuese finalmente Ítaca. Hay imágenes que atraviesan los años y por sí mismas se evocan, frescas, vivas, sacras: un atardecer soleado, una mañana de olorosa lluvia; las sombras del amor, los sueños, dondequiera se proyectan y a cualquier hora, sólo la infancia tiene un lugar preciso, un intacto sabor irreductible

Nada ni nadie promete eternidad que por fortuna no existe. Bendito el tiempo y su deterioro, lo que caduca, lo que se olvida, arcilla vil diría el poeta; no se trata sin embargo de pasar inadvertido: de pronto no quiero oír, no quiero saber, prefiero no estar; de pronto da lo mismo, salvo por el cansancio, la opacidad de la Luz, y la boca del estómago

Difícil dar con la palabra justa, escrupulosa, veraz, a fuerza de tanto velo, máscara, sudario, atrofia, ruido, ruido sin tregua, cascarón impropio, demasiadas palabras, y aunque de poco valga protestar me indigno color de uva prieta, me resisto a cambiar de tema, a suavizar mi enojo, a reconciliar mi duelo

Hambre de Luz, sed de ya no-ser, de quebrar el manto de realidad que me asfixia amorfo cristal opaco; maduraron los preparativos de viaje, el desapego radiante centro de nada, ninguna propiedad en mano pues dueños de qué en un mundo de miseria —vivir devasta—, inhóspito paraje

Una miga de pan, un soplo de viento, larga es ya mi porción como una peladura de naranja espiralada pendiente de no sé qué espacio intermedio, una urgencia de partir la habita, un ritmo quebradizo ajeno a la paciencia de estar, una indescifrable desolación antigua huésped perenne de raíces rotas, un árbol que se lleva a cuestas y es morada y es errancia

Se ha consumido mi tiempo a medio camino entre una nada barrida por el viento y una pátina de tristeza —se diría al rojo vivo— que me recubre pétrea con finos trazos de lodo y humo. Cultivé lo transitorio, el asombro, la escritura a mano, leer y releer vigilia insomne, macetas en cada rincón posible, añoranzas de un edén inexistente

Entre la distancia y la lejanía el desencanto como refugio, la intemperie navío, soliloquio metáfora de un universo quebrado, fugitivo que sigue su cauce sin atar cabos; travesía incierta la realidad diluye sus texturas, deshila el cañamazo que une las horas, nada hay nuevo bajo el sol... La soledad no pregunta, es su propia respuesta...

16/10/14

¿Por qué SÍ iré a la Feria Internacional del Libro de Acapulco?

Frente a la violencia brutal que está viviendo el Estado de Guerrero, y especialmente después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, dije públicamente que me parecía que si el gobernador no presentaba su renuncia, la Feria debía suspenderse. Sigo pensando que hubiera sido una decisión política y éticamente digna. Sin embargo, la Feria no se suspendió y el gobernador parece no tener la menor intención de renunciar.
¿Qué hacer frente a esto? ¿Cancelar mi participación como modo de expresar repudio ante el horror, o expresarlo allí mismo, en la FILA, acercándome a los guerrerenses? Considero que las dos posturas son igualmente válidas y comprometidas. Las dos buscan condenar la violencia, condenar las desapariciones, condenar las brutales violaciones a los derechos humanos. Porque de lo que no tengo dudas es de que hay que repudiar y condenar los crímenes que están ensangrentando gran parte de nuestro país. 
Lo que no se vale es permanecer indiferentes, lo que no se vale es pensar que los libros no tienen que ver con esta dolorosa realidad, lo que no se vale es guardar silencio.

Finalmente he decidido sí ir a la Feria, y quisiera explicar por qué:
-      * Porque sé que el arte y la cultura permiten generar espacios de reflexión y diálogo imprescindibles ante situaciones de horror.
-        * Porque sé que quienes están en Guerrero y quienes estamos fuera, todos juntos, tenemos más fuerza para exigir justicia que si nos quedamos separados.
-         * Porque no creo que ir signifique ser cómplice del gobierno.
-         * Porque nuestras palabras hoy son palabras lastimadas, palabras dolidas, palabras “calcinadas”, como las llamaba Paul Celan, pero son también palabras vivas y buscan hablar por quienes no están.
-       * Porque tenemos memoria y sabemos que esa memoria tiene que ser combativa e incómoda, tiene que mostrarles a los culpables que no nos callamos, que no nos resignamos, que no miramos para otro lado.
-      * Porque la palabra poética es espacio de resistencia, por eso –siguiendo a Hölderlin- los poetas son más necesarios que nunca “en tiempos de penurias”.
-         *Y finalmente, porque los desaparecidos nos faltan a todos, siempre. Y hoy esos desaparecidos tienen los rostros, los nombres, los sueños, las esperanzas y los deseos de 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Y estar allí es también un modo de hacer que vuelvan a estar con nosotros.
-      * Por eso iré a hablar de mis temas de siempre: la memoria, la violencia, la búsqueda de justicia, la pasión por la literatura, la belleza que encierran las palabras, allí donde las heridas del horror están aún frescas. 
-         * Por eso y porque sólo tengo palabras para cobijar con ellas el llanto de las madres y de los padres, la indignación de los jóvenes, el desconcierto, la furia, el miedo. 
     Sólo tengo palabras para escuchar, para aprender, para luchar. 
     Por los que están y por los que no están.

     CON VIDA LOS LLEVARON, CON VIDA LOS QUEREMOS

7/10/14

La historia de Alfredo

La mayor parte de ustedes no sabe quién es Alfredo. No tendrían por qué saberlo, claro. No ha publicado ningún libro. No sale en televisión. No escribe en los medios. Tampoco es un delincuente famoso ni un funcionario público. 

Pero créanme si les digo que se pierden de mucho por no conocerlo. De muchísimo. Se pierden de recordar que en este país hay gente maravillosa que se juega la vida todos los días por lo que cree y piensa. Sin aspavientos. Se pierden de disfrutar su sonrisa un poco pícara, un mucho tímida, cuando nos da los buenos días en chol al llegar a la oficina. Se pierden de aprender que hay choles en nuestro país (¿lo sabían?), y que están tan desprotegidos, amolados y explotados como casi todos los indígenas de México (¿dije “casi”?). Se pierden de recordar que las desigualdades de este país son lacerantes. Vale la pena tenerlo presente cada día. Estoy cierta de que nos hace mejores personas. Más solidarias. Más generosas. Se pierden de escuchar su voz suave contando historias de su pueblo - Nuevo Limar, Chiapas - y de descubrir que se le enciende la mirada cuando habla de la selva, del huerto, de su familia, de los caballos, del silencio. Se pierden de descubrir que en esa mirada hay chispas cuando habla de sus niños: de sus alumnitos en alguna primaria rural, de sus cómplices en la Sala de Lectura “Mitocondrias”. 

