2/5/09

La escritora y dramaturga escocesa rompe una tradición masculina de más de 300 años

Carol Ann Duffy, primera mujer en ser distinguida como poeta laureada de GB
Anunció que está lista para “ignorar” las bodas y los funerales de la realeza si no la inspiran

Reuters y Dpa

Londres, 1º de mayo. Por primera vez en 341 años, la corona británica otorgó el título de poeta laureado de Gran Bretaña a una mujer: la escocesa Carol Ann Duffy, nombramiento histórico que podría levantar controversia por el hecho de que la autora, además, es abiertamente lesbiana.

“Me siento honrada por recibir el título de poeta laureada, no sólo por recordar a algunos de los grandes poetas que lo han ostentado desde el siglo XVII, sino por algunos de los maravillosos poetas de hoy día”, manifestó Duffy, de 53 años, a la prensa local.

Luego de celebrar “las contribuciones que han hecho las mujeres a la poesía de Gran Bretaña en los pasados 40 años”, la poeta, dramaturga y autora de cuentos infantiles dijo esperar que después de ella venga otra mujer galardonada.

En la única alusión que hizo a su preferencia sexual, Duffy señaló en entrevista con el diario The Guardian que el debate sobre la sexualidad en Gran Bretaña está creciendo, y celebró el hecho de que ahora cualquier persona pueda sentirse contenta de decir abiertamente que es gay.

Ted Hughes, entre los laureados

El puesto honorífico de poeta laureado fue instituido por el rey Carlos II en 1668 y desde entonces ha recaído en autores tan importantes como John Dryden, William Wordsworth, Alfred Tennyson, John Betjeman y Ted Hughes.

Aunque en la actualidad se le considera un reconocimiento simbólico, en teoría esa distinción obliga a los poetas a escribir versos en honor de las ocasiones especiales de la monarquía, como los cumpleaños de los reyes, así como bodas, bautizos o funerales.

Hasta hace unos años, el cargo era ocupado de forma vitalicia, pero tras la muerte de Ted Hughes en 1998, el entonces primer ministro Tony Blair decidió que el poeta laureado sólo lo ocuparía por 10 años.

En ese momento había dos nombres que sonaban para sustituir a Hughes: el de la propia Duffy y el de Andrew Motion, quien a final de cuentas resultó elegido en 1999.

Medios británicos sugirieron que Blair prefirió a Motion por miedo a que los sectores conservadores reaccionaran mal por el hecho de tener a una escritora lesbiana en un cargo tan tradicional como el de poeta laureado, pero Blair siempre negó esa acusación.

Carol Ann Duffy, captada ayer, en ManchesterFoto Ap
Al saber que había sido rechazada, Duffy aseveró en aquel entonces que ella no podría ocupar el puesto de poeta laureado. “Yo no escribiría un poema para Eduardo (el hijo menor de la reina Isabel). Ningún poeta que se respete a sí mismo lo haría”.

Sin embargo, en esta ocasión la poeta consideró que su nuevo cargo puede ser útil “para llamar la atención sobre el papel central que puede desempeñar la poesía en las vidas de la gente normal. La poesía está presente en todas partes. Aceptando este reconocimiento, espero poder contribuir a la comprensión de la gente acerca de lo que la poesía puede hacer y dónde se puede encontrar”.

A pesar de las ventajas y la enorme publicidad que implica ser poeta laureado, en el medio literario inglés también se considera a este puesto como una especie de “cáliz envenenado”.

Vicisitudes en el cargo

Motion, el antecesor de Duffy, confesó que los poemas que tuvo que dedicar a la casa real –entre ellos los que hizo con motivo de la boda del príncipe Carlos con Camila Parker– fueron “los más difíciles de escribir”.

Además, en el año reciente se quejó varias veces de sufrir un bloqueo creativo que le impedía hacer los escritos que a él le gustaban. El cargo resultó ser “muy, muy dañino” para llevar a cabo su trabajo personal, advirtió en una entrevista reciente con el diario The Independent.

Sin preocuparse demasiado, Duffy anunció que está lista para “ignorar” las bodas y funerales de la realeza si estos actos no la inspiran. No escribiría ni publicaría nada que no sintiera que tiene que ver conmigo”, afirmó.

Los poetas laureados reciben una percepción simbólica de 5 mil 750 libras anuales (unos 8 mil 500 dólares) y también se les recompensa con un barril de vino. Con buen humor, Duffy anunció que como “a Andrew (Motion) no le han dado el suyo, yo voy a pedir el mío por adelantado”.

29/4/09

¡¡Para pensar en algo que no sea la influenza!!

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/43799.html


Sandra Lorenzano
Una tarea éticamente necesaria

25 de abril de 2009


“Donde el tejido social se deteriora, la comunicación se rompe y la única puerta falsa que se abre es la de la violencia o las drogas, hay una tarea éticamente necesaria: proyectos culturales para la construcción de ciudadanía y cohesión social”.
Con esta frase terminaba Lucina Jiménez uno de sus artículos en enero pasado en este mismo periódico. Hoy que tenemos una nueva responsable de la cultura del país —es decir, que se abren puertas y ventanas que buscan ventilar y renovar el área—, es imprescindible volver a pensar sobre su sentido.

Estamos ante una realidad diferente a aquella en que el “ogro filantrópico” gozaba de buena salud; ahora yace agonizante y esto exige mayor participación de la llamada sociedad civil. No es quedándonos de brazos cruzados como lograremos hacer del proyecto cultural del país algo sólido y propositivo. Podemos preguntarnos, entre otras cosas, si se han creado los espacios de reflexión ciudadana para estos temas.

Quizá este sea un buen paso para comenzar los nuevos trabajos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta): la creación de foros de reflexión y análisis en los que participen las diversas instancias vinculadas con el campo cultural: el/los gobierno/s, la iniciativa privada, los grupos sociales interesados, los medios de comunicación, los académicos, los artistas.

Acostumbrados a pensar las políticas culturales fundamentalmente desde la idea del “consumo”, dejamos que el presupuesto se nos vaya en exposiciones y festivales, o cuando mucho en becas a artistas, o en homenajes, o en el apoyo a algunos proyectos “políticamente correctos”.

Pero no se trata sólo de propiciar el consumo como modo preponderante de acercarse a la cultura, sino también de fomentar la apropiación del patrimonio cultural por parte de los diversos actores sociales, especialmente de los sectores menos favorecidos, y del impulso a la creación en todos sus aspectos. Mientras no pensemos de manera conjunta estas acciones no lograremos darle a la cultura la dimensión que tiene en términos del desarrollo de un país.

Una de las propuestas de organismos como la UNESCO o la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) es considerar a la cultura no como un medio para alcanzar los fines del desarrollo, sino como la base social de los fines mismos; en este sentido proponen concebir el desarrollo en términos que incluyan el crecimiento cultural. Pero ¿de qué desarrollo estamos hablando? Del desarrollo no sólo como el acceso a bienes y servicios, sino también como “la oportunidad de elegir un modo de vida colectivo que sea pleno, satisfactorio, valioso y valorado, en el que florezca la existencia humana en todas sus formas y su integridad”.

Evidentemente esta noción de cultura vinculada al desarrollo tiene mucho que ver con la frase de la cual partimos, con la cohesión social y con la ciudadanía.

Hay extraordinarios ejemplos de vinculación de estos campos en programas comunitarios. Pienso, por ejemplo, en la experiencia de Candeal, la favela donde nació el gran músico bahiano Carlinhos Brown, y las transformaciones que allí se dieron a partir de la creación de diversos centros de práctica musical. Lo que era un lugar violento, inseguro, donde campeaban el tráfico de drogas y la delincuencia que trae aparejada, se ha vuelto un interesante núcleo de producción cultural, con grupos de niños y jóvenes que se reúnen a aprender y a hacer música, que se sienten orgullosos de sus orígenes y de su patrimonio.

En un próximo artículo me detendré con más detalle en la experiencia de Candeal, así como en varias otras que se han llevado a cabo en diversas ciudades de América Latina.

Lo que me interesa destacar en estas líneas es la importancia de generar espacios de acercamiento al arte y a la cultura en general, de favorecer la creatividad, de permitir que la experimentación, la lectura y la educación artística promuevan la formación de ciudadanos conscientes, comprometidos, creativos, como modo de dar herramientas a la gente para pensar su propia realidad y, sobre todo, para que sea capaz de transformarla.

Hay datos escalofriantes: de los 170 mil aspirantes que presentaron examen de admisión para entrar a estudiar una licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sólo hay cupo para alrededor de 15 mil. Una cantidad similar quizá pueda ingresar a otras universidades.

