5/8/14

Sepias náufragos para el martes


Naufragios

¿Cuándo dejamos de ser náufragos?
¿Cuándo aceptamos los olores del nuevo hogar, sus cielos incandescentes, la sal de sus heridas?
¿Cuándo descubrimos que una de sus miradas es para nosotros, Ulises, sus voces las nuestras, su memoria la que llevamos tatuada en las pupilas?
Los naufragios arden en la piel, saben a intemperie y a humedad, olvidan el murmullo de la infancia.
Sentada en el vórtice de esta ciudad infinita, soy y no soy la que lee los astros, la que traza los mapas del deseo, la que se suma a la danza.
Soy y no soy la que esparce las cenizas, la que reza con todos el último poema.

18/7/14

¿Por quién suena el shofar?



  …está sonando por ti

              ...por los que están y por los que no están, por los que fueron y serán, 
por los siglos de los siglos. Así sea. 

Para mamá que iba a la plaza todos los lunes


El 18 de julio de 1994, a las 9:53 de la mañana, algo cambió en nuestra historia para siempre. Una camioneta blanca se estrelló contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en pleno centro de Buenos Aires, provocando la muerte de 85 personas – de las cuales 67 estaban dentro del edificio, y las demás pasaban cerca -, que fueran heridas unas 300 más y que el edificio quedara destruido. Fue el mayor atentado terrorista de la historia argentina. Las investigaciones señalan los lazos del gobierno de Carlos Menem y Hezbolah. Hoy, en las paredes de la nueva sede, los nombres de las víctimas son una marca en la memoria de todos. También en la banqueta, si uno camina por la calle Pasteur, puede encontrar pequeñas placas de bronce con un nombre y una fecha. Como en aquella obra sobre la memoria que Christian Boltansky hizo en las calles de Berlín. No fue un artista quien las puso aquí. Fueron las familias. Fueron los vecinos de ese barrio en el que conviven judíos y coreanos, tucumanos y paraguayos, comerciantes y estudiantes, médicos y empleados del Hospital de Clínicas, y de los pequeños cafés y negocios. Un barrio que si estuviera en otra ciudad menos acostumbrada a las migraciones internas y externas sería considerado un “experimento multicultural”. Allí es simplemente una parte del “Once”. A 20 años del atentado, la memoria y el reclamo de justicia quieren permanecer intactos.


El 18 de julio de 1994 fue lunes. Y desde entonces, todos los lunes un grupo de gente se reúne frente a los Tribunales para recordar a las víctimas del atentado a la AMIA y exigir que se haga justicia en un país que poco a poco empieza a cambiar su perfil. El inicio de la ceremonia de los lunes lo marca el shofar con su sonido antiguo y desgarrador. “Memoria activa”, la asociación que promueve esta ceremonia del recuerdo, me invitó hace ya muchos años a hablar una mañana. Me gustaría compartir con ustedes lo que dije en ese momento, tan conmovida y sacudida como lo estoy hoy:

Soy de la raza del libro con que se construyen las moradas, escribió Edmond Jabès dueño de ninguna patria, dueño de todas las voces y de la mirada oblicua de la extranjería. Los libros, las palabras son la morada, aquello que nos protege de la intemperie, que nos da asideros ante el dolor, aquello que hace que no sea grito permanente el desgarramiento. Suelo arroparme con palabras, buscar su tibieza en el desamparo, su rostro familiar ante lo desconocido. Suelo buscar en las palabras la protección que la realidad tantas veces nos niega. Quizás por eso empecé con esa frase de Edmond Jabès. Porque también para mí la patria está en los libros, aunque por supuesto hay lugares en el mundo que me duelen más que otros, lugares donde cada noticia del diario se me hace carne, donde cada mañana en la plaza es una marca para siempre. Entre esos lugares está el que eligieron hace más de un siglo mis abuelos para fundar una vida, para que crecieran sus hijos y los hijos de sus hijos mientras el mundo fuera mundo y las estirpes condenadas a cien años de soledad nacieran sólo con las huellas de la memoria. “Y fue por ese río de sueñera y de barro”, dice un verso entrañable; un río maravilloso y atroz, origen y final para tantos. Llegaron cantando en idiomas que ya no recordamos, con la nostalgia grabada para siempre en las pupilas. Pero la historia parece tantas veces desconocer los deseos y los amores, los anhelos antiguos de aquellos inmigrantes, y el mundo siguió siendo mundo y las estirpes siguieron condenadas a los desencuentros. Como dijo el poeta, “cumplida no fue su joven voluntad”; no fuimos felices como ellos lo soñaron, no nos cubrió un cielo protector, no siempre supimos del amor y de la risa, no pudimos dejar que nuestras raíces crecieran en paz, ni las nuestras ni las de los hijos de nuestros hijos. Y vamos por el mundo con nuestro hogar a cuestas y un determinado brillo en la mirada, o una cierta cadencia en el habla que muestra ese lugar que nos duele más que otros. “Tengo un dolor aquí del lado de la patria”, escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi. Pero a pesar del horror, de la muerte, de los infinitos exilios, a pesar de haber atravesado el siglo más terrible de la historia de la humanidad, a pesar del humo que ahuyentó a los pájaros de Buchenbald, como lo cuenta Jorge Semprún, del ruido ensordecedor que nos cubrió un día cualquiera de agosto del 45, a pesar de los 30 mil árboles truncados que nunca crecerán en nuestros bosques, a pesar de las ausencias que cubren el aire, de no haber podido cumplir aquel viejo sueño, a pesar de julio del 94, estamos aquí diciendo presente, exigiendo justicia, convocando con el shofar a aquellos abuelos del principio de los tiempos, compartiendo con ellos nuestras palabras, nuestras moradas. Y es así simplemente porque tenemos memoria, aunque tantas veces quieran borrarla por decreto, cancelarla con enmiendas y con leyes. La memoria nos salva del ahogo, nos convierte en militantes de la vida, nos permite que estos lunes en la plaza sean también una charla cercana, íntima, con nuestros muertos queridos, una charla íntima que alguien llamó testimonios, aunque sepamos que nadie puede dar testimonio sino el testigo y que los verdaderos testigos son en realidad aquellos que no están. Y sin embargo es por ellos que tenemos la obligación de seguir hablando, de seguir recordando, de seguir dando nuestro imposible testimonio. Porque sabemos que el antónimo del olvido no es la memoria sino la justicia. Por eso salimos de nuestras moradas acompañados por todos: por los que están y por los que no están, por los que fueron y serán, por los siglos de los siglos. Así sea. 