Sí. Se pierden de mucho por no conocer a Alfredo.

Sé que habérmelo cruzado hace un par de años es uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida.

Socorro Venegas me había invitado a ser jurado del premio México Lee en la categoría Testimonio. Como muchos saben, tengo el sí más rápido de estos lares cuando de trabajo se trata. Así que, fiel a mí misma dije que “Sí”, que “Por supuesto”, sin imaginar que iba a descubrir en esos textos oro molido. Y entre todos los artículos que nos dieron a leer, me conmovieron especialmente las páginas que había mandado un joven maestro chiapaneco. Ese joven maestro era Alfredo. Allí cuenta su historia de niño monolingüe que  prefiere jugar futbol en la plaza del pueblo, con una pelota hecha de bolsas de plástico amarradas, que ir a la escuela a escuchar durante horas a una maestra a la que no le entiende nada. ¿Se acuerdan de Balún Canán? Igual pero cuarenta años después. Cuenta su aprendizaje del español a punta de cinturonazos paternos y regaños escolares. Habla del descubrimiento de la música y la literatura gracias a uno de sus profesores de secundaria.

Un día me atreví a pedirle prestado el libro La tregua de Mario Benedetti. No entendí casi nada de las primeras páginas que leí porque la mayoría de los términos que usaba el autor estaban muy alejados de mi conocimiento del español. Empecé a leer el libro una, dos, tres veces, hasta que decidí utilizar un diccionario. Al terminar de leerlo era demasiado tarde: estaba completamente enamorado de Laura Avellaneda.

Luego vinieron Jaime Sabines y Hermann Hesse y Rosario Castellanos y Sergio Pitol y Rius y tantos y tantos más. Alfredo absorbe lo que tiene a su alrededor como una esponja ávida y feliz. “Fui a la Biblioteca Vasconcelos, Sandra - me decía hoy -, y pensé: esto es lo único que de verdad les envidio a quienes viven en esta ciudad, los libros, los libros.”

Como es generoso, Alfredo quiso compartir su amor por la literatura. Por eso fundó la Sala de Lectura “Mitocondrias”. Cada sábado colgaba su cartel invitando a los chicos del pueblo a acercarse. Y cada sábado se quedaba solo con sus libros y con sus ganas. Hasta que al mes llegaron unos hermanitos, y después una niña, y luego dos más... Y ya han cumplido cuatro años de reuniones semanales. Cuando habla de Cheo, de Julio, de Oswaldo, de Elvira, se le llena la sonrisa de felicidad. 

El día de la entrega del premio le pregunté “¿Qué tienes ganas de hacer en la vida, Alfredo?” “Estudiar literatura”, me contestó. “Pues ya - grité - ¡ven al Claustro! No necesitas más que esas ganas que se te notan en las palabras en cuanto las pronuncias.” Y así llego. Con sus historias. Con su timidez. Con su deseo de saber y saber y saber, cada vez más. Con las pupilas que van del deslumbramiento a las saudades por el verde y los potreros y el silencio y sus niños. 

Con su puro estar entre nosotros, Alfredo nos ha enseñado a ser mejores. Le debemos eso. 

Hoy me buscó para decirme que tiene que regresar a ocupar su plaza a Chiapas. Que ya no le renuevan el permiso para terminar la licenciatura. Que a los chicos de primer grado que va a tener en su nueva escuela quizás, con suerte, les lleguen los uniformes y los zapatos que les prometieron. Que me va a escribir en cuanto encuentre un lugar donde conectarse a internet. Que va a regresar algún día a terminar. Que ya aprendió a dormir por las noches a pesar de los ruidos de la ciudad. Que Cheo ya tiene dieciséis años. Que sus compañeros lo están esperando. Que a lo mejor puede organizar un grupo para escribir los libros de historia y geografía en chol. Que tiene tanto todavía por aprender.

Pensé ser el alegre personaje que cree hacer su voluntad, el que vuela libre como un zopilote cerca de las nubes, pero descubrí que no era cierto lo de mi libertad: soy el personaje de algún escritor desquiciado. Aquí me encuentro, cumpliendo con mi personaje en esta trama que hemos acordado nombrar vida. Y pienso que hay mucho por hacer, queda mucho por hacer.

Gracias, querido Alfredo, por ser parte de nuestra vida. Nos vas a hacer falta cada mañana. Ya te estamos extrañando.

21/8/14

Los pibes del ayer o ¡Sandokán al abordaje!


Dicen que un día como hoy, 21 de agosto, pero de 1862, nació Emilio Salgari. Al saberlo yo no puedo dejar de pensar en esta tira de Mafalda, y en mi papá, lector apasionado de Salgari durante la infancia y la adolescencia. Gracias a él, también nosotros fuimos lectores apasionados y felices de "Los tigres de la Malasia" y todas sus secuelas.
En la creación de Quino, el papá de Mafalda, después de querer compartir su entusiasmo con los chicos sintiéndose "el pibe del ayer", terminaba reconociendo con tristeza: "SOY el pibe del ayer".
Hoy, papi, también nosotros somos "los pibes del ayer". ¡Feliz cumpleaños, entrañable Salgari!

20/8/14

¡Lovecraft!


Hoy se cumple un aniversario más del nacimiento de Howard Phillips Lovecraft (Providence, Estados Unidos, 20 de agosto de 1890 – 15 de marzo de 1937).

¡A leer se ha dicho! Aquí una buena selección de sus cuentos:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/lovecraf/hpl.htm

5/8/14

"Lo que yo quería era no morirme sin abrazarlo”



El 8 de noviembre de 2011 la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Embajada Argentina en México creaban, creábamos, la Cátedra Abuelas de Plaza de Mayo. Fue un día de emociones, de abrazos, de lucha y memoria compartidas.
Hoy que el nieto 114 recuperó su identidad y que es nada menos que Guido, el nieto de Estela Carlotto, quiero compartir con ustedes la emoción, la conmoción, las lágrimas que se me atragantan en la garganta.
"Camino disfrutando lo que otras Abuelas abrazan como propio, pensando cuándo me tocará oír un timbre, una voz, la sangre comparada que diga: soy tu nieto Guido". Esto escribió Estela hace unos meses. Ahora le ha tocado escucharlo: "Soy tu nieto Guido".

Y vuelvo a este texto que escribí en 2011, para darle con él un nuevo abrazo a la querida Estela y a todas las Abuelas.