¿Qué pasará con los más de 140 mil jóvenes que no podrán cumplir su deseo de estudiar una carrera? ¿Qué opciones les ofrece la sociedad? Habrá quienes piensen que poco tiene que ver esto con las políticas culturales. Allá ellos…

Nosotros creemos que quizá sea este momento de crisis el mejor para poner en la mesa de debate los temas de políticas culturales y su vinculación con términos tales como democracia, ciudadanía y participación. Es un camino ineludible si queremos evitar que siga deteriorándose el tejido social. Es, sin duda, una tarea éticamente necesaria.





Escritora


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24/4/09

Tres textos tres

I.
Un ideograma, un jeroglífico, un simple rayo de luz que dibuja en la roca una marca indescifrable. ¿Otra vez el andariego? ¿El viejo Lu que vuelve a las cenizas? Como si buscara aún lo que fue sólo incendio. Rumor indistinto en su propio oído.

Sombra de agua sobre la senda del despojo. Vestigios. Ruina que sobre ruina construye un rostro. O un ave clavada al horizonte.
Perdida la transparencia el hogar fue una suma de vacíos.
Sobre todo en las mañanas en que la humedad impregna pulmones y papeles, y deja sólo los signos de una escritura diluida. Hay sobres que tuvieron alguna vez los bordes coloreados. Un pájaro reclama su espacio en estas líneas.

II.
La voz es niebla deslizándose despacio por tus vértebras. Como en el tiempo del desierto. Como en el principio moroso de la página.
Uno dos tres
Y el aire entra ahora a los mapas de tu olvido
Borra el grito y el rastro del grito
Borra la ausencia de sombras Cortante mediodía de luz
Los insectos rondan las palabras. Zumbidos. Murmullos familiares dentro de tu propio vértigo.
Siempre hay un hueso obsesionado, decía el poema. Por el tañido de una campana. Por el enjambre que teje despiadado el calor. Por la forma perfecta de tu espalda.
Un hueso que borda el ideograma del camino. Con hilo de seda. Inventa un origen. Un signo para cada uno de tus ríos.
Nunca un nombre.
Como en el principio. Como en las piedras que dejaste una tarde sobre otros relatos.

III.
La crueldad de las estaciones juega con la tierra y lo que oculta. Así comienza el relato. El de todos. Los escombros nos son más que fragmentos de imágenes que el verano abandona. Aunque siempre queda algo que remite al primer olor. ¿Limón? ¿Verbena? Un dejo agrio. El deshielo abre pequeños hilos de agua que luego serán grietas sobre todos los nombres. Y tu padre, y el padre de tu padre habrán visto sólo fracturas en la plegaria. Se escapa el recuerdo de la piel, quizás las uñas imaginen lo que han vivido, o el fondo de tu propio oído. El del vértigo. ¿Cuáles son las raíces que arraigan…? Sonidos que fueron palabras que fueron una amorosa declaración cualquier otoño. ¿A quién? ¿Cuándo? ¿Cuál es la punta del murmullo que encerraba el polvo? Mi voz trae arrastrando las voces del olvido. ¿…qué ramas crecen en estos escombros pétreos? Equipaje ligero si el viento soplara del este. O vacío. Hubo un invierno de silencios que pesa más que todo el resto de la carga. Y no hay aire. Sólo este tiempo helado. Silere.

12/4/09

Notas cada tanto

12 de abril de 2009

Desde siempre he sentido que los domingos en la tarde sólo hay lugar para la poesía. Una vez que hemos renunciado a meternos en algún centro comercial para ver cualquier película de las que las grandes cadenas de exhibición deciden que tenemos que ver, o cuando hemos terminado de secar el último plato de la extenuante comida familiar (¿quién las habrá inventado? Me entusiasman y me agotan por igual), cuando ya no se percibe ni el zumbido del partido de futbol que ha escuchado con devoción el portero del edificio, y el perro que tienen amarrado todo el fin de semana en la terraza que se ve desde mi ventana ha dejado de ladrar (y mi Lola ha dejado de responderle), sólo queda lugar para la poesía. No es cosa de ponerse melancólica - aunque algo de eso siempre hay - sino de sentarse cómodamente (de “repatingarse” en nuestro sillón favorito, como decía Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero; por lo menos en la traducción que leímos hace ya demasiado tiempo) con el mejor libro de poesía que se nos atraviese en el camino, y dejarnos llevar por las palabras (iba a escribir “por la música de las palabras”, pero me pareció terriblemente cursi).
En fin, que desde hace unos meses ando devota de José Ángel Valente, así que será entre sus páginas que pasaré mi tarde de domingo de esta semana que para parte de la humanidad fue “santa”, para otra parte fue el pretexto para unas siempre breves vacaciones, y para nosotros, los hijos de mi madre, fue semana de cumpleaños y duelos.
A pesar de las tristezas, fue también semana de libros y de sol, y las dos cosas son siempre agradecibles.
Y de amorosa compañía, y eso es mucho más agradecible aún.
Me tiro en el sillón rojo que Ulises, el gato de Mariana, ha decidido que es el mejor sitio para afilar sus ya de por sí afiladas garritas, y abro al azar el libro editado por Galaxia Gutenberg:

El amanecer es tu cuerpo y todo
lo demás todavía pertenece a la sombra.

Tus lentas oleadas fuerzan
la delgada membrana
del despertar.

Anuncias qué: no el día,
sino la quieta
duración del latido
en la sombra matriz.

Te anuncias,
proseguida y continua como
la duración.

Durar, como la noche dura,
como la noche es sólo sumergido cuerpo
de tu visible luz.

23/3/09

24 de marzo de 1976 - 24 de marzo de 2009

A 33 años del golpe militar que instaurara la más sangrienta de las dictaduras en la Argentina:

¡Ni olvido ni perdón!


LA MEMORIA (León Gieco)
http://www.youtube.com/watch?v=_bC9mqsGeJQ

22/3/09

Algo más de Tomás Segovia para las saudades del domingo

Soplos en la noche

Aquí contra mi piel el soplo
de tu respiración dormida
Y al otro lado afuera
El susurro del viento errante por la noche
Que trae de los trasfondos la efusión solitaria
Del tumulto callado de las cosas
Y entre uno y otro soplo
Con las alas abiertas cayendo por el tiempo
La extensión del abrazo
de un dichoso yo mismo de musical ausencia
Que bebe un hondo río de amor y de misterio
Cuyas dos manos son
Dos alientos disímiles.

20/3/09

Travesías de domingo (¡en viernes!)
20 – marzo – 2009

Para María Luisa y Tomás

¡Cuánto silencio en este blog! Y no del bueno, del que hay que buscar para encontrar la palabra verdadera, como decían por ahí. No. No ese silencio que algunos persiguen en las montañas, como el gran marginal Erri de Luca, ese “gran menor” (perdón por la deleuziana referencia) que se siente en las montañas (Alpes, Apeninos, lo mismo da) como en su casa, o mejor que en su casa. Erri de Luca trabajaba en la Fiat, o a veces como obrero de la construcción, mientras militaba en la izquierda más extrema que ha dado Italia, pero tenía dos caminos con los que escapaba de la fábrica y de la militancia: la Biblia (él, el gran ateo, se despertaba unas horas antes que sus compañeros y aprendía hebreo para leer los antiguos relatos. Después aprendió yiddish para no dejar que una lengua muriera. Él, sin una gota de sangre judía, se despertaba para sostener, con 22 letras, el universo entero), y el montañismo. Hay que ir a sus cuentos, a sus personajes solitarios, a la hermosísima novela de formación Montedidio para saber lo que el descubrimiento de la soledad y del aire transparente de las montañas han hecho con este hombre de pocas palabras. ¿Para qué más si todo está en unas cuantas miles de páginas que nos acompañan casi desde siempre?
No fue el mío ese silencio que otros buscan con largas, larguísimas caminatas, de días y días, con apenas una pequeña mochila a la espalda (“la enana”), como este noruego que acabo de descubrir: Tomas Espedal. Su libro Caminar (o el arte de vivir una vida salvaje y poética), publicado el año pasado por Siruela, es un lujo: ágil, profundo, irónico… Se convierte a las pocas páginas en un cómplice entrañable, por lo menos para quien (como yo, tengo que confesarlo) añora cada tanto largos momentos de aislamiento y soledad (¿habrá acaso otro espacio para escribir?). Espedal lleva al extremo el deseo de tantos de abandonar la ciudad de siempre, la rutina, las “comodidades de la modernidad”, y se lanza a los caminos noruegos, o franceses, o italianos, o turcos… Lo importante es caminar, retar al cuerpo a seguir y seguir, y recordar, por ejemplo, algo de las Confesiones de Rousseau: “Nunca pensé tanto ni viví tan intensamente, nunca tuve tantas experiencias ni estuve tanto conmigo mismo – si se me permite usar esta expresión – como durante los viajes que hice solo y a pie. Hay algo en eso de caminar que estimula y reaviva mis pensamientos. Cuando me quedo quieto en algún lugar apenas puedo pensar nada…”. (p.29) Unos zapatos cómodos, un impermeable, un buen libro y salir a encontrarse con la soledad, con el ritmo de la propia sangre, pero también con Heidegger, con las cantatas de Bach, con Whitman. No hay nada como estar solo para llegar a lo más querido, a lo imprescindible. En fin... un gran libro de viajes hacia ninguna parte, como son los mejores viajes.
Pero el silencio de este blog no ha sido el de las caminatas del noruego, ni el de las montañas de Erri de Luca, sino el del que se ha dejado comer (“engullir” sería mejor, o “aplastar”) por el puré del lenguaje cotidiano. El horror. Por suerte siempre está ahí, si queremos verla, una de las mejores maneras de llegar al mejor silencio: la poesía.
Quizás lo que más me ha enriquecido de haber ido al Salón del Libro de París haya sido el encuentro con Tomás Segovia. Frente a tanta palabrería (claro que también hubo buenos escritores, buenas intervenciones y sobre todo buenos amigos) se agradece la falta de vedettismo de Tomás, su modestia propia de los grandes, su calidez; pero más que nada, se agradece, agradezco su palabra poética.
VIENTOS