16/7/14

¿A qué suenan los Cronopios?


Julio Cortázar lee un fragmento de su genial cuento "El perseguidor".

Y tal como lo prometimos anoche en el programa "En busca del cuento perdido", aquí va el enlace al cuento completo:
http://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-19-Cortazar.ElPerseguidor.pdf

Ésta es una entrevista en la que el gran Cronopio habla del cuento:
http://www.geocities.ws/juliocortazar_arg/sobreperse.htm

¡Que disfruten este viaje por las palabras y la música!


13/7/14

Lo importante de la vida está en otra parte

Como me lastiman los comentarios en contra de la Argentina que leo en los diversos muros, creo que me voy a abstener de entrar al Facebook por un rato. Me lastiman porque no son sobre futbol sino sobre prejuicios, intolerancia y malentendidos.
Para mí, hoy no se juega más que la final de un torneo deportivo, y no la identidad nacional.
Amo a la Argentina porque allí llegaron mis abuelos huyendo de la violencia y la pobreza a principios del siglo XX: unos eran judíos rusos, los otros italianos y católicos (del norte y del sur), y todos ellos encontraron un país generoso en el que trabajar y formar una familia. Como muchos años después lo encontré yo en México.
En aquel país nacieron mis padres, aprendí mis primeras palabras, di mis primeros pasos, me enamoré por primera vez, también aprendí lo que es la diversidad, la tolerancia y el respeto, lloré cuando un manto de sangre cubrió la tierra y nuestros hermanos y amigos fueron desaparecidos y asesinados. Celebré con toda mi alma cuando aquel horror terminó. Hoy sigo celebrando, pero también reclamando justicia, y conmoviéndome con cada paso de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, con cada nieto que recupera su identidad.
Muchos pueden preguntarse por qué estoy acá, entonces. A diferencia de la mayor parte de todos los que hacen comentarios agresivos contra los argentinos, yo ELEGÍ vivir en este país. Por agradecimiento y por amor. Eso no lo cambio por nada, pero apuesto por la convivencia y el respeto por la diversidad. Por lo mismo he borrado a quienes hacen comentarios homofóbicos, o antisemitas, o racistas, o clasistas. Me horroriza el bombardeo en Gaza, pero también los feminicidios en nuestro país, la miseria en la que viven los rarámuris, la violencia en contra de los migrantes y tantas otras cosas. Y trabajo desde acá para cambiar esas realidades atroces.

A lo mejor me estoy equivocando y lo de hoy es más que un partido: es la posibilidad de mostrar que somos capaces de vivir, actuar y responsabilizarnos por los demás de otra manera. ¿El futbol? Ah, sí. Algunos amigos queridos han elegido a Argentina, otros a Alemania, y después nos iremos a celebrar todos juntos porque –créanme- lo importante de la vida está en otra parte.

12/7/14

El Mundial y la patria

Hace un par de meses se publicó en la Argentina este libro de cuentos de fútbol escritos por mujeres. La querida Claudia Piñeiro me invitó a participar, y quiero compartir con ustedes el relato que escribí entonces. Ojalá les guste.
Hoy, 38 años después del Mundial del 78, sigo mirando por televisión, con emoción y con dolor por la distancia, las imágenes de la gente celebrando, pero ahora sí aquel -la Argentina- es también mi país y estoy orgullosa de que así sea. Mi orgullo -no tengo dudas- es argenmex. 