Homenaje a las Abuelas de Plaza de Mayo[1]
Sandra Lorenzano

¿Por dónde empezar a hablar de las Abuelas de Plaza de Mayo? ¿Por la historia de horror que tiñó de sangre a la Argentina? ¿Por los 30 mil desaparecidos? ¿Por las torturas? ¿Por las familias destruidas? ¿Por el duelo que parece no terminar nunca? ¿Por los más de 500 bebés nacidos en cautiverio y cuyo derecho a la identidad les fue arrebatado al igual que el amor de sus padres? Ésa es una parte, sin duda; la del dolor, la de las ausencias, la de las interminables lágrimas. Una parte que no podemos olvidar, una parte que ha marcado la vida y la memoria de toda la sociedad. Una parte cuyas estribaciones aún se sienten cotidianamente, cuyas heridas no han cerrado ni cerrarán (¿cómo podrían?).
Pero hay otra parte: la del amor. Y quizás por ahí debería yo empezar a hablar. Por este grupo de mujeres valientes, fuertes, cuyos rostros y cuya lucha están ya entrañablemente dentro de nuestro ser, de nuestra memoria más íntima. Ellas son un ejemplo de coherencia, de entereza, de honestidad, de pasión, de ética. Hace 34 años que buscan a sus nietos. Cada nieto recuperado es una fiesta. Es como si aparecieran todos.
“Perdimos mucho en el camino”, dice una de las chicas apropiadas que hoy ha recuperado su identidad, gracias al trabajo incansable y amoroso de las Abuelas. “Perdimos mucho en el camino, pero nos sentimos nietos de todas las Abuelas de Plaza de Mayo. ¡Tenemos un montón de abuelas!” Y cada Abuela tiene amor y abrazos para todos esos nietos. Los 105 recuperados, y los 400 que aún faltan. “No tenemos mucho tiempo, sí tenemos mucho amor para ellos”, ha dicho Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Esta mujer que, como ella misma cuenta, entre sonrisas tristes y guiños cómplices, está tan alejada – junto con sus compañeras de sueños; aquí está también hoy Buscarita Roa, gracias queridas Abuelas – está tan alejada, decía, de los estereotipos de las tradicionales abuelas: una viejecita de pelo blanco, recogido en un chongo (“rodete”, en la versión argentina), con lentes que se deslizan por la nariz, sentada en un cómodo sillón, con un nieto en el regazo. Pero para estas Abuelas no hay sillón sino un constante peregrinar por el mundo para encontrar a sus hijos e hijas, y a esos queridos nietos que aún no han podido abrazar. 
Imaginen ustedes todo lo que debieron enfrentar cuando iniciaron su camino: las tildaron de locas, las amenazaron, las ignoraron, las calumniaron… pero ellas siguieron incólumes, con la dignidad que da el dolor más profundo, con la convicción de que la ley de la sangre está más allá de cualquier grupo de asesinos. Fueron no unas viejecitas sentadas sino unas leonas defendiendo a sus cachorros. “Ustedes, Abuelas, son el más claro ejemplo de que una lucha se gana con amor”, dice otro de los nietos recuperados, y en esa frase condensa lo que sentimos todos. El amor para encontrar la verdad, para reclamar que se haga justicia. Jamás para fomentar la venganza. Y una se pregunta muchas veces cómo hicieron, cómo hacen, de dónde sacan esa inmensa sabiduría que las lleva a haber creado nuevos espacios para el desarrollo de la paz, para que las sociedades se construyan no sobre el resentimiento sino sobre el afán de justicia. Ellas abrieron brecha, inauguraron caminos que convierten el duelo y el dolor por la más terrible de las pérdidas, en fuerza de lucha y de solidaridad.
Explica Estela de Carlotto en el prólogo del libro Restitución de niños, “Nada fue fácil. Tuvimos que aprender, crear, recrear, innovar, crecer y, sobre todo, cambiar. Porque nada estaba escrito sobre cómo hacer lo correcto para no dañar aún más a ese precioso vástago, el hijo o hija de nuestros hijos” (…) “Trabajamos por nuestros nietos -hoy hombres y mujeres-, por nuestros bisnietos -que también ven violado su derecho a la identidad-, y por todos los niños de las futuras generaciones, para preservar sus raíces y su historia, pilares fundamentales de toda identidad.”
Con áreas de apoyo psicológico, jurídico y de investigación genética, las Abuelas invitan a acercarse a todos aquellos jóvenes nacidos entre 1975 y 1980 y que tengan dudas sobre su origen. Así, de a poco, muchos han ido recuperando su memoria, la historia de su origen, la calidez de una familia que los estaba esperando.
Gracias a las Abuelas, entre muchas otras cosas, se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos, y se reconoció el Derecho a la Identidad como fundamental en la convención Internacional sobre los Derechos del Niño.
El derecho a la Identidad es el derecho a tener una historia, una memoria; y de ahí, de la memoria más antigua surge, muchas veces, la punta del hilo que llevará a estos niños, hoy jóvenes adultos, a encontrar la salida del laberinto de mentiras en el que han crecido. Dijo alguna vez Estela, “Nuestros nietos que han estado en cautiverio junto a su mamá en la panza, han recibido cantos, cuentos, voces, nombres, todo hacia dentro, porque eran ellos dos solos; mientras viviera el hijo, vivían ellas. Eso es lo que llevan adentro los chicos sin darse cuenta”.
Por eso quiero contarles una de las historias, una de las 105 historias de los nietos que han recuperado su identidad. La historia del nieto 98. Así decía el titular del periódico: “Identifican al nieto 98”. Nada más. Eso fue suficiente para que a quienes leímos la noticia nos iluminara por dentro un sol cálido y amoroso que se alimenta de las palabras y la energía de las Abuelas.
Quizás por eso que los niños llevan dentro, por los cantos y los cuentos, porque hoy es un hombre que aún tararea bajito “Manuelita la tortuga”, o el arrorró o a lo mejor la marcha montonera, Martín pensó que su verdadero origen no podía ser el que le contaba la pareja de militares que lo crió, y se acercó a Abuelas a ver si su ADN coincidía con el de alguno de los desaparecidos.  Así se convirtió en el nieto número 98 que recupera su historia. Martín sabe ahora que es el cuarto hijo de Marcela Molfino y Guillermo Amarilla.
Escuchó el relato de su origen sabiendo que al otro lado de la puerta había una familia que lo esperaba. La respuesta fue casi física: las voces de los hermanos que no conocía le provocaron una conmoción de la que aún no logra salir. Descubrió que tiene el lóbulo de las orejas pegado igual que ellos. Los cuatro juntos se dieron cuenta y se abrazaron riendo. Dicen que inmediatamente Martín pidió una foto de su madre, para conocerla. Le preguntaron a qué se dedicaba y contestó: “A la música. Ahora aprendo a tocar el acordeón a piano”. A todos les corrió un escalofrío por la espalda: era el mismo instrumento que tocaba Marcela. ¿Habrá habido algo de aquel sonido en las melodías que ella tarareaba encerrada en el campo militar?
O las palabras emocionadas de Juan Cabandié quien, habiendo nacido en cautiverio en la ESMA, acompañó a Néstor Kirchner en un día histórico, el 24 de marzo de 2004, el día en que el presidente anunció que las instalaciones de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada serían convertidas en un “Espacio de la Memoria y la defensa y promoción de los Derechos Humanos”. Por primera vez, se abrieron a la sociedad las puertas del predio en que funcionara uno de los mayores campos de tortura y exterminio de la dictadura militar, marcando el inicio de una nueva etapa en la lucha por la memoria y la justicia. Dijo, entonces, Juan Cabandié:
“En este lugar le robaron la vida a mi mamá (…) Luego de muchísimos años, y sin tener elementos fuertes, le puse nombre a lo que buscaba, y dije ‘Soy hijo de desaparecidos’. Encontré la verdad hace dos meses, soy el número 77 de los chicos que aparecieron. (…) Mi madre estuvo en este lugar detenida, seguramente fue torturada y yo nací acá adentro, en este mismo edificio. El plan siniestro de la dictadura no pudo borrar el registro de la memoria que transitaba por mis venas, y fui aceptando la verdad que hoy tengo. (…) En este lugar está la verdad de la sangre.”
Y así, cada uno de los 105 nietos recuperados tiene una historia que contar, un sonido, una sensación, una imagen, a veces sólo un deseo, también recuperado. La verdad de la sangre.
Tengo que confesarles que de todo lo que he hecho en este querido Claustro en los más de diez años que llevo viniendo cotidianamente, nada me ha conmovido y emocionado más que el homenaje que hoy estamos haciendo. Ojalá pueda transmitirles yo esa emoción. Aquí, las tres mujeres que me acompañan en esta mesa lo saben, se juega parte de mi propia historia. Por eso quiero decir que estoy enormemente agradecida a la Embajada Argentina en México, y a nuestra querida Embajadora, Patricia Vaca Narvaja, por habernos dado un verdadero hogar a quienes estamos en esta país generoso al que adoramos, pero que no por eso dejamos de extrañar cada día al otro, al que nos vio nacer. Con mi agradecimiento a Patricia, va mi reconocimiento más profundo al compromiso del gobierno argentino con los derechos humanos. Con Néstor Kirchner, primero, y con Cristina Fernández de Kirchner, hoy, nos encontramos en el momento de mayor compromiso de un gobierno con estos temas. Como pocas veces en nuestra historia, los argentinos podemos estar orgullosos de lo que sucede en nuestro país.
Quisiera agradecer, por supuesto, a la universidad por permitirme seguir soñando en “argenmex”, que es un modo muy peculiar de soñar, y permitirme además que les contagie mis sueños argenmex y los haga – a todos ustedes – cómplices entrañables de ellos.
Pero sobre todo agradezco a estas queridísimas Abuelas que nos han enseñado que los sueños si son de amor, son arma suficiente para alcanzar la verdad y la justicia.
Los años pasan… pero la lucha continúa,
 “Y hay un compromiso con la vida – ha dicho Estela - a no abandonar esta lucha porque en ella va el orgullo por la prole, la integración de la familia, la advertencia de que este despojo no podrá repetirse en ningún lugar del mundo, porque allí se levantarán las mujeres que, como nosotras, se transformarán en leonas para defender al cachorro. Y se sabrá que hay luchas en paz para que nunca más sea posible tal despojo.” Estas palabras fueron parte del discurso que pronunció en la UNESCO, al recibir el Premio al Fomento de la Paz, en septiembre pasado. Y por supuesto, nosotros y muchos más seguimos pidiendo para ellas el Nobel, como tanta gente me lo ha dicho en estos días, al enterarse de la noticia de que estarían en México.
Crear la Cátedra de Derechos Humanos “Abuelas de Plaza de Mayo”, y entregar con ella este reconocimiento, la Presea Sor Juana Inés de la Cruz, es un modo de decirles que nos sumamos a ustedes en esta lucha de paz, la lucha por los 30 mil cuya muerte – como decía Laura, tu hija, querida Estela, no habrá sido en vano -; es un modo de decirles que nos sumamos al grito de nunca más – nunca menos, que también estamos de fiesta cuando se hace justicia y un genocida es condenado, o cuando un joven se reconoce en la foto de esos padres que nunca vio, o cuando finalmente una abuela y su nieto se funden en un abrazo que es todos los abrazos del mundo.
Es un modo de saber que en este continente nuestro, a pesar de los golpes / y de nuestros caídos / la tortura y el miedo /  los desaparecidos / no nos han vencido.
Es saber que, como lo expresó uno de los nietos, “Más allá de la tristeza y las ausencias, el momento del encuentro nos completa a todos”.
Es, entonces, un modo de agradecerles, queridas Abuelas, que, con su abrazo inmenso y generoso, nos regalen ese encuentro que nos completa a todos.