Ya por el horizonte
se difunde la noche, agua sombría
que moja lo mojado de las nubes murales.
Yo con pasos ausentes recorro la penumbra,
bajo el ala del Tiempo que sobre mí extendida
ingrávida y pausada se desplaza.
Vientos turbios y equívocos disponen
todo el húmedo clima donde arraiga,
ofrecida a la lluvia su fresca carne pura,
como un fruto partido, el peso del destino.
(Este soplo me llega desde oscuras distancias,
cruzó mares que he visto,
arrastra los perfumes de tierras que he pisado,
llenó claras llanuras o bosques sofocantes
donde yo enmudecía y sangraba de amor.
Y en la mitad de este aterido viento,
donde errabundas gotas viajan ciegamente,
siento soplar de pronto un viento diferente,
abierto y luminoso.)
Oh viento tibio y firme, viento bueno
que plasmaba de pronto en aguda presencia
el campo de mi infancia donde una abeja zumba.
Los árboles se instalan noblemente,
los caminos recorren inamovibles huellas,
los sitios tienen nombres persuasivos
que los hacen carnales como el hueso a la fruta.
Y la luz brota desde todas partes,
luz increada y siempre fiel, que inunda
la llanura sin muros donde un niño,
de estatura menor que las yerbas del mundo,
todo él suspendido de dos intensos ojos
que inmóviles lo clavan
a la inasible rotación del día,
se ve sobrepasado por su propio silencio,
que ya secretamente se entiende con la vida.

(Y otra vez desemboco en la áspera tierra
del llovido presente
que palmo a palmo con mis plantas palpo,
andando entre desnudas ondas donde anida
esta memoria que en murmurios muere,
tropezando en la sombra a cada instante
con su imperio cambiante.)

Y este múltiple viento informulable,
como el mudo lenguaje de un destino,
recorre con su soplo las horas de mi vida.
Y dice que su afán secreto fue tan solo
entender aquel puro silencio con que un día
yo descifraba el Tiempo.

18/1/09

Y porque las "Travesías de domingo" son también - son sobre todo - inmersiones en las palabras: entonces, y parafraseando a Adolfo Castañón - a quien quisiera felicitar por el más que merecido premio Xavier Villaurrutia -, a veces (como hoy) prosa...poética

18 de enero de 2009

Entre un silencio y otro no se vislumbra el infinito sino la marca que deja el caracol en el suelo frío. De qué serviría si no tanta derrota. Tantas plegarias dichas a cualquier oído. O aun al vacío de una tarde de invierno. Sin laberinto que hospede al vértigo. El azar no tiene que ver con los dados o el destino. Pesan demasiado las palabras cuando sólo busco hablar de la línea más pequeña de tu mano. Y sigue el caracol de a poco arrastrándose. Alguien dijo que tu vientre sería el libro que colmara mi cóncava curiosidad analfabeta. Huérfano de guerra aprendí entonces a llamarme. Y letra a letra fui marcando cada uno de mis huesos. Única riqueza del baúl del transtierro. Es viscoso el brillo que marca como huella. Vía Láctea de lo mínimo. Para qué más que esta confesión de la minucia, reconcentrada en sí misma.

11/1/09

Travesías de domingo
11 de enero de 2009



También aquí llega - cómo no –, al silencio y a la paz del jardín de Cuernavaca que miro por la ventana. Acabo de leer en Nexos de enero, el primer número de esta nueva época, el texto de Eliseo Alberto “Así escribo”. El querido Lichi empieza diciendo “Una ventana. Necesito tener delante una ventana para sentarme a escribir…” y yo no puedo más que sentirme absolutamente identificada con su deseo. Como aquella mujer de Pánico o peligro, la novela de María Luisa Puga, o como la “Juana” de la canción de María Elena Walsh (“Sé que ustedes pensarán, qué pretenciosa la Juana…”) también yo necesito una ventana para poder escribir, para poder vivir. Aunque hay momentos, como éste, en que quisiera cerrar una oscura cortina para no distraerme, para no cuestionarme, para no sentir la inutilidad de estar metida desde hace casi tres horas en la cabeza y el cuerpo de Leo, mi personaje, músico que huye de la ciudad y se instala en una fría playa casi desierta, o de estar imaginando metáforas para terminar el libro Vestigios que – ahora sí – urge que cierre de una vez, antes de terminar de arruinarlo. Hay momentos como éste, en que quisiera cerrar una oscura cortina, porque también aquí, al jardín de Cuernavaca, llega el estruendo de la guerra en medio oriente. Y llega, por supuesto, cargado de horror, de sensación de impotencia, de indignación, pero también de los ecos de la polémica que ha tenido lugar en el diario mexicano La Jornada, en los últimos días, sobre el antisemitismo de algunos medios de comunicación. El bombardeo israelí sobre la franja de Gaza comenzó en medio de la polémica. Muchos de quienes firmamos una carta contra las expresiones antisemitas de uno de los columnistas del diario, también quisimos expresar nuestro desacuerdo y nuestro horror ante la matanza de palestinos. Ésta es la carta que yo misma publiqué el 6 de enero en el correo de lectores:

Ante la masacre que el Estado de Israel está perpetrando en la franja de Gaza, quisiera expresar mi repudio con una frase que el gran músico de origen argentino Daniel Barenboim dijera hace pocos días:
"Nosotros, el pueblo judío, debemos saber y sentir con más urgencia que otros que el asesinato de civiles inocentes es inhumano y inaceptable".
No hace falta ser judía para oponerse al antisemitismo. Ni negra para oponerse al racismo. Ni palestina para oponerse a la violencia en Medio Oriente. Ni homosexual para oponerse a la homofobia. O hace falta, justamente, serlo todo a la vez: soy judía, soy negra, soy palestina, soy homosexual, soy indígena. Por eso hoy estoy obligada a gritar:
¡ALTO A LA MATANZA DEL PUEBLO PALESTINO!


Hoy, frente a mi ventana, el estruendo de la guerra me trae también la posibilidad de reflexionar, de analizar, de separar el trigo de la cizaña. Una vez más, como tantas otras, esta posibilidad encuentra palabras en un texto de Ricardo Forster publicado en Página 12.
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-117998-2009-01-11.html
Vale la pena leerlo y releerlo. Vale la pena pensarlo. Vale la pena recuperar lo mejor de la tradición del humanismo judío, reflexivo, sensible, hospitalario. El humanismo de Franz Rosenzweig, de Martín Buber, de Emmanuel Lévinas, de Edmond Jabès y tantos otros. O el de las voces que se levantan hoy incluso en Israel en contra de los asesinatos a palestinos: la voz de Daniel Barenboim, la de Amos Oz. Del primero extrañamos el diálogo agudo y comprometido que sostuvo durante tantos años con Edward Said y que proyectos tan importantes generó. De Amos Oz recupero, como lectura de domingo, sentada ante mi ventana, el libro Contra el fanatismo. Con él seguiré la travesía de hoy.