El Mundial y la patria
Sandra Lorenzano
Para Mariana
1.
A los catorce años odiaba a mis padres.
No sé si escribirlo así, en pretérito imperfecto, o mejor en indefinido:
A los catorce años odié a mis padres.
Porque no es que de a poco mi amor infantil, aquel que me hacía pensar que eran los mejores del universo - aunque tal idea ya venía un tanto maltrecha por un par de enfrentamientos que tuvimos cuando yo tenía trece -, se hubiera ido diluyendo lentamente a consecuencia de la mezcla explosiva entre mis hormonas y su intransigencia (reconozcámoslo, no hay padres no intransigentes durante la adolescencia de sus hijos. Aun los más liberales, alivianados y buena onda, tienen de pronto sus quince minutos, no de fama, sino de autoritarismo. Lo siento: no hay quién se salve). Podría haber sido así, no hubiera resultado raro. Pero no lo fue.
Lo nuestro - mejor dicho: lo mío, mi odio - tiene fecha: 9 de julio de 1977. Día patrio, pensarán quienes conocen algo de historia argentina. En aquel país era día patrio, sin duda; pero no en el aeropuerto de Madrid donde acabábamos de aterrizar mi madre y yo.  
¿Mi padre? Nos habíamos despedido de él en secreto esa madrugada, en la casa de la abuela. Me abrazó. “Tenés que cuidar a mamá. Vas a ser el hombre de la casa”. Ante mi gesto - curiosidad, enojo, tensión, todo junto - agregó: “Yo los alcanzo enseguida, petiso, no te preocupes.” Desde chiquito me decía “petiso”, no Mati, ni Mat, ni Matías, como me decía todo el mundo. “Petiso”. En ese momento me hizo menos gracias que siempre. “¿Cuánto es enseguida, pa?” Mamá y la abuela lloraban. Yo también lo abracé. “No tardes mucho”.
No volvimos a verlo. En el año 77, “enseguida” podía significar una eternidad.

2.
“Así se prepara Argentina para el Mundial de futbol”, decía en el telediario el conductor de la noche. Ya saben cuál: el de los anteojos cuadrados y el bigotito a la antigua. Prendíamos la tele a las nueve y mirábamos un rato las noticias mientras cenábamos. Después cada uno se encerraba en su cuarto. Mamá casi siempre a llorar. Yo leía, o fumaba mirando el pedazo de cielo oscuro que se veía desde la ventana. A veces rasgueaba un rato la guitarra, o ponía la radio, bajita. Y la odiaba.
“Es el Mundial de la dictadura, Mati. Son unos hijos de puta.”
La acompañaba a las marchas, y a las reuniones con los compañeros. Me importaba saber qué noticias había de papá. Había dicho “Los alcanzo enseguida, petiso”. Todavía no habían encontrado el cuerpo, por eso pensábamos que podía aparecer en cualquier momento. A él también lo odiaba.
Repartíamos unos volantes que decían “¿Jugar al futbol en un campo de concentración?” Igual me sabía de memoria los nombres de los jugadores: Fillol, Passarella, Tarantini, Ardiles, Bertoni, Houseman, Kempes. “Es el Mundial de la dictadura, Mati. Son unos hijos de puta.” Pero yo recitaba un nombre tras otro como una letanía. “¿Cuánto es enseguida, pa?” Soy el hombre de la casa.
Mamá fue tajante: “Acá no vamos a hacerle el juego a los milicos. Nada de futbol, Mati”. ¿Querer ver un partido era traicionar a mi padre? Y mandarnos solos a España, ¿qué era? “Encima seguro que están todos los partidos comprados”, decían los compas en las reuniones. “Che, ¿no vamos a conseguir un televisor para ver juntos el Mundial?”, preguntó el Santiagueño. Las miradas de todos se clavaron en él con odio. Yo hubiera querido decir algo para apoyarlo, pero cuando tenés quince años a nadie le importa lo que pienses o digas.  “Bueno, era una pregunta nomás”.
También los odiaba a ellos. Y a la Argentina. A todos. Hacía casi un año que me la pasaba tratando de olvidarme de que tenía un país. “Un país de mierda”, decía mi vieja.
Casi un año, pero todavía me equivocaba cuando trataba de pronunciar la c y la z. “Cassshate argentino”. Que siguieran con las bromas. En poco tiempo nadie se iba a dar cuenta que no había nacido acá. Ya hasta había elegido el lugar exacto: Getafe. Sí, señor. “De Getafe, macho”, diría cuando algún idiota me preguntara de dónde era.
No necesitaba para nada a aquel país de mierda, ni al futbol, ni a mi viejo.