[1] Universidad del Claustro de Sor Juana, 8 de noviembre de 2011.

Sepias náufragos para el martes


Naufragios

¿Cuándo dejamos de ser náufragos?
¿Cuándo aceptamos los olores del nuevo hogar, sus cielos incandescentes, la sal de sus heridas?
¿Cuándo descubrimos que una de sus miradas es para nosotros, Ulises, sus voces las nuestras, su memoria la que llevamos tatuada en las pupilas?
Los naufragios arden en la piel, saben a intemperie y a humedad, olvidan el murmullo de la infancia.
Sentada en el vórtice de esta ciudad infinita, soy y no soy la que lee los astros, la que traza los mapas del deseo, la que se suma a la danza.
Soy y no soy la que esparce las cenizas, la que reza con todos el último poema.

18/7/14

¿Por quién suena el shofar?



  …está sonando por ti

              ...por los que están y por los que no están, por los que fueron y serán, 
por los siglos de los siglos. Así sea. 

Para mamá que iba a la plaza todos los lunes


El 18 de julio de 1994, a las 9:53 de la mañana, algo cambió en nuestra historia para siempre. Una camioneta blanca se estrelló contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en pleno centro de Buenos Aires, provocando la muerte de 85 personas – de las cuales 67 estaban dentro del edificio, y las demás pasaban cerca -, que fueran heridas unas 300 más y que el edificio quedara destruido. Fue el mayor atentado terrorista de la historia argentina. Las investigaciones señalan los lazos del gobierno de Carlos Menem y Hezbolah. Hoy, en las paredes de la nueva sede, los nombres de las víctimas son una marca en la memoria de todos. También en la banqueta, si uno camina por la calle Pasteur, puede encontrar pequeñas placas de bronce con un nombre y una fecha. Como en aquella obra sobre la memoria que Christian Boltansky hizo en las calles de Berlín. No fue un artista quien las puso aquí. Fueron las familias. Fueron los vecinos de ese barrio en el que conviven judíos y coreanos, tucumanos y paraguayos, comerciantes y estudiantes, médicos y empleados del Hospital de Clínicas, y de los pequeños cafés y negocios. Un barrio que si estuviera en otra ciudad menos acostumbrada a las migraciones internas y externas sería considerado un “experimento multicultural”. Allí es simplemente una parte del “Once”. A 20 años del atentado, la memoria y el reclamo de justicia quieren permanecer intactos.