10/1/09

1. Y el fragmento es eso simplemente: el talento de la piedra, en el calor del verano, para encontrar el ritmo preciso sobre el agua. O podría decirse de otra manera. Más cercana a la piel quizás. Al deseo que encierran las chicharras. Al delirante grillo que te nombró toda la noche. En otro paisaje. Tentada estuve de escribir “En otra vida”. Como si las estaciones cambiaran con los años. Como si los trenes sucumbieran ante el vértigo, lejos del embrujo de las siestas de sábanas húmedas.

2. No es más que el rumor de alas que escuchábamos por la tarde. Uno: Dos: Y al tercer salto sólo queda ahogarse sin haber conocido el nombre que gritaba el ángel. Aunque también está la opción de los caminos de tierra y las flores amarillas. Como tu frente contra el espejo. Más claras tal vez. O más brillantes. De todos modos sería una imagen repetida. Similar a las postales que guardabas en el sobre. Pedazos sueltos.

3. Pero podría haber sido un día lluvioso. Un festín de humedad los huesos a la intemperie. Para dejar una marca más en la pared. Una hendidura, una huella. Sabes que lo mismo da. De todos modos el viento ignorará estas cenizas. El barro que guarde tus rodillas se secará como cada año. Las gaviotas escarbarán sin pudor en los desechos. Como siempre. Hay cosas que no cambian. Aunque sería mejor buscar otra imagen. Otras palabras.

10 de enero de 2009

30/12/08

Seguimos con los "poemas". No es mal modo de terminar el año, no?

Los pasos van pautando el ritmo del silencio. Y es el aire solamente una cortina de luces. Un refugio que ha olvidado el desierto. Fue de sangre la primera palabra.
De la densa sangre del ausente.
De la carne robada al horizonte.
Humus oscuro.
Peces en llanto.
Un fulgor dibujaba las pupilas, el nombre escondido en el aliento. Para que la forma engendre a la forma. El contorno de las manos cóncavas. El rastro nocturno de tus voces.
Amarilla es la sal de cada ola, la que orla las orillas de tus mares. Salado bautizo de los pájaros. Errante simiente entre las islas. El origen es siempre huella en la madrugada. Transparencia de cenizas. Recuerdo de otros huesos.

3/12/08

1.
Y si tu piel se cubre de algas seré el reflejo sobre la arena. La voz que recuerde tus pupilas. La penumbra de tu tacto. Arde la brisa sobre el mar. Pero son otras las historias que te cuento para adormecerte. Sin naufragios. Sin campanas. Sólo con el sepia de tu nombre. Con el vuelo errante del ángel. Con las ciudades que atardecen antes de tiempo.

2.
Lengua madre. Violenta. Azul entre los restos de la batalla. Tartamuda insigne.

3.
Porque de azares está hecho el juego del invierno. Desterrado de ti había escrito alguien en el muro. Bajaba la hiedra y el horizonte era el futuro más lejano. Algo de humor habían pedido, algo un poco más ligero. Pero yo tenía cenizas en las manos.

4.
Despliega las velas de tu silencio. Para amarte plena.

25/11/08

“La isla en otro tiempo fue la ausencia, el agujero, el olvido.” (E. Jabès)
Túmulo perdido en el grano más callado de la sal
Sombra de tu cuerpo en las madrugadas de viento
Las que guardas en las puntas de los dedos
En la huella violenta de las comisuras
Y era humedad de hojas la que inventaba el aliento
Para hablar otra vez del desfile de tus huesos.
Si nunca aparecieran tras la bruma las voces
Te quedarías sin muelles
Sin retazos de historias
Sin la luz que se filtra vuelta rastro del insomne
De nada valdría entonces ser el que invoca el latido de la hierba
La caricia
El canto
La plegaria oscura del desencuentro.

3/11/08

1. La imagen se escapa como siempre transformada en cenizas.

2. Respiran tierra. Raíces húmedas. El camino que inventaron las hormigas. Precaria salvación la que buscaban.

3. No hay rezo posible en agosto, señora de tinieblas. El mes más cruel se deshace en bruma que oculta las orillas.

4. Si hubo tibieza hoy es Kaddish mudo ante el sol.

5. Quizás sea el rastro del susurro, la sombra suave en la curva del cuello, los dedos que acarician la madera.

6. El nombre pudo haber sido cualquier otro, pero no los ojos, no las voces. No su voz.

7. ¿Será cierto que las manos forman las palabras? Como cántaro ansioso del que beberemos. Como caricia en cada hueso.

8. Con los brazos en cruz. La cabeza hacia el Oriente. Como si fuera uno más de los muertos del desierto. De los muertos tartamudos del desierto. Lejos del mar. Lejos del camino que permite el regreso.

9. Los brazos en cruz. La cabeza hacia el Oriente. El rezo lejos del mar.

10. El murmullo crece. Murmullo tartamudo del desierto.

11. Pero el mío es paisaje de ríos y de otoños, de luz que se filtra por las hojas. Paisaje de aire.

12. Paisaje de abandonos.

13. Los ríos son también la tumba secreta. Violencia de ramas y lodo que se arremolinan. La cabeza hacia el Oriente.

14. Podría recordar ahora alguna imagen lejana. Podría, tal vez, hablar de la piel en el instante en que entra al agua, del temblor, de las huellas en el cuerpo. De los vestigios de un tiempo ajeno en las tribulaciones de la lengua. En el balbuceo que me deja sin nombre. Podría, quizás, añorar el desierto.

15. Tartamudas son las venas que me alejan de la arena. Los brazos en cruz. Las palabras que me faltan. La piel que tiembla al entrar al agua. El murmullo crece. Vestigios.

16. A lo lejos suena una sirena, ladra un perro. El mundo es el que es aunque las palabras se ahoguen en el quiebre. Aunque no haya ríos. Ni otoños. Aunque agosto sea el mes más cruel.

Octubre de 2008

10/10/08

Un intelectual sin miedo a la política
Estudiantes y activistas se asomaron gracias a él por primera vez al pensamieto crítico. Tuvo que exiliarse durante la dictadura y en 2004 ganó el Konex al Ensayo Filosófico. Fue uno de los impulsores del espacio Carta Abierta.



Por Facundo García

Nicolás Casullo falleció ayer a los sesenta y cuatro años, víctima de un cáncer. Los libros van a recordar al intelectual comprometido que se centró en temas como la memoria, el peronismo, la escritura y la crítica cultural. Pero hay otra dimensión igualmente intensa por la que el investigador, docente y escritor merece quedar para la posteridad: la lucidez con la que encaraba sus intervenciones políticas, y la calidad de sus clases en la universidad pública –donde aunaba erudición y giros callejeros– permanecerán en el recuerdo de los miles de estudiantes y activistas que gracias a él se asomaron por primera vez al pensamiento crítico.

El maestro, nacido en Buenos Aires en 1944, era de los que se cuentan con los dedos de la mano. Pocos saben que su abuelo había sido pastor metodista, por lo que la frecuentación de la Biblia era casi obligatoria en su casa de infancia. “Cosa que agradezco –decía él– porque quizá lo que le falta en un noventa y cinco por ciento al pensamiento científico social, al pensamiento de las humanidades, es una lectura de lo bíblico, una lectura en cuanto a darse cuenta de que todo proviene de ahí.”

Junto a una inteligencia vivaz, Casullo era capaz dar sentido a las emociones, al plano mítico y las fiestas del cuerpo. Confesaba que en Almagro había aprendido desde temprano los rudimentos del peronismo. Y no asimilando frías concepciones, sino pateando veredas y relojeando las cantinas. Su familia, de origen vasco-italiano, era un polvorín cuando se hablaba del asunto. Su madre era partidaria de Evita y su papá, un antiperonista recalcitrante. Avanzando en ese terreno minado, el hijo supo ver en el movimiento de los descamisados una senda posible para el cambio social.

La juventud confirmó el amor por las letras y las reivindicaciones populares. A los veinticuatro años Nicolás está en París, con el entusiasmo inflamándole la sangre. Corre Mayo del ’68 y el muchacho presencia, emocionado, una rebelión que intuye histórica. Las anotaciones en su diario íntimo llegarán a las librerías tres décadas después, en París 68. Las escrituras, el recuerdo y el olvido. Mao, Sartre, el Che, Lumumba, todos están en esas hojitas que ya muestran la pasión de quien quiere fundar un vivir-razonando a partir de las herramientas que daban las grandes figuras, pero también con trozos de política argentina concreta e impresiones personales.

Su primera novela carga un título de oro. Para hacer el amor en los parques se publicó en 1970 y casi inmediatamente fue prohibida y requisada. También en este caso hubo que esperar más de treinta años para conseguir el texto en las librerías; y a medida que las nuevas generaciones descubren ese relato salpicado de irreverencias, se remueve una porción del velo histórico que se impuso sobre el ambiente universitario de principios de los setenta. “Sentíamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina”, solía sincerarse el autor.