3.
Me acuerdo exactamente lo que hice durante cada uno de los partidos. Bueno, no es tan difícil recordarlo: me encerré en mi cuarto con un porro cada vez. Con un porro y con Pink Floyd. For long you live and high you fly / but only if you ride the tide / and balanced on the biggest wave / you race towards an early grave.
2 de junio: Argentina 2 - Hungría 1
6 de junio: Argentina 2 - Francia 1
10 de junio: Italia 1 - Argentina 0
14 de junio: Argentina 2 - Polonia 0
18 de junio: Argentina 0 - Brasil 0
21 de junio: Argentina 6 - Perú 0
¿Estarían de verdad comprados? ¡Pero si alguno hasta lo perdimos! Pero yo no podía alegrarme. No debía alegrarme. Era el Mundial de los milicos. Igual me hubiera gustado estar allá, abrazar a los pibes del colegio en cada gol. “Vamos, vamos Argentina, vamos vamos a ganar...”. Mejor no pensar. No acordarse. Breathe, breathe in the air, canta Roger Waters. Respiro hondo.
Me hubiera gustado estar allá.
No hay allá.

4.
25 de junio. La final: Argentina-Holanda. El Monumental a punto de reventar. No cabe un alfiler. Estoy en el café de la esquina de la plaza. No, no entro. Siento que traicionaría a mi padre si me siento a ver el partido. ¿Él lo estará viendo? Miro por la ventana. Los papelitos que tiran desde las tribunas. Las banderas. Me sube un calorcito que es a la vez de emoción y de dolor. Estoy lejos y aquel no puede ser más mi país. ¿De verdad son todos cómplices? Mejor me olvido del futbol, de la dictadura y de todo. No quiero volver a casa. Camino. ¿Adónde? Voy bajando por San Bernardo para el lado de Atocha. No pienso subirme a ningún tren, pero me gustan las grandes estaciones. A lo mejor porque me provocan algo parecido a lo que estoy sintiendo. Un poco de incertidumbre, una sensación de indefensión, de deseos de escapar adonde sea, algo de angustia. ¿Dije que me gustaba? Ustedes entienden de qué hablo, ¿no? Es un poco como sentarse a mirar el mar. Puedo dejar de pensar y que el vaivén de gente y voces me lleve lejos.
¿Cuánto tiempo pasé así? ¿Ya habría terminado el primer tiempo? País de mierda. Lo odio. Pero se acabó. Para mí se acabó.
“Hola”, dice alguien. Dos ojos negros y brillantes sonríen frente a mí. Debe llamarse Amina o Laila o Soraya. Y seguro no tiene más de trece o catorce años. Me toma de la mano y la  sigo. Quiero explicarle que no tengo dinero, que hay un partido de futbol, que mi viejo prometió que venía enseguida. Y que yo tengo quince años y pánico de estar con una mujer, aunque sea casi una niña, como ella. ¿Vale la pena  decirle todo?
Apenas habla castellano. “Me llamo Carmela”, me dice y yo decido creerle. “¿Y tú?”. “Javier”, miento con una jota tan castiza como me sale. Ella decide creerme. Llegamos al cuartito que comparte con otras chicas ¿Marroquíes? ¿Gitanas? Hay poca luz, en algún rincón duerme un bebé. Carmela cierra la cortina que separa su cama del resto. Me dejo acariciar. Cierro los ojos. Kempes y los papelitos y las banderas y los milicos y el monumental y mis viejos. Los odio.
“¿De dónde eres, guapo?”
“De Getafe.”
“También yo.”





30/6/14

Feliz cumpleaños, extrañado José Emilio Pacheco



Aquel otro  
HOY vino a verme el que no fui,
Aquel otro
Ya para siempre inexistencia pura,
Ardid verbal para el hubiera sido,
Forma atenuada de decir no fue.
Ahora lo entiendo: quien no fue ha triunfado,
La realidad no lo manchó, no tuvo
Que adaptarse a la eterna sordidez,
Jamás capituló ni vendió su alma
Por una onza de supervivencia.
El que no fui se fue como si nada.
Ya nunca volverá, ya es imposible.
El que se va no vuelve aunque regrese.

27/6/14

"Pasiones y obsesiones" de fin de semana

Queridos,

Si tienen un rato este fin de semana, los invito a zambullirse en las entrevistas a escritores de "Pasiones y obsesiones. Secretos del oficio de escribir", y luego, si tienen ganas, me cuentan qué les parecieron. ¿Va?

Catorce charlas, catorce invitados, catorce confesiones. Están, entre otros: Francisco Hinojosa, Alberto Ruy Sánchez, Pepe Gonrdon, Sabina Berman, Mardonio Carballo, Rafael Pérez Gay, Rosa Beltrán, Cristina Rivera Garza, Alma Velasco, Julián Herbert, Carlos Martínez Assad, Myriam Moscona, Margo Glantz.

¡Lindo viernes para todos!

http://rompeviento.tv/Bienvenidos/pasiones-y-obsesiones/


26/6/14

Maravillosos cuentos

Los invito a empezar el día con unos maravillosos cuentos de Ana María Matute. ¿Qué les parece?



http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/matute/amm.htm


Adiós Ana María Matute.

Triste noticia. Se fue una de las grandes de la literatura española. Si no la han leído, les recomiendo que busquen sus libros. Los van a disfrutar       

25/5/14

Una vez más, el horror

Leo, veo, escucho con horror las historias de esta semana: el asesinato de jóvenes en Santa Bárbara, los muertos en el Museo Judío de Bélgica, las muertes de niños y adolescentes víctimas de bullying en este país, el triunfo de Le Pen, el cura pederasta de San Luis Potosí... y recuerdo a Fernando Pessoa: "Si el corazón pudiese pensar, se pararía". 