El 18 de julio de 1994 fue lunes. Y desde entonces, todos los lunes un grupo de gente se reúne frente a los Tribunales para recordar a las víctimas del atentado a la AMIA y exigir que se haga justicia en un país que poco a poco empieza a cambiar su perfil. El inicio de la ceremonia de los lunes lo marca el shofar con su sonido antiguo y desgarrador. “Memoria activa”, la asociación que promueve esta ceremonia del recuerdo, me invitó hace ya muchos años a hablar una mañana. Me gustaría compartir con ustedes lo que dije en ese momento, tan conmovida y sacudida como lo estoy hoy:

Soy de la raza del libro con que se construyen las moradas, escribió Edmond Jabès dueño de ninguna patria, dueño de todas las voces y de la mirada oblicua de la extranjería. Los libros, las palabras son la morada, aquello que nos protege de la intemperie, que nos da asideros ante el dolor, aquello que hace que no sea grito permanente el desgarramiento. Suelo arroparme con palabras, buscar su tibieza en el desamparo, su rostro familiar ante lo desconocido. Suelo buscar en las palabras la protección que la realidad tantas veces nos niega. Quizás por eso empecé con esa frase de Edmond Jabès. Porque también para mí la patria está en los libros, aunque por supuesto hay lugares en el mundo que me duelen más que otros, lugares donde cada noticia del diario se me hace carne, donde cada mañana en la plaza es una marca para siempre. Entre esos lugares está el que eligieron hace más de un siglo mis abuelos para fundar una vida, para que crecieran sus hijos y los hijos de sus hijos mientras el mundo fuera mundo y las estirpes condenadas a cien años de soledad nacieran sólo con las huellas de la memoria. “Y fue por ese río de sueñera y de barro”, dice un verso entrañable; un río maravilloso y atroz, origen y final para tantos. Llegaron cantando en idiomas que ya no recordamos, con la nostalgia grabada para siempre en las pupilas. Pero la historia parece tantas veces desconocer los deseos y los amores, los anhelos antiguos de aquellos inmigrantes, y el mundo siguió siendo mundo y las estirpes siguieron condenadas a los desencuentros. Como dijo el poeta, “cumplida no fue su joven voluntad”; no fuimos felices como ellos lo soñaron, no nos cubrió un cielo protector, no siempre supimos del amor y de la risa, no pudimos dejar que nuestras raíces crecieran en paz, ni las nuestras ni las de los hijos de nuestros hijos. Y vamos por el mundo con nuestro hogar a cuestas y un determinado brillo en la mirada, o una cierta cadencia en el habla que muestra ese lugar que nos duele más que otros. “Tengo un dolor aquí del lado de la patria”, escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi. Pero a pesar del horror, de la muerte, de los infinitos exilios, a pesar de haber atravesado el siglo más terrible de la historia de la humanidad, a pesar del humo que ahuyentó a los pájaros de Buchenbald, como lo cuenta Jorge Semprún, del ruido ensordecedor que nos cubrió un día cualquiera de agosto del 45, a pesar de los 30 mil árboles truncados que nunca crecerán en nuestros bosques, a pesar de las ausencias que cubren el aire, de no haber podido cumplir aquel viejo sueño, a pesar de julio del 94, estamos aquí diciendo presente, exigiendo justicia, convocando con el shofar a aquellos abuelos del principio de los tiempos, compartiendo con ellos nuestras palabras, nuestras moradas. Y es así simplemente porque tenemos memoria, aunque tantas veces quieran borrarla por decreto, cancelarla con enmiendas y con leyes. La memoria nos salva del ahogo, nos convierte en militantes de la vida, nos permite que estos lunes en la plaza sean también una charla cercana, íntima, con nuestros muertos queridos, una charla íntima que alguien llamó testimonios, aunque sepamos que nadie puede dar testimonio sino el testigo y que los verdaderos testigos son en realidad aquellos que no están. Y sin embargo es por ellos que tenemos la obligación de seguir hablando, de seguir recordando, de seguir dando nuestro imposible testimonio. Porque sabemos que el antónimo del olvido no es la memoria sino la justicia. Por eso salimos de nuestras moradas acompañados por todos: por los que están y por los que no están, por los que fueron y serán, por los siglos de los siglos. Así sea. 

16/7/14

¿A qué suenan los Cronopios?


Julio Cortázar lee un fragmento de su genial cuento "El perseguidor".

Y tal como lo prometimos anoche en el programa "En busca del cuento perdido", aquí va el enlace al cuento completo:
http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Cortazar.ElPerseguidor.pdf

Ésta es una entrevista en la que el gran Cronopio habla del cuento:
http://www.geocities.ws/juliocortazar_arg/sobreperse.htm

¡Que disfruten este viaje por las palabras y la música!


13/7/14

Lo importante de la vida está en otra parte

Como me lastiman los comentarios en contra de la Argentina que leo en los diversos muros, creo que me voy a abstener de entrar al Facebook por un rato. Me lastiman porque no son sobre futbol sino sobre prejuicios, intolerancia y malentendidos.
Para mí, hoy no se juega más que la final de un torneo deportivo, y no la identidad nacional.
Amo a la Argentina porque allí llegaron mis abuelos huyendo de la violencia y la pobreza a principios del siglo XX: unos eran judíos rusos, los otros italianos y católicos (del norte y del sur), y todos ellos encontraron un país generoso en el que trabajar y formar una familia. Como muchos años después lo encontré yo en México.
En aquel país nacieron mis padres, aprendí mis primeras palabras, di mis primeros pasos, me enamoré por primera vez, también aprendí lo que es la diversidad, la tolerancia y el respeto, lloré cuando un manto de sangre cubrió la tierra y nuestros hermanos y amigos fueron desaparecidos y asesinados. Celebré con toda mi alma cuando aquel horror terminó. Hoy sigo celebrando, pero también reclamando justicia, y conmoviéndome con cada paso de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, con cada nieto que recupera su identidad.
Muchos pueden preguntarse por qué estoy acá, entonces. A diferencia de la mayor parte de todos los que hacen comentarios agresivos contra los argentinos, yo ELEGÍ vivir en este país. Por agradecimiento y por amor. Eso no lo cambio por nada, pero apuesto por la convivencia y el respeto por la diversidad. Por lo mismo he borrado a quienes hacen comentarios homofóbicos, o antisemitas, o racistas, o clasistas. Me horroriza el bombardeo en Gaza, pero también los feminicidios en nuestro país, la miseria en la que viven los rarámuris, la violencia en contra de los migrantes y tantas otras cosas. Y trabajo desde acá para cambiar esas realidades atroces.