En noviembre del ’74 la onda estaba tan pesada que Casullo debió exiliarse. Venezuela, Cuba y finalmente México fueron las sedes de una nostalgia que se haría más fuerte a medida que se conocían los desmadres de la dictadura. Como fundador de la revista Controversia (1979-1981), el investigador fue protagonista de un proceso de análisis sobre el sentido de la progresía, que se dividía entre apoyar al peronismo o construir un proyecto más cercano a la ortodoxia marxista.

El retorno de la democracia fue una luz que en su reverso trajo ciertas decepciones. El peronismo, con su flamante ala de caudillos neoliberales, estaba justo en las antípodas de lo soñado por Casullo en el ostracismo. De esa etapa es El frutero de los ojos radiantes, una historia de inmigración y exilio en clave de novela familiar. Siguió una serie ilustre. Obras como Pensar entre épocas –donde Casullo se preguntó acerca del porqué de la hecatombe progresista– o Sobre la marcha –que recupera las entrevistas que le hicieron en su carrera– quedarán como referencia obligada para los que se atrevan a observar el país por fuera de las torres de marfil que ofrecen las teorías cerradas.

Y hubo más. Casullo desarrolló una reconocida labor docente en las universidades de Buenos Aires, Quilmes, Entre Ríos y Córdoba, al tiempo que editaba la revista Pensamiento de los Confines. Asimismo, pasó por la Universidad de México (UNAM) y fue consultor de la Universidad de París. Publicó Comunicación, la democracia difícil en 1985; El debate modernidad–posmodernidad en 1989; Viena del 900, la remoción de lo moderno, en 1990, Itinerarios de la modernidad en 1994; París 68, las escrituras y el olvido en 1998 y Modernidad y cultura crítica, en ese mismo año. A esto hay que sumarle una catarata de trabajos periodísticos, muchos de los cuales aparecieron en PáginaI12.

Con La cátedra (2000), el querido cultor del bigote y el jopo aflequillado se despachó con una narración que alcanzaba proporciones alquímicas de calle y erudición. Más tarde, en vísperas del 19 de diciembre del 2001, Casullo ofreció una clase extraordinaria, fuera de horario y abierta a quien quisiera pasarse por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Los que estuvieron ahí guardan esas dos horas como un tesoro para todo el viaje. El orador destiló romanticismo y conciencia social, y los que lo escucharon salieron convencidos de que había que integrarse, de una u otra forma, en los conflictos que se avecinaban.

Esa efervescencia provocaba Casullo. Salir de una de sus charlas era sentir que se abría un universo de capítulos, discusiones trasnochadas, cambios colectivos y señoritas que habían empezado a leer a Sade y deseaban romper la rutina burguesa. Su talento se fue perfeccionando, y no es casualidad que los últimos años hayan sido consagratorios. Ganó el premio Konex 2004 al Ensayo Filosófico, y en obras como Las cuestiones o Peronismo. Militancia y Crítica (1973-2008) apostó por los vientos de cambio que recorren la región. “Lo que no se le perdona al populismo –denunciaba– es que restituya el terreno de la política a un primer plano.”

La enfermedad no lo alejó del compromiso. Recientemente seguía difundiendo sus aportes en este diario; y se había ligado al grupo Carta Abierta, que defendió los postulados del Gobierno frente al lockout rural y se perfila como un polo de apoyo crítico a Cristina Kirchner. “Los medios, que evidentemente forman parte del establishment, se han convertido en los reales partidos de derecha”, se quejaba.

Los restos de Casullo –que según trascendió padecía cáncer de pulmón– fueron velados en la Biblioteca Nacional y recibirán sepultura hoy en el Cementerio Británico. Su ausencia será un desafío, no sólo para su esposa y sus dos hijas. Los que lo leen añorarán sus consideraciones siempre reactualizadas. Los que disfrutaron sus clases echarán de menos al docente que convocaba a “los fantasmas de Nietzsche, de Baudelaire o de Sartre” como si fueran sus amigos de Racing.

Y si el dolor permanece es porque el que se fue era un tipo generoso. Un tramo elegido al azar, en este caso de París 68. Las escrituras, el recuerdo y el olvido, sirve para demostrarlo. Semiocultas, las líneas tienen ya diez años y hablan de cómo el hombre registraba minuciosamente su propio crecimiento: “Cambió mi manera de marcar los párrafos. Ahora es con un lápiz suave y atildado, por si alguna vez les doy cualquiera de esas páginas a mis alumnos. Antes era con birome fuerte, definitiva, para ninguna otra cosa, calculo, que para esa gran historia que no habría de saber nunca de tal gesto”.



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25/8/08

Travesías de domingo

Los domingos son largas travesías por los libros, a merced de mapas caprichosos que a lo largo de las horas va dibujando el deseo. De esos viajes me quedan las voces cálidas de los escritores más queridos, las sorpresas de los descubrimientos, las complicidades siempre agradecibles, algunas huellas entrañables. Lo que no dejo correr por la espalda del tiempo aparece, quizás, en estas páginas.
24 de agosto de 2008
De la melancolía que tiñe los paisajes aldeanos de Pavese al dolor desgarrado de Paul Celan. Orfandades de la lengua. Así empiezo este domingo viajero. El Piamonte es de colinas ríspidas y personajes que se pasean con las manos a la espalda. Tristeza de final del día cubre los versos del poeta joven. Hubo tal vez historias, aventuras, hoy queda apenas un paisaje familiar y unas pocas palabras.

Una tarde caminamos por la falda de un cerro,
Silenciosos. En la sombra del tardo crepúsculo
Mi primo es un gigante vestido de blanco,
Que se mueve tranquilo, con la cara bronceada,
Taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debió estar muy solo
- un gran hombre entre idiotas o un pobre loco –
para enseñar a los suyos tanto silencio.
(fragmento de “Los mares del sur” )

En algo me recuerdan, las páginas de Trabajar cansa (1936), al Erri de Luca montañista, solo en la soledad del paisaje. “El oficio de poeta” es el texto que acompañó la edición definitiva de este libro del piamontés. Me gusta leer lo que los escritores dicen de su propia obra, aunque a veces la conozcan menos que nadie. Hay algo de confesión en esas páginas que son a la vez construcción de un personaje ficticio: quien escribe se inventa, se funda en su propia escritura. Pavese busca hacer explícita su poética y, al mismo tiempo, dibuja trazos de su propia vida.

Empleé tres años en la composición del poemario. Tres años de jueventud y de descubrimientos, durante los cuales es natural que mi idea de la poesía y mis capacidades intuitivas hayan venido profundizándose.

Y después llegarán el amor y el desamor con uno de los títulos más hermosos que conozco: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

Eres la vida y la muerte.
Has venido en marzo
A esta tierra desnuda –
Su temblor permanece.
Sangre de primavera
- anémona o nube –
la levedad de tu paso
ha violado la tierra.
Recomienza el dolor.
(fragmento de “You, wind of March”)

Un 27 de agosto de 1950, Cesare Pavese, con cuarenta y dos años, se quitará la vida.

12/8/08

1.
Había un río. Un muelle. El sol que se reflejaba en el agua marrón. Los nombres prendidos con alfileres o atados con hilos resecos.
Olor de maderas enmohecidas. Humedad.
Hubo quizás cuerpos, quizás pieles tibias o abrazos.
Un muelle. Nada más lejano al calor pegajoso con el que soñaba cada noche.
Como otros sueñan con su propio rostro (lo han escrito ya demasiadas veces).
Dicen que el caracol que habita en su oído traicionó los principios. Dicen que tambaleante avanzaba por la orilla. Que se dormía acurrucado bajo las hojas que son tierra que son ceniza que son huesos.
Que son ceniza.

2.
¿Tendré que volver a hablar de naufragios? ¿De amaneceres blancos sobre el agua? ¿Tendré que contar una vez más que resuenan otras voces en su propio laberinto?

3.
Pero todo podría resumirse en unas pocas imágenes. Le resultan escurridizas, borrosas. El calor pegajoso. El olor del río por la mañana.
Hubo quizás cuerpos.
Ramas caídas. Los nombres prendidos con alfileres.
Alguien habló de rituales. Tal vez. Las palabras se inclinan hasta caer del lado de ese sueño que se repite. Cubierto de cenizas. El humo pertenece a otra escena. La pesadilla lo incorpora. Con el calor. La madera enmohecida.
Camina tambaleante. Su propio oído es la madeja de un bullicio ajeno. De los murmullos que van tejiendo las moscas de alas transparentes y suspiros estivales.