En poco más de un mes se cumplirán veinte años del atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina, que costó la vida a más de 80 personas. Comparto con ustedes este texto que escribí hace ya algún tiempo y que tiene que ver con los brotes de antisemitismo y de intolerancia de todo tipo. Tal vez venga al caso. Tal vez...




¿Por quién suena cada lunes el shofar?
Sandra Lorenzano
…está sonando por ti
El 18 de julio de 1994, a las 9:53 de la mañana, algo cambió en nuestra historia para siempre. Una camioneta blanca se estrelló contra el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en pleno centro de Buenos Aires, provocando la muerte de 85 personas – de las cuales 67 estaban dentro del edificio, y las demás pasaban cerca -, que fueran heridas unas 300 más y que el edificio quedara destruido. Fue el mayor atentado terrorista de la historia argentina. Las investigaciones señalan los lazos del gobierno de Carlos Menem y Hezbolah. Hoy, en las paredes de la nueva sede, los nombres de las víctimas son una marca en la memoria de todos. También en la banqueta, si uno camina por la calle Pasteur, puede encontrar pequeñas placas de bronce con un nombre y una fecha. Como en aquella obra sobre la memoria que Christian Boltansky hizo en las calles de Berlín. No fue un artista quien las puso aquí. Fueron las familias. Fueron los vecinos de ese barrio en el que conviven judíos y coreanos, tucumanos y paraguayos, comerciantes y estudiantes, médicos y empleados del Hospital de Clínicas, y de los pequeños cafés y negocios. Un barrio que si estuviera en otra ciudad menos acostumbrada a las migraciones internas y externas sería considerado un “experimento multicultural”. Allí es simplemente una parte del “Once”. A 16 años del atentado, la memoria y el reclamo de justicia quieren permanecer intactos. Y porque somos hijos de una misma sangre y nuestras historias no son tan distintas, porque la solidaridad quizás sea aún posible, uno de los oradores invitados a la ceremonia es el juez Baltasar Garzón.
El 18 de julio de 1994 fue lunes. Y desde entonces, todos los lunes un grupo de gente se reúne frente a los Tribunales para recordar a las víctimas del atentado a la AMIA y exigir que se haga justicia en un país que poco a poco empieza a cambiar su perfil (un paréntesis para celebrar dos hechos históricos sucedidos esta semana: la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo – una de las consignas de la lucha fue “A igual amor iguales derechos” y convirtió a la Argentina en el primer país del continente en tener este tipo de legislación – y el nuevo juicio a Jorge Rafael Videla). El inicio de la ceremonia de los lunes lo marca el shofar con su sonido antiguo y desgarrador. “Memoria activa”, la asociación que promueve esta ceremonia del recuerdo, me invitó hace ya muchos años a hablar una mañana. Me gustaría compartir con ustedes lo que dije en ese momento, tan conmovida y sacudida como lo estoy hoy:
Soy de la raza del libro con que se construyen las moradas, escribió Edmond Jabès dueño de ninguna patria, dueño de todas las voces y de la mirada oblicua de la extranjería. Los libros, las palabras son la morada, aquello que nos protege de la intemperie, que nos da asideros ante el dolor, aquello que hace que no sea grito permanente el desgarramiento. Suelo arroparme con palabras, buscar su tibieza en el desamparo, su rostro familiar ante lo desconocido. Suelo buscar en las palabras la protección que la realidad tantas veces nos niega. Quizás por eso empecé con esa frase de Edmond Jabès. Porque también para mí la patria está en los libros, aunque por supuesto hay lugares en el mundo que me duelen más que otros, lugares donde cada noticia del diario se me hace carne, donde cada mañana en la plaza es una marca para siempre. Entre esos lugares está el que eligieron hace más de un siglo mis abuelos para fundar una vida, para que crecieran sus hijos y los hijos de sus hijos mientras el mundo fuera mundo y las estirpes condenadas a cien años de soledad nacieran sólo con las huellas de la memoria. “Y fue por ese río de sueñera y de barro”, dice un verso entrañable; un río maravilloso y atroz, origen y final para tantos. Llegaron cantando en idiomas que ya no recordamos, con la nostalgia grabada para siempre en las pupilas. Pero la historia parece tantas veces desconocer los deseos y los amores, los anhelos antiguos de aquellos inmigrantes, y el mundo siguió siendo mundo y las estirpes siguieron condenadas a los desencuentros. Como dijo el poeta, “cumplida no fue su joven voluntad”; no fuimos felices como ellos lo soñaron, no nos cubrió un cielo protector, no siempre supimos del amor y de la risa, no pudimos dejar que nuestras raíces crecieran en paz, ni las nuestras ni las de los hijos de nuestros hijos. Y vamos por el mundo con nuestro hogar a cuestas y un determinado brillo en la mirada, o una cierta cadencia en el habla que muestra ese lugar que nos duele más que otros. “Tengo un dolor aquí del lado de la patria”, escribió la uruguaya Cristina Peri Rossi. Pero a pesar del horror, de la muerte, de los infinitos exilios, a pesar de haber atravesado el siglo más terrible de la historia de la humanidad, a pesar del humo que ahuyentó a los pájaros de Buchenbald, como lo cuenta Jorge Semprún, del ruido ensordecedor que nos cubrió un día cualquiera de agosto del 45, a pesar de los 30 mil árboles truncados que nunca crecerán en nuestros bosques, a pesar de las ausencias que cubren el aire, de no haber podido cumplir aquel viejo sueño, a pesar de julio del 94, estamos aquí diciendo presente, exigiendo justicia, convocando con el shofar a aquellos abuelos del principio de los tiempos, compartiendo con ellos nuestras palabras, nuestras moradas. Y es así simplemente porque tenemos memoria, aunque tantas veces quieran borrarla por decreto, cancelarla con enmiendas y con leyes. La memoria nos salva del ahogo, nos convierte en militantes de la vida, nos permite que estos lunes en la plaza sean también una charla cercana, íntima, con nuestros muertos queridos, una charla íntima que alguien llamó testimonios, aunque sepamos que nadie puede dar testimonio sino el testigo y que los verdaderos testigos son en realidad aquellos que no están. Y sin embargo es por ellos que tenemos la obligación de seguir hablando, de seguir recordando, de seguir dando nuestro imposible testimonio. Porque sabemos que el antónimo del olvido no es la memoria sino la justicia. Por eso salimos de nuestras moradas acompañados por todos: por los que están y por los que no están, por los que fueron y serán, por los siglos de los siglos. Así sea.