A lo mejor me estoy equivocando y lo de hoy es más que un partido: es la posibilidad de mostrar que somos capaces de vivir, actuar y responsabilizarnos por los demás de otra manera. ¿El futbol? Ah, sí. Algunos amigos queridos han elegido a Argentina, otros a Alemania, y después nos iremos a celebrar todos juntos porque –créanme- lo importante de la vida está en otra parte.

12/7/14

El Mundial y la patria

Hace un par de meses se publicó en la Argentina este libro de cuentos de fútbol escritos por mujeres. La querida Claudia Piñeiro me invitó a participar, y quiero compartir con ustedes el relato que escribí entonces. Ojalá les guste.
Hoy, 38 años después del Mundial del 78, sigo mirando por televisión, con emoción y con dolor por la distancia, las imágenes de la gente celebrando, pero ahora sí aquel -la Argentina- es también mi país y estoy orgullosa de que así sea. Mi orgullo -no tengo dudas- es argenmex. 


El Mundial y la patria
Sandra Lorenzano
Para Mariana
1.
A los catorce años odiaba a mis padres.
No sé si escribirlo así, en pretérito imperfecto, o mejor en indefinido:
A los catorce años odié a mis padres.
Porque no es que de a poco mi amor infantil, aquel que me hacía pensar que eran los mejores del universo - aunque tal idea ya venía un tanto maltrecha por un par de enfrentamientos que tuvimos cuando yo tenía trece -, se hubiera ido diluyendo lentamente a consecuencia de la mezcla explosiva entre mis hormonas y su intransigencia (reconozcámoslo, no hay padres no intransigentes durante la adolescencia de sus hijos. Aun los más liberales, alivianados y buena onda, tienen de pronto sus quince minutos, no de fama, sino de autoritarismo. Lo siento: no hay quién se salve). Podría haber sido así, no hubiera resultado raro. Pero no lo fue.
Lo nuestro - mejor dicho: lo mío, mi odio - tiene fecha: 9 de julio de 1977. Día patrio, pensarán quienes conocen algo de historia argentina. En aquel país era día patrio, sin duda; pero no en el aeropuerto de Madrid donde acabábamos de aterrizar mi madre y yo.  
¿Mi padre? Nos habíamos despedido de él en secreto esa madrugada, en la casa de la abuela. Me abrazó. “Tenés que cuidar a mamá. Vas a ser el hombre de la casa”. Ante mi gesto - curiosidad, enojo, tensión, todo junto - agregó: “Yo los alcanzo enseguida, petiso, no te preocupes.” Desde chiquito me decía “petiso”, no Mati, ni Mat, ni Matías, como me decía todo el mundo. “Petiso”. En ese momento me hizo menos gracias que siempre. “¿Cuánto es enseguida, pa?” Mamá y la abuela lloraban. Yo también lo abracé. “No tardes mucho”.
No volvimos a verlo. En el año 77, “enseguida” podía significar una eternidad.

2.
“Así se prepara Argentina para el Mundial de futbol”, decía en el telediario el conductor de la noche. Ya saben cuál: el de los anteojos cuadrados y el bigotito a la antigua. Prendíamos la tele a las nueve y mirábamos un rato las noticias mientras cenábamos. Después cada uno se encerraba en su cuarto. Mamá casi siempre a llorar. Yo leía, o fumaba mirando el pedazo de cielo oscuro que se veía desde la ventana. A veces rasgueaba un rato la guitarra, o ponía la radio, bajita. Y la odiaba.
“Es el Mundial de la dictadura, Mati. Son unos hijos de puta.”
La acompañaba a las marchas, y a las reuniones con los compañeros. Me importaba saber qué noticias había de papá. Había dicho “Los alcanzo enseguida, petiso”. Todavía no habían encontrado el cuerpo, por eso pensábamos que podía aparecer en cualquier momento. A él también lo odiaba.
Repartíamos unos volantes que decían “¿Jugar al futbol en un campo de concentración?” Igual me sabía de memoria los nombres de los jugadores: Fillol, Passarella, Tarantini, Ardiles, Bertoni, Houseman, Kempes. “Es el Mundial de la dictadura, Mati. Son unos hijos de puta.” Pero yo recitaba un nombre tras otro como una letanía. “¿Cuánto es enseguida, pa?” Soy el hombre de la casa.
Mamá fue tajante: “Acá no vamos a hacerle el juego a los milicos. Nada de futbol, Mati”. ¿Querer ver un partido era traicionar a mi padre? Y mandarnos solos a España, ¿qué era? “Encima seguro que están todos los partidos comprados”, decían los compas en las reuniones. “Che, ¿no vamos a conseguir un televisor para ver juntos el Mundial?”, preguntó el Santiagueño. Las miradas de todos se clavaron en él con odio. Yo hubiera querido decir algo para apoyarlo, pero cuando tenés quince años a nadie le importa lo que pienses o digas.  “Bueno, era una pregunta nomás”.
También los odiaba a ellos. Y a la Argentina. A todos. Hacía casi un año que me la pasaba tratando de olvidarme de que tenía un país. “Un país de mierda”, decía mi vieja.
Casi un año, pero todavía me equivocaba cuando trataba de pronunciar la c y la z. “Cassshate argentino”. Que siguieran con las bromas. En poco tiempo nadie se iba a dar cuenta que no había nacido acá. Ya hasta había elegido el lugar exacto: Getafe. Sí, señor. “De Getafe, macho”, diría cuando algún idiota me preguntara de dónde era.
No necesitaba para nada a aquel país de mierda, ni al futbol, ni a mi viejo.

3.
Me acuerdo exactamente lo que hice durante cada uno de los partidos. Bueno, no es tan difícil recordarlo: me encerré en mi cuarto con un porro cada vez. Con un porro y con Pink Floyd. For long you live and high you fly / but only if you ride the tide / and balanced on the biggest wave / you race towards an early grave.
2 de junio: Argentina 2 - Hungría 1
6 de junio: Argentina 2 - Francia 1
10 de junio: Italia 1 - Argentina 0
14 de junio: Argentina 2 - Polonia 0
18 de junio: Argentina 0 - Brasil 0
21 de junio: Argentina 6 - Perú 0
¿Estarían de verdad comprados? ¡Pero si alguno hasta lo perdimos! Pero yo no podía alegrarme. No debía alegrarme. Era el Mundial de los milicos. Igual me hubiera gustado estar allá, abrazar a los pibes del colegio en cada gol. “Vamos, vamos Argentina, vamos vamos a ganar...”. Mejor no pensar. No acordarse. Breathe, breathe in the air, canta Roger Waters. Respiro hondo.
Me hubiera gustado estar allá.
No hay allá.