4.
Finalmente todo es parte de una misma historia. También los sueños pegajosos. Los nombres atados con hilos resecos. Las moscas de alas transparentes.
Los huesos.
El humo que sube como si no pesaran el calor y el moho.
De una misma historia tambaleante. Que se inclina hasta caer por su costado. El de los murmullos.
Alguien habló de rituales. Si el calor no se pegara a la piel. Si los olores no llegaran desde el río. Si las moscas veneraran el silencio.

agosto 2008

16/7/08



Será que a mente, ja desperta
Da noçao falsa de viver,
Ve que, pela janela aberta,
Há uma paisagem toda incerta
E un sonho todo a apetecer?

Fernando Pessoa
Como si el aire soplara desde algún rincón oscuro
Como si nada estuviera dispuesto a conceder raíces
Como si entre las sombras que se cuelan
Hubiera parpadeos ignorados
Frágil vuelta de los sentidos
Tenue
inverosímil en su fuga
blanca sospecha de miembros volátiles
inmóvil el aleteo
como si supiera
inclinada la faz desde los nombres inasibles
Una vuelta y otra y otra más
Porque el despertar no concede treguas
Ni historias ni ancestros
Murmullos sísmicos
Violetas
Gira sobre el centro de su propio vértigo
A la espera de atardeceres inmóviles
Horizontes en espiral
Brisa que desgranan los dedos del maíz
En el campo de plumas fundado por el verso
Porque se sabe que el cuerpo devora las agujas de su ombligo
Solamente solo
Con el sentido de una máquina remota
Como si supiera
Como si nada estuviera dispuesto a conceder raíces
Llamas de un vilano a contraluz
circulando por el doble frente del abismo
No hay marcas sino brasas en el rostro
Velamen tatuado
Rítmico golpear de la soga húmeda
Como si el aire soplara desde algún rincón oscuro
Junto al oído mismo
Crepitar apenas intuido por el vibrar del laberinto
Y no importa entonces encontrar la calle donde fue el nacimiento
Ninguna esquina ningún posible camino escondido por los pájaros
Si el ritmo no fuera diluvio interminable
Percusión jadeante
Tal vez reconociera el calor de las pieles
Pero así es gasa que atraviesa los sentidos
Brumosa imagen invertida en la retina
Vacío eslabón de la simiente
No en el viento
ni en el fuego que cubre el silencio
Únicamente en el susurro

10/6/08

Los invito a ver esta entrevista:

http://www.revistaescala.com.mx/articulos.php?id_sec=4&id_art=261

5/6/08

Todo tiene entonces el ritmo de las letanías
Cada ola cada piedra
cada segundo labrado en el aire
como si no hubiera habido una piel suave por las noches
como si el balbuceo no te hubiera acunado
cuando el azul no era aún la despedida
Golpes concéntricos mareados por el verbo
Sin claridades ni esperas
Como si no hubiera existido
Más que el blanco de los rostros
Esa sola fotografía de miradas remotas
¿Hundido en qué ruidos ensayas el canto?
¿Con qué acordes se eriza tu espalda?
La sal del desierto inventa las voces
vuelta tras vuelta
no a la plegaria que bordó la orilla
no a la promesa de amaneceres claros
ni a la espera continua frente al fuego
no al lápiz dueño de los vacíos
Es sólo la sombra de la sombra
que cuenta otra vez la misma historia
como si no hubiera habido una piel suave por las noches
como si el sonido fuera ave de paso
espacio imposible entre dos alientos
“No la llevamos en oscuros amuletos”
escribía Ana en el invierno más frío
y era su lengua la de los abuelos
cuando el azul no era aún la despedida
borrones de tiza
como los de la otra
la de los versículos más crueles
la de la herida en la frente
la que cancelara los ocasos
Como si no hubiera existido
Más que el blanco de los rostros
En la espuma añeja que dejaba el agua

23/5/08

La ¿realidad? sigue dando vueltas de manera vertiginosa a mi alrededor. Una vez más, intento levantarme de la cama y todo se tambalea. Los laberintos no son lo que imaginó Borges, sino este misterio que dentro de mi oído me ha dejado fuera del mundo. A veces, pasos sobre esponjas; a veces, simple pecera para que flote el cerebro. Un lóbulo. Otro lóbulo. En nado libre y desincronizado. Todo se sabe por el movimiento de los ojos. No reaccionan a tiempo. Llegan tarde. El archivo de la memoria guarda sonidos para casos de urgencia. Aunque la mirada se retrase. A veces, pasos sobre esponja. Un lóbulo. Otro lóbulo. Y Teseo se enreda lejos de los brazos de Ariadna.

3/5/08

3 de mayo de 2008
Se escuchan explosiones desde temprano. Pirotecnia. Cuetes. Día de la Santa Cruz en Cuernavaca. Polka tiembla y busca un lugar donde esconderse. Ninguno le resulta suficientemente protector. Leo – a destiempo, como siempre – “Babelia”. Es sábado. Aunque pareciera un dato sin importancia porque el ejemplar que leo es el de la semana pasada, no lo es; leer “Babelia” cada sábado es para mí un ritual, aunque siempre lo haga a destiempo. “Cuando toco – dice el músico flamenco Diego Amador – no importa lo que busco, sino lo que encuentro: la armonía, la inspiración, el silencio.” Una de mis obsesiones: el silencio. Y, por supuesto, el tiempo que necesitamos para alcanzar el silencio. En dos entrevistas aparece el tema de la lentitud frente a la velocidad (¿para llegar a qué? ¿adónde?). Richard Ford reivindica la lentitud como ritmo de la lectura y la creación. Una lentitud que ha nacido con su dislexia pero que se ha vuelto uno de los caminos en que crece su escritura. Páginas más adelante, es una frase de Cristina Grande (salvando todas las distancias con Mr. Ford) la que hace referencia a un ritmo “otro”: “He tenido una maduración tardía. Pero es que soy incapaz de reaccionar al momento. Me pongo y las cosas salen de aquí a un año. Y, además, salen gota a gota.” Slow writing, como los placeres que patentaron los italianos de la slow food. Recordar a Calvino. Ítalo. Lo que sale gota a gota.

2/5/08

Texto escrito para la contraportada de la nueva edición de
Con la literatura en el cuerpo de Alberto Ruy Sánchez


Hace algunos años, en una universidad de París, un hombre que impartía un curso sumamente formal sobre la literatura romántica alemana, se vio sorpresivamente sacudido por un amor implacable, radical, absoluto. Estaba de pronto viviendo a muy alta temperatura uno de esos trastornos románticos que muy fríamente analizaba en clase.

A partir de esta anécdota, que habla del cambio en la mirada teórica y crítica que experimentó Roland Barthes al enamorarse, Alberto Ruy Sánchez hace una maravillosa defensa de la presencia de la propia vida, de la fuerza de las propias pasiones, en la mirada del crítico literario. El libro es un homenaje a ese maestro cuyo gesto antiescolástico le reveló un mundo nuevo de posibilidades al entonces muy joven amante de la literatura. Un homenaje a quien le descubrió la libertad para encontrar su camino literario a partir de la propia piel. “…todo lo que uno sabe, aprende, olvida o crea, pasa por nuestro cuerpo. No somos ideas sino cuerpos con ideas”, escribe Alberto. Al reconocer esto, permitimos que la literatura pueda afectarnos, movilizarnos, acariciarnos; es decir, aprendemos a vivir con la literatura en el cuerpo.
Páginas escritas desde la melancolía – que es también deseo, sensualidad – sobre dieciséis melancólicos personajes. En un cruce de ensayo y narración poética, el libro deambula por dieciséis ámbitos, por dieciséis cuerpos que descubren las marcas que guardan a la vez en la piel y en la escritura, a través de la errancia sensual de las palabras.
Trece años después de su primera publicación, esta obra de Alberto Ruy Sánchez ha ganado – como los buenos vinos – en sabor, densidad y cuerpo.
Sandra Lorenzano, abril de 2008.

23/2/08

Las “pequeñas memorias” del cartón

1) La historia argentina puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos “borramientos”, de exclusión y supresión del “otro”, del diferente: el indio, el “bárbaro”, el pobre, la mujer… Los “desaparecidos” no son, en este sentido, una creación de la última dictadura militar (1976-1983) sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado ha construido su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada “Campaña al desierto” que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras de nuestra historia moderna… La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, a través de su “desciudadanización” (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un Estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.
En las últimas décadas, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. . Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del Estado de Bienestar. Su adelagazamiento o franca desaparición hizo que se acentuaran las desigualdades estructurales generando nuevos procesos de exclusión social. Las transformaciones, iniciadas a mediados de los 70, encontraron su punto culminante durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001), provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación social. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que “fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades tanto económicas como sociales y culturales” .
En los quiebres de este nuevo escenario pueden escucharse las “pequeñas voces de la historia” que han funcionado como espacios de resistencia, generando estrategias de sobrevivencia social. Frente a las ruinas – contempladas con espanto por el “ángel de la historia” de Walter Benjamin - que ha dejado a su paso el “progreso” del neoliberalismo, las pequeñas voces recuperan la memoria de todos los desaparecidos de nuestra historia para construir a partir de allí una nueva dignidad individual y colectiva.