21/5/14

Un abrazo al tío Quino y a Mafalda


He hecho muchas cosas de trabajo durante el día, pero todo el tiempo he tenido presentes las ganas de escribir, siquiera unas líneas, de gusto, de emoción, de felicidad, de orgullo, qué se yo, por el Premio Príncipe de Asturias otorgado a Quino. 
¿Qué quieren que les diga? Es como si hubieran premiado al tío más querido, al que siempre nos consiente, al que desde chicos hemos elegido como el cómplice más cercano. Así me siento.
Sé de memoria prácticamente todas la tiras de Mafalda (quién lo dude puede ponerme a prueba en este mismo instante) y es mi referencia bibliográfica más frecuente. Ella nació cuando yo estaba aprendiendo a leer, quiere decir que su realidad fue la realidad de mi infancia, sus preocupaciones las mismas que yo escuchaba en casa, y aunque seguramente no le entendía demasiado de qué hablaban -ni ella ni mis padres-, yo sentía que compartíamos un modo de mirar el mundo. O quizás ella me enseñó a mirarlo como aún lo miro: con pasión, con ganas de cambiarle tantas cosas, con ironía, con una cierta distancia que duele. 
Ella nació cuando yo estaba aprendiendo a leer y logró, como Peter Pan, quedarse siempre con seis años. Yo no pude. Crecí y seguí leyéndola. Tengo una hija que también creció leyéndola (o escuchando mis "citas", pobre). Me hice mayorcita (por decir lo menos) y sigo leyéndola. Porque es parte de mi vida, de mi historia, de mi memoria (y ya saben cómo soy de obsesiva con el tema de la memoria), porque tuvimos un citroncito igualito al de su papá, porque tuve mi propio Guille (aunque a mi hermano le pusimos Pablo), porque tuvimos una tortuga y amigos que todavía hoy son nuestros compinches, porque me hace amar y odiar a la argentina que también soy... 
Y porque sí, porque hoy quisiera abrazarlos a los dos: al "tío" Quino y a ella, escribo estas líneas apuradas y felices, sólo para decirles GRACIAS, e invitarlos a jugar a la plaza. ¿Dale que sí?

6/5/14

"Social skills?"

Cuando tenía 5 años, mi mamá me mandó, con vestidito verde de terciopelo, cadenita y medalla con mi nombre -"Sandra"- garigoleado, y zapatos blancos de Les Bebes, a la fiesta de una compañerita de la escuela. Regresé con toda la medalla mordida porque no supe qué otra cosa hacer con tanta gente –grandes y chicos- alrededor. Desde ese momento sé bien cuál es mi “coco”: me faltan lo que suelen llamarse “social skills”. Claro que con los años he aprendido a desenvolverme con más o menos pericia en esas situaciones que desde días antes me provocan una angustia brutal: fiestas, comidas, reuniones de todo tipo. No saben la cantidad de veces que he pensado en preguntarles a mi “compañeros de diversión” si no tendrían problema en que yo me pusiera a leer, por ejemplo. Pero no me animo. Creo que les molestaría. (Fíjense que no se ve mal que la gente se la pase clavada en su teléfono mientras otros charlan entre sí, pero sí si sacas un libro. Ergo: ya he empezado a leer tímida y disimuladamente en mi iPhone cuando estoy rodeada de gente. Tengo ahí unas novelas geniales. ¡No se lo cuenten a nadie, por favor!). Si supieran que para mí la escena ideal es la de los silencios compartidos… ¿No les parece maravilloso estar leyendo junto a la gente querida, cada quien  su libro, y cada tanto levantar la cabeza para hacer algún comentario? No hay nada mejor que esa complicidad.
En fin, soy un horror, lo reconozco: me aburro con muchísima facilidad en situaciones sociales. O me angustio. O las dos cosas a la vez.
Ya no me cuelgo nada “mordible”, por las dudas, pero sigue dándome culpa la violencia dental que recibió esa pobre víctima de mi poca capacidad para las relaciones públicas.