4.
25 de junio. La final: Argentina-Holanda. El Monumental a punto de reventar. No cabe un alfiler. Estoy en el café de la esquina de la plaza. No, no entro. Siento que traicionaría a mi padre si me siento a ver el partido. ¿Él lo estará viendo? Miro por la ventana. Los papelitos que tiran desde las tribunas. Las banderas. Me sube un calorcito que es a la vez de emoción y de dolor. Estoy lejos y aquel no puede ser más mi país. ¿De verdad son todos cómplices? Mejor me olvido del futbol, de la dictadura y de todo. No quiero volver a casa. Camino. ¿Adónde? Voy bajando por San Bernardo para el lado de Atocha. No pienso subirme a ningún tren, pero me gustan las grandes estaciones. A lo mejor porque me provocan algo parecido a lo que estoy sintiendo. Un poco de incertidumbre, una sensación de indefensión, de deseos de escapar adonde sea, algo de angustia. ¿Dije que me gustaba? Ustedes entienden de qué hablo, ¿no? Es un poco como sentarse a mirar el mar. Puedo dejar de pensar y que el vaivén de gente y voces me lleve lejos.
¿Cuánto tiempo pasé así? ¿Ya habría terminado el primer tiempo? País de mierda. Lo odio. Pero se acabó. Para mí se acabó.
“Hola”, dice alguien. Dos ojos negros y brillantes sonríen frente a mí. Debe llamarse Amina o Laila o Soraya. Y seguro no tiene más de trece o catorce años. Me toma de la mano y la  sigo. Quiero explicarle que no tengo dinero, que hay un partido de futbol, que mi viejo prometió que venía enseguida. Y que yo tengo quince años y pánico de estar con una mujer, aunque sea casi una niña, como ella. ¿Vale la pena  decirle todo?
Apenas habla castellano. “Me llamo Carmela”, me dice y yo decido creerle. “¿Y tú?”. “Javier”, miento con una jota tan castiza como me sale. Ella decide creerme. Llegamos al cuartito que comparte con otras chicas ¿Marroquíes? ¿Gitanas? Hay poca luz, en algún rincón duerme un bebé. Carmela cierra la cortina que separa su cama del resto. Me dejo acariciar. Cierro los ojos. Kempes y los papelitos y las banderas y los milicos y el monumental y mis viejos. Los odio.
“¿De dónde eres, guapo?”
“De Getafe.”
“También yo.”





30/6/14

Feliz cumpleaños, extrañado José Emilio Pacheco



Aquel otro  
HOY vino a verme el que no fui,
Aquel otro
Ya para siempre inexistencia pura,
Ardid verbal para el hubiera sido,
Forma atenuada de decir no fue.
Ahora lo entiendo: quien no fue ha triunfado,
La realidad no lo manchó, no tuvo
Que adaptarse a la eterna sordidez,
Jamás capituló ni vendió su alma
Por una onza de supervivencia.
El que no fui se fue como si nada.
Ya nunca volverá, ya es imposible.
El que se va no vuelve aunque regrese.

27/6/14

"Pasiones y obsesiones" de fin de semana

Queridos,

Si tienen un rato este fin de semana, los invito a zambullirse en las entrevistas a escritores de "Pasiones y obsesiones. Secretos del oficio de escribir", y luego, si tienen ganas, me cuentan qué les parecieron. ¿Va?

Catorce charlas, catorce invitados, catorce confesiones. Están, entre otros: Francisco Hinojosa, Alberto Ruy Sánchez, Pepe Gonrdon, Sabina Berman, Mardonio Carballo, Rafael Pérez Gay, Rosa Beltrán, Cristina Rivera Garza, Alma Velasco, Julián Herbert, Carlos Martínez Assad, Myriam Moscona, Margo Glantz.

¡Lindo viernes para todos!

http://rompeviento.tv/Bienvenidos/pasiones-y-obsesiones/


26/6/14

Maravillosos cuentos

Los invito a empezar el día con unos maravillosos cuentos de Ana María Matute. ¿Qué les parece?



http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/matute/amm.htm


Adiós Ana María Matute.

Triste noticia. Se fue una de las grandes de la literatura española. Si no la han leído, les recomiendo que busquen sus libros. Los van a disfrutar       

25/5/14

Una vez más, el horror

Leo, veo, escucho con horror las historias de esta semana: el asesinato de jóvenes en Santa Bárbara, los muertos en el Museo Judío de Bélgica, las muertes de niños y adolescentes víctimas de bullying en este país, el triunfo de Le Pen, el cura pederasta de San Luis Potosí... y recuerdo a Fernando Pessoa: "Si el corazón pudiese pensar, se pararía". 

En poco más de un mes se cumplirán veinte años del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina, que costó la vida a más de 80 personas. Comparto con ustedes este texto que escribí hace ya algún tiempo y que tiene que ver con los brotes de antisemitismo y de intolerancia de todo tipo. Tal vez venga al caso. Tal vez...