2) Los años 2001 y 2002 constituyeron uno de los periodos históricos más críticos de la nación, caracterizado por el vaciamiento del Estado, por un sistema político en crisis, por un aparato económico desmantelado, por sectores de la policía y las fuerzas armadas nostálgicos de pasadas dictaduras, por una población golpeada que vio desaparecer los logros sociales de otras épocas: trabajo, salud, educación...; se trata de una realidad en la que impera el empobrecimiento de sus sectores medios y el proceso de marginalización y caída en la indigencia de su otrora combativa y organizada clase trabajadora.
El "argentinazo" llaman muchos a la movilización popular que tomó las calles los días 19 y 20 de diciembre de 2001 exigiendo la renuncia del entonces presidente De la Rúa. La consigna dominante fue "Que se vayan todos": que se vayan los políticos corruptos, los funcionarios ineptos, los empresarios ladrones, los cómplices del saqueo, los jueces nombrados por el menemismo, los represores... "Que se vayan todos" fue el grito que unió a los piqueteros y a los estudiantes, a los marginados de siempre y a los "nuevos pobres", a los indigentes y a la clase media atrapada en el "corralito" de Domingo Cavallo. Recordemos algunas de las cifras que alimentaron el descontento: el 53 % de la población (aproximadamente 18.5 millones de personas) viviendo por debajo de la línea de pobreza, y el 24.8 %, es decir 8.7 millones de personas consideradas “indigentes”. La tasa de desempleo rondaba el 20 %. Los "peces gordos", como siempre, se salvaron: entre el 28 de febrero y el 10 de diciembre de 2001, abandonaron los bancos 19,190 millones de dólares de depósitos, continuando con una sangría que hacía tiempo habían comenzado los sectores más poderosos del país.
Cualquier análisis tiene que partir de una paradoja que impide tener una perspectiva unívoca: la sociedad argentina, atravesando uno de los peores momentos de su historia, se mostró quizás más viva que nunca. Sabemos que los gestos solidarios, generosos, comprometidos que llevaron a cabo muy diversos sectores, protagonizados no por lo actores conocidos (podría decirse que los más desubicados ante la crisis nacional fueron justamente los políticos profesionales), sino por la gente común y corriente, no constituyeron por sí mismos una alternativa política a la crisis en el sentido tradicional; los comedores populares, las redes de trueque, el respeto a los "cartoneros", las guarderías creadas por grupos piqueteros, los merenderos para jubilados y desempleados, entre otros cientos de acciones que nacieron "desde abajo", no fueron seguramente un modo de rediseñar el Estado, no establecieron las bases de un nuevo pacto nacional - imprescindible para poder pensar en algún tipo de proyecto de futuro -, pero fueron, sin duda, la manifestación más clara de que el hartazgo y el cansancio pueden despertar fuerzas creativas en la sociedad.

3) En una calle de la Boca, muy cerca de la cancha, conviven César Aira y Ricardo Piglia, Martín Adán y Haroldo de Campos, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn. Se trata de algunos de los más de 100 autores publicados por la editorial “Eloísa Cartonera”. Junto a los escritores latinoamericanos reconocidos tienen un espacio en el catálogo aquellos que están empezando o que se han movido en un circuito no comercial. “Se publica material inédito y/o desaparecido, border, de vanguardia y de culto…”, explican los fundadores. Cada libro es un ejemplar único, hecho de manera artesanal por los propios recolectores de cartón.
Pero “Eloísa Cartonera” es mucho más que eso: es un proyecto artístico, social y comunitario concebido, durante lo peor de la crisis, por el escritor Washington Cucurto junto a Javier Barilaro y a otros narradores, poetas y artistas visuales. Un espacio para las “pequeñas memorias”.
En la cartonería “No hay cuchillo sin Rosas” (obvia e irónica alusión a Juan Manuel de Rosas y su policía política, la “Mazorca”), sede de la editorial, los cartoneros charlan y conviven, en busca de una estética novedosa y desprejuiciada, con quienes se dedican a la escritura y al arte. Las tapas de los libros son de cartón comprado directamente a quienes lo juntan a un precio superior al que les paga normalmente el mercado (“Estamos rompiendo la cadena de explotación que encabezan las papeleras”, dice uno de los fundadores del proyecto ), y están pintadas a mano por chicos que dejan la calle cuando se suman a la editorial (“Lo que era un pedazo de basura, hoy es una obra de arte” ).
Las publicaciones son objetos artísticos que han llamado ya la atención de diversos museos y galerías. No es difícil encontrarlos no sólo a la venta en librerías, sino expuestos junto a las obras más vanguardistas del arte latinoamericano. Y el proyecto crece y crece, desde el desparpajo y la creatividad: exposiciones, blogs, concursos literarios (Premio Sudaca Border de Narrativa muy Breve)…
La propuesta, que ya tiene varias “hermanas” en el resto de América Latina (Chile, Bolivia, Perú…), nació como una de las respuestas solidarias ante la presencia fantasmal de los cientos de miles de cartoneros que empezaron a tomar cada noche las calles de la ciudad de Buenos Aires, revolviendo en la basura para conseguir algo que se pudiera vender. Fue ése uno de los rostros de la crisis, un rostro que obligaba a la sociedad porteña a mirar aquello que prefiere ignorar; aquello que forma parte de su propio entramado social, aquellos a los que las “buenas conciencias” han criminalizado: los excluidos, los marginados, los que viven en las villas miseria, “los de abajo”… Lo que tantos hubieran querido “invisibilizar” se hizo visible cada noche. Para muchos desempleados, la recolección de residuos fue la única fuente de ingresos disponible. Una opción difícil, dolorosa.
Desde las ruinas de un sistema socioeconómico perverso, y a partir de los desechos del consumo cotidiano resurgió una cierta idea de “dignidad” del trabajador que había caracterizado a la clase obrera argentina. No deja de ser sorprendente en un mundo que desvaloriza cada día más la cultura del trabajo. ¿Huellas de la memoria?
Sumándose a otras “estrategias de sobrevivencia”, “Eloísa Cartonera” generó un espacio de diálogo entre el campo cultural y los sectores marginales; espacio irreverente que hace de lo político, del gesto comprometido, de la propuesta ética, un punto de encuentro propositivo y transgresor. Entre la cumbia villera – ese género musical que suena con fuerza en los barrios marginales, conjuntando los ritmos y sabores de Chile y Bolivia, de Paraguay y Perú, con los llegados de todas las provincias del país - y lo más heterodoxo y lúdico del debate literario, crece la “editorial más colorinche del mundo”.
¡Larga vida a los márgenes!

La última parte de este artículo fue publicada en la revista Letras Libres de diciembre del 2007.

12/2/08

Tenemos que considerar la palabra antes de ser pronunciada, ese fondo de silencio que siempre la rodea y sin el que no diría nada; debemos desvelar los hilos de silencio que se entrelazan con ella. M. Merleau-Ponty, Signos
La tela rasgada – apenas – y al otro lado el vacío, o el jardín cualquier mañana de invierno. El insomnio como golpeteo. En las sienes, como golpeteo. Bastaría asomarse para volverse cómplice. O heredero de un médano tibio donde apoyar la espalda. Rasgada: apenas, sólo lo justo para hacer de las olas una ofrenda. Lo justo. El quiebre es el instante sutil en que pierde su nombre, húmedo trabalenguas, señal que insinúa un contorno difuso. Porque no hay redes ni murmullos a los que aferrarse (es una cuestión de armonía, dicen, todo depende de dónde se haga el énfasis). La tela rasgada – apenas ofrenda -.