Y si por casualidad están planeando hacer alguna fiesta, ¿sería mucho pedir que pusieran un “rincón de lectura”? 

Vean qué maravilla:
"Comparto la obstinación con la que Hermann Broch repetía: descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela. La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela (...). El espíritu de la novela es el de la complejidad. Cada novela le dice al lector: 'Las cosas son más complicadas de lo que piensas'." Milan Kundera, El arte de la novela.
¡Lindo martes para todos!

22/4/14

"En busca del cuento perdido". Poemas leídos el 22 de abril


Nocturno de la estatua
Xavier Villaurrutia
Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: «estoy muerta de sueño».

Noche oscura
San Juan de la Cruz
En una noche escura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche, que guiaste;
oh noche amable más que el alborada;
oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada, con el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire del almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

Noche
Vicente Huidobro
Sobre la nieve se oye resbalar la noche
La canción caía de los árboles
Y tras la niebla daban voces
De una mirada encendí mi cigarro
Cada vez que abro los labios
Inundo de nubes el vacío

En el puerto
Los mástiles están llenos de nidos
Y el viento
gime entre las alas de los pájaros
Las Olas Mecen El Navío Muerto
Yo en la orilla silbando
Miro la estrella que humea entre mis dedos

La noche
Alejandra Pizarnik
Poco sé de la noche
pero la noche parece saber de mí,
y más aún, me asiste como si me quisiera,
me cubre la existencia con sus estrellas.
Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte.
Tal vez la noche es nada
y las conjeturas sobre ella nada
y los seres que la viven nada.
Tal vez las palabras sean lo único que existe
en el enorme vacío de los siglos
que nos arañan el alma con sus recuerdos.
Pero la noche ha de conocer la miseria
que bebe de nuestra sangre y de nuestras ideas.
Ella debe arrojar odio a nuestras miradas
sabiéndolas llenas de intereses, de desencuentros.
Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos.
Su lágrima inmensa delira
y grita que algo se fue para siempre.
Alguna vez volveremos a ser.

Poema de los dones
Jorge Luis Borges
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.

Historia de la noche
Jorge Luis Borges
A lo largo de sus generaciones
los hombres erigieron la noche.
En el principio era ceguera y sueño
y espinas que laceran el pie desnudo
y temor de los lobos.
Nunca sabremos quién forjó la palabra
para el intervalo de sombra
que divide los dos crepúsculos;
nunca sabremos en qué siglo fue cifra
del espacio de estrellas.
Otros engendraron el mito.
La hicieron madre de las Parcas tranquilas
que tejen el destino
y le sacrificaban ovejas negras
y el gallo que presagia su fin.
Doce casas le dieron los caldeos;
infinitos mundos, el Pórtico.
Hexámetros latinos la modelaron
y el terror de Pascal.
Luis de León vio en ella la patria
de su alma estremecida.
Ahora la sentimos inagotable
como un antiguo vino
y nadie puede contemplarla sin vértigo
y el tiempo la ha cargado de eternidad.
Y pensar que no existiría
sin esos tenues instrumentos, los ojos.

Poemas de amor 4
Darío Jaramillo Agudelo
Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;
un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.
Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo.
Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.