¿Por quién suena cada lunes el shofar?
Sandra Lorenzano
…está sonando por ti
El 18 de julio de 1994, a las 9:53 de la mañana, algo cambió en nuestra historia para siempre. Una camioneta blanca se estrelló contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en pleno centro de Buenos Aires, provocando la muerte de 85 personas – de las cuales 67 estaban dentro del edificio, y las demás pasaban cerca -, que fueran heridas unas 300 más y que el edificio quedara destruido. Fue el mayor atentado terrorista de la historia argentina. Las investigaciones señalan los lazos del gobierno de Carlos Menem y Hezbolah. Hoy, en las paredes de la nueva sede, los nombres de las víctimas son una marca en la memoria de todos. También en la banqueta, si uno camina por la calle Pasteur, puede encontrar pequeñas placas de bronce con un nombre y una fecha. Como en aquella obra sobre la memoria que Christian Boltansky hizo en las calles de Berlín. No fue un artista quien las puso aquí. Fueron las familias. Fueron los vecinos de ese barrio en el que conviven judíos y coreanos, tucumanos y paraguayos, comerciantes y estudiantes, médicos y empleados del Hospital de Clínicas, y de los pequeños cafés y negocios. Un barrio que si estuviera en otra ciudad menos acostumbrada a las migraciones internas y externas sería considerado un “experimento multicultural”. Allí es simplemente una parte del “Once”. A 16 años del atentado, la memoria y el reclamo de justicia quieren permanecer intactos. Y porque somos hijos de una misma sangre y nuestras historias no son tan distintas, porque la solidaridad quizás sea aún posible, uno de los oradores invitados a la ceremonia es el juez Baltasar Garzón.
El 18 de julio de 1994 fue lunes. Y desde entonces, todos los lunes un grupo de gente se reúne frente a los Tribunales para recordar a las víctimas del atentado a la AMIA y exigir que se haga justicia en un país que poco a poco empieza a cambiar su perfil (un paréntesis para celebrar dos hechos históricos sucedidos esta semana: la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo – una de las consignas de la lucha fue “A igual amor iguales derechos” y convirtió a la Argentina en el primer país del continente en tener este tipo de legislación – y el nuevo juicio a Jorge Rafael Videla). El inicio de la ceremonia de los lunes lo marca el shofar con su sonido antiguo y desgarrador. “Memoria activa”, la asociación que promueve esta ceremonia del recuerdo, me invitó hace ya muchos años a hablar una mañana. Me gustaría compartir con ustedes lo que dije en ese momento, tan conmovida y sacudida como lo estoy hoy:
Soy de la raza del libro con que se construyen las moradas, escribió Edmond Jabès dueño de ninguna patria, dueño de todas las voces y de la mirada oblicua de la extranjería. Los libros, las palabras son la morada, aquello que nos protege de la intemperie, que nos da asideros ante el dolor, aquello que hace que no sea grito permanente el desgarramiento. Suelo arroparme con palabras, buscar su tibieza en el desamparo, su rostro familiar ante lo desconocido. Suelo buscar en las palabras la protección que la realidad tantas veces nos niega. Quizás por eso empecé con esa frase de Edmond Jabès. Porque también para mí la patria está en los libros, aunque por supuesto hay lugares en el mundo que me duelen más que otros, lugares donde cada noticia del diario se me hace carne, donde cada mañana en la plaza es una marca para siempre. Entre esos lugares está el que eligieron hace más de un siglo mis abuelos para fundar una vida, para que crecieran sus hijos y los hijos de sus hijos mientras el mundo fuera mundo y las estirpes condenadas a cien años de soledad nacieran sólo con las huellas de la memoria. “Y fue por ese río de sueñera y de barro”, dice un verso entrañable; un río maravilloso y atroz, origen y final para tantos. Llegaron cantando en idiomas que ya no recordamos, con la nostalgia grabada para siempre en las pupilas. Pero la historia parece tantas veces desconocer los deseos y los amores, los anhelos antiguos de aquellos inmigrantes, y el mundo siguió siendo mundo y las estirpes siguieron condenadas a los desencuentros. Como dijo el poeta, “cumplida no fue su joven voluntad”; no fuimos felices como ellos lo soñaron, no nos cubrió un cielo protector, no siempre supimos del amor y de la risa, no pudimos dejar que nuestras raíces crecieran en paz, ni las nuestras ni las de los hijos de nuestros hijos. Y vamos por el mundo con nuestro hogar a cuestas y un determinado brillo en la mirada, o una cierta cadencia en el habla que muestra ese lugar que nos duele más que otros. “Tengo un dolor aquí del lado de la patria”, escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi. Pero a pesar del horror, de la muerte, de los infinitos exilios, a pesar de haber atravesado el siglo más terrible de la historia de la humanidad, a pesar del humo que ahuyentó a los pájaros de Buchenbald, como lo cuenta Jorge Semprún, del ruido ensordecedor que nos cubrió un día cualquiera de agosto del 45, a pesar de los 30 mil árboles truncados que nunca crecerán en nuestros bosques, a pesar de las ausencias que cubren el aire, de no haber podido cumplir aquel viejo sueño, a pesar de julio del 94, estamos aquí diciendo presente, exigiendo justicia, convocando con el shofar a aquellos abuelos del principio de los tiempos, compartiendo con ellos nuestras palabras, nuestras moradas. Y es así simplemente porque tenemos memoria, aunque tantas veces quieran borrarla por decreto, cancelarla con enmiendas y con leyes. La memoria nos salva del ahogo, nos convierte en militantes de la vida, nos permite que estos lunes en la plaza sean también una charla cercana, íntima, con nuestros muertos queridos, una charla íntima que alguien llamó testimonios, aunque sepamos que nadie puede dar testimonio sino el testigo y que los verdaderos testigos son en realidad aquellos que no están. Y sin embargo es por ellos que tenemos la obligación de seguir hablando, de seguir recordando, de seguir dando nuestro imposible testimonio. Porque sabemos que el antónimo del olvido no es la memoria sino la justicia. Por eso salimos de nuestras moradas acompañados por todos: por los que están y por los que no están, por los que fueron y serán, por los siglos de los siglos. Así sea.

21/5/14

Un abrazo al tío Quino y a Mafalda


He hecho muchas cosas de trabajo durante el día, pero todo el tiempo he tenido presentes las ganas de escribir, siquiera unas líneas, de gusto, de emoción, de felicidad, de orgullo, qué se yo, por el Premio Príncipe de Asturias otorgado a Quino. 
¿Qué quieren que les diga? Es como si hubieran premiado al tío más querido, al que siempre nos consiente, al que desde chicos hemos elegido como el cómplice más cercano. Así me siento.
Sé de memoria prácticamente todas la tiras de Mafalda (quién lo dude puede ponerme a prueba en este mismo instante) y es mi referencia bibliográfica más frecuente. Ella nació cuando yo estaba aprendiendo a leer, quiere decir que su realidad fue la realidad de mi infancia, sus preocupaciones las mismas que yo escuchaba en casa, y aunque seguramente no le entendía demasiado de qué hablaban -ni ella ni mis padres-, yo sentía que compartíamos un modo de mirar el mundo. O quizás ella me enseñó a mirarlo como aún lo miro: con pasión, con ganas de cambiarle tantas cosas, con ironía, con una cierta distancia que duele. 
Ella nació cuando yo estaba aprendiendo a leer y logró, como Peter Pan, quedarse siempre con seis años. Yo no pude. Crecí y seguí leyéndola. Tengo una hija que también creció leyéndola (o escuchando mis "citas", pobre). Me hice mayorcita (por decir lo menos) y sigo leyéndola. Porque es parte de mi vida, de mi historia, de mi memoria (y ya saben cómo soy de obsesiva con el tema de la memoria), porque tuvimos un citroncito igualito al de su papá, porque tuve mi propio Guille (aunque a mi hermano le pusimos Pablo), porque tuvimos una tortuga y amigos que todavía hoy son nuestros compinches, porque me hace amar y odiar a la argentina que también soy... 
Y porque sí, porque hoy quisiera abrazarlos a los dos: al "tío" Quino y a ella, escribo estas líneas apuradas y felices, sólo para decirles GRACIAS, e invitarlos a jugar a la plaza. ¿Dale que sí?

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...