14/4/14

Sí, quise ser Simone de Beauvoir

Sí, quise ser Simone de Beauvoir. 
Lo confieso este 14 de abril en que se recuerda un aniversario más de su muerte. He contado otras veces que pocas cosas me emocionaron más que el permiso de mis padres, cuando cumplí doce años, para leer todo lo que quisiera de la biblioteca de la casa, la de los adultos. ¡Todo lo que quisiera! ¿Se imaginan qué maravilla? Así que me lancé a leer sin orden pero con pasión lo que me resultaba más atractivo en ese momento: Cortázar y Roberto Arlt del lado de los argentinos, Arthur Miller y Tenesee Williams por el lado del teatro (en esa época pensaba que sería actriz), en una genial colección que publicaba Losada, Alfonsina Storni (por aquello de que se había suicidado frente al hotel que mi bisabuelo tenía en La Perla), Horacio Quiroga porque en la escuela no nos dejaban leer más que los Cuentos de la Selva… En fin, me volví una lectora tan caótica como he seguido siéndolo a lo largo de los años. Sospecho que entendía poco de las páginas y páginas que devoraba, pero como sabemos (Sylvia Molloy lo ha explicado mejor que nadie) “el lector” y “el escritor” surgen también de una pose. Y a mí, esa pose –la de la chica que lee trepada a las ramas de algún árbol, o tirada en el sillón del living- me encantaba.
Pero llegó el verano de 1974 con mis catorce años y un aburrimiento feroz. Me aburría como uno sólo se puede aburrir en la adolescencia: con todo el cuerpo. Me aburría en el club, me aburría en casa, me aburría con la gente, me aburría sola… Fue entonces cuando mamá bajó de uno de los estantes “Memorias de una joven formal”. ¿Astuta, mi madre, no? Pasé del aburrimiento a la obsesión: yo quería ser como esa chica y estudiar y leer y escribir y discutir de filosofía. Aunque “El segundo sexo”, que leí varios años después, fue clave para mí como para todas las mujeres desde que se publicó, siempre preferí su obra narrativa: “La invitada”, “Los mandarines”, “La mujer rota”, “Una muerte muy dulce”, “La ceremonia del adiós”
París estaba lejos, yo nací cuando Simone tenía más de cuarenta años, no me interesaba demasiado Sartre, pero el puente que mi madre tendió entre ella y yo fue de complicidades absolutas, de un compromiso con las mujeres que no necesitaba de etiquetas entonces ni las necesita ahora, de amor por las palabras.

Sí, confieso que quise ser Simone de Beauvoir.

8/4/14

9 de abril



A fines de mayo de 2006 hice el viaje más difícil de mi vida. A Buenos Aires. A mamá iban a operarla para sacarle un pequeño quiste y nos había pedido a los cuatro hijos que estuviéramos acompañándola. Si la distancia siempre es un horror, se vuelve intolerable cuando le pasa algo a nuestra gente querida. Así que volé en el primer avión que encontré, sin imaginar que mi vida iba a cambiar para siempre. El resultado de la biopsia fue implacable: en realidad el quiste era la metástasis de un cáncer contra el cual no se podía hacer ya nada.
La mayor parte de ustedes no conoció a mi mamá, por eso no saben que era una mujer alegre, sonriente, optimista. Y en realidad no dejó de serlo hasta el último minuto de su vida, dos meses después de que recibiéramos el brutal diagnóstico. Sus fantasmas interiores no aparecían en la vida cotidiana sino en las esculturas fuertes, desgarradas y maravillosas que hacía en madera, tan suaves que daban ganas de acariciarlas. Allí sí aparecían la dictadura, la violencia, los cuerpos de mujeres asesinadas, su compromiso con los derechos humanos, con las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Cuando a los sesenta y tantos años ya no pudo seguir tallando, se volcó hacia la pintura, y dejando de lado los fantasmas, fue los suyos cuadros luminosos, de colores brillantes. ¿De dónde sacaba tanta alegría?
Incluso en esos últimos dos meses fue la mujer sonriente y generosa de siempre. Quería que estuviéramos junto a ella todo el tiempo; y nosotros no queríamos separarnos ni un instante. Le compramos un sillón muy cómodo en el que podía estar casi acostada y se instaló en la sala (el “living”, como bien explica Mafalda) durante día y noche para no perderse nada de la dinámica familiar: mi hija, nosotros, nuestras parejas, los amigos más cercanos, mi papá, los primos… todos hicimos de la casa la fiesta de voces, charlas y complicidades que ella siempre amó. Su sueño fue tener una familia grande y ahí estábamos, convertidos en una familia enorme y solidaria. Por turnos nos íbamos a llorar al cuarto de al lado porque todos sabíamos (¿lo sabía también ella?) que ésa era la despedida. Seguíamos brindando por la vida. “Lejaim” (“por la vida”) nos enseñó a decir, como brindaban en idisch nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos.
Uno de esos días le pedí que me cantara algunas de las canciones rusas que cantaba cuando era chica. Sus padres habían nacido en Odesa y en Minsk, y aunque se sentían porteños de pura cepa, hablaban idsich y ruso, como tantos otros. La grabé. Tengo largos minutos de su voz y sus canciones. Nunca he podido ve esos videos. Quizás algún día pueda hacerlo. Quizás se los herede a mis nietos antes de encontrar la fuerza necesaria para verlos. Pero ahí están y me hace feliz tenerlos. Son una suerte de talismán contra el pánico que me da olvidarme de su voz.

Había nacido el 9 de abril de 1937. Hace 77 años.

24/3/14

Día de la memoria 24 de marzo 1976 - 24 de marzo 2014



Mis tres sobrinos, Santiago, Lucía y Sebastián, estuvieron hoy en la marcha del Día de la Memoria. Llevan los retratos de Rina Menna, esa abuela, que los hubiera adorado si la dictadura no la hubiera asesinado cuando tenía 27 años. Y de Domingo Menna, el tío cuya ausencia también llevan en la piel.
Todos tenemos historias amputadas, todos tenemos recuerdos doloridos. Los tres chicos heredan esas historias y esos recuerdos, pero también la capacidad de lucha y de indignación.
No olvidamos. No perdonamos.

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...