12/1/08

NUESTRA SOLIDARIDAD ABSOLUTA CON CARMEN ARISTEGUI, PERIODISTA VALIENTE Y COMPROMETIDA

UN ABRAZO Y ESTAMOS CONTIGO CARMEN!
...A simple vista, Sandra es la última mujer que uno asociaría a la parte herida del discurso de Saudades (con la poética: definitivamente); a la ensayista que recrea no sin dureza, no sin hundir el puño, la impresionante concentración de madres despojadas y furiosas que exigen saber del destino de sus hijos en Plaza de Mayo...
Continúa en
www.la-trenza-de-sor-juana.blogspot.com
y échale un ojito a nuestra Trenza perpetua del 2008, que festeja el centenario de una de las más grandes escritoras del siglo XX



La poesía no es más que el resultado feliz de la naturaleza indómita del idioma...
Hong Ying
www.la-trenza-de-sor-juana.blogspot.com
www.eve-gil.blogspot.com

5/12/07

LYDIA CACHO
ANTE EL HORROR, EL ENOJO, LA SENSACIÓN DE IMPOTENCIA PROVOCADA POR LA DECISIÓN TOMADA POR LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA CON RESPECTO A LA PERIODISTA LYDIA CACHO Y SUS DENUNCIAS DE PEDERASTIA, QUISIERA DARLE ESPACIO EN ESTE BLOG AL ARTÍCULO PUBLICADO POR DENISE DRESSER EN EL PERIÓDICO REFORMA EL PASADO 3 DE DICIEMBRE.

'Autogolpe'

Denise Dresser
3 Dic. 07

Hay golpes en la vida, tan fuertes. Golpes como del odio de Dios, escribía César Vallejo. Golpes como los que seis ministros de la Suprema Corte acaban de propinarle al país. Heridas como la que el máximo tribunal acaba de infligirse a sí mismo al declarar que las violaciones a las garantías individuales de Lydia Cacho fueron inexistentes o poco graves. Al sugerir que la última instancia a la que un ciudadano puede recurrir no funciona para él o para ella. Al transformar el sufrimiento de niños y niñas víctimas de la pederastia en una anécdota más. Al convertir su veredicto en confabulario de gobiernos corruptos, empresarios inmorales, criminales organizados. Y así como un agente judicial le dijo a Lydia Cacho durante su "secuestro legal": "Qué derechos ni qué chingados", la Suprema Corte acaba de decirle lo mismo a los habitantes del país. Ustedes y yo, desamparados por quienes deberían proteger nuestros derechos, pero han decidido que no les corresponde velar por ellos.

Al votar como lo ha hecho, la mayoría de los ministros acaba de darle una estocada a la Corte de la que tomará años en recuperarse, si es que alguna vez logra hacerlo. Porque su resolución va a ocupar un lugar deshonroso en la historia constitucional de México, similar al que ocupa el caso Dred Scott en la historia constitucional de Estados Unidos. Ese caso en el que la Corte intentó imponer una solución judicial a un problema político; ese caso del año 1856 en el cual declaró -también "conforme a derecho"- que la esclavitud tenía fundamento legal y que como Dred Scott era un esclavo, carecía de derechos y la Corte no tenía jurisdicción para intervenir en su favor. Ese caso que hasta el día de hoy se considera una mancha imborrable, una vergüenza compartida, una herida autoinfligida.

Sablazo similar al que producen los seis ministros que se vanaglorian de empatía y sensibilidad, pero en sus argumentos públicos no las demuestran. Ingenuos o cínicos cuando sugieren que su resolución no deriva en impunidad y que "otras instituciones" podrían investigar el caso, a sabiendas de que llegó a sus recintos precisamente porque eso jamás iba a ocurrir. Contradictorios o deshonestos cuando desechan el caso argumentando que la grabación telefónica entre Kamel Nacif y Mario Marín no tiene valor probatorio alguno, e ignoran la investigación exhaustiva de mil 251 páginas que confirma su contenido. Insensibles o autistas cuando optan por descartar los 377 expedientes relacionados con delitos sexuales cometidos contra menores. Cómplices involuntarios o activos cuando afirman actuar en función del "interés superior" y éste resulta coincidir con los intereses del gobernador y sus amigos. Representantes del peor tipo de paternalismo cuando declaran -en un comunicado lamentable- que sus sofisticadas decisiones no resultan de "fácil comprensión" para grupos muy numerosos de la sociedad.

Seis ministros acaban de destruir la magnífica ilusión -alimentada por su actuación ante la Ley Televisa- de que la Corte opera en un plano moral superior a la mayoría de los mexicanos y se aboca a defenderlos. Cómo creer que han puesto "lo mejor de sí mismos para servir correctamente al país" si allí están las carcajadas del ministro Ortiz Mayagoitia. Las descalificaciones del ministro Aguirre. Los vaivenes argumentativos de Olga Sánchez Cordero. La relativización de la tortura avalada por Mariano Azuela porque el caso de Lydia Cacho no fue "excepcional" o "extraordinario". El consenso de todos ellos en cuanto a que quizás hubo violaciones pero fueron menores, no graves, resarcibles, quizás indebidas pero no meritorias de la atención de la Corte. O como lo preguntó el ministro Aguirre: "Si a miles de personas las torturan en este país. ¿De qué se queja la señora? ¿Qué la hace diferente o más importante para distraer a la Corte en un caso individual?"

Quizás sólo quede demostrada alguna vez la violación de garantías individuales en México cuando a la esposa de algún ministro la trasladen sin el debido due process durante 23 horas de un estado a otro. Cuando a la madre de algún juez le digan que sólo le darán de comer si le hace sexo oral a los agentes judiciales que la han secuestrado. Cuando a la hermana de algún magistrado importante le metan una pistola a la boca y le susurren al oído "tan buena y tan pendeja; pa' qué te metes con el jefe ... va a acabar contigo". Cuando a la hija de algún abogado le cobren una fianza excesiva para dejarla salir de la cárcel o amenacen con violarla allí o la sometan a entrevistas intimidatorias o un gobernador le dé un buen "coscorrón". Cuando a la nuera de algún político le digan sus torturadores "Ten tu medicina aquí ... un jarabito, quieres?", mientras se soban los genitales. Cuando a la nieta de alguna procuradora la viole un pederasta protegido por un "Estado de derecho" puesto al servicio de los poderosos que casi siempre ganan. Cuando alguno de ellos -lamentablemente- sea víctima de un sistema judicial podrido y no antes. Sólo así.

Y bueno, la Suprema Corte se pega a sí misma, pero el peor golpe se lo da a la nación al demostrar cuán lejos está de ser un garante agresivo e independiente de los derechos constitucionales. Cuán lejos se encuentra de entender el maltrato sistemático de millones de mexicanos vejados por el sistema judicial y aplastados por las alianzas inconfesables del sistema político. Así como Kamel Nacif llama "pinche vieja" a Lydia Cacho", la mayoría de la Suprema Corte acaba de llamarnos "pinches ciudadanos" a ustedes y a mí. Acaba de mandar el mensaje de que no la molestemos con asuntos tan poco importantes como la defensa de las garantías individuales, porque está demasiado ocupada validando los intereses de empresarios poderosos y sus aliados en otras ramas del gobierno.

Quizás por ello en el libro Memorias de una infamia, Lydia Cacho escribe: "Mi país me da pena. Lloro por mí y por quienes tienen poder para cambiarlo pero eligen perpetuar el statu quo". Y lloramos contigo Lydia -nuestra Lydia- pero rehusamos rendirnos aunque seis ministros de la Corte lo hayan hecho. Porque tienes razón: México es más que un puñado de gobernantes corruptos, de empresarios inmorales, de criminales organizados, de jueces autistas. México es el país de quienes luchan terca e incansablemente por devolverle un pedacito de su dignidad. Y aunque la Corte rehúse asumir el papel que le corresponde ante esta causa común, hay muchos ciudadanos que comparten la convicción -junto con el ministro Juan Silva Meza- "de que en un Estado constitucional y democrático, la impunidad no tiene cabida".

23/11/07

19-Nov-2007
La república de las letras
Humberto Mussachio

Saudades, de Sandra Lorenzano
Una novela tan bella como extraña, estructurada de manera similar a un gran rompecabezas ordenado por la fuerza incontrastable del lenguaje, eso es Saudades (FCE, 2007), de Sandra Lorenzano. “No hay trama, no hay argumento. No hay personajes. Solamente el lenguaje que no va a ninguna parte”, dice la autora, pero lo cierto es que el libro resulta una apretada red de historias, citas, versos (sobre todo de Pessoa) y reflexiones escritas en un español de elegante sencillez al que la autora le adosó abundantes citas en portugués y hasta en ladino, como esos pequeños rollos de papel que los visitantes de Jerusalén depositan en las hendiduras del Muro de los Lamentos. “Estoy desterrada —dice la narradora—, he perdido pie, he perdido el arraigo del tiempo, he perdido el nombre de mi padre. Estreno la indigencia como única seña de identidad”. Pero quedan las palabras y su poder lo ilustra una historia que cuenta Juan Gelman y cita la autora, aquella del viejo rabino que ante cada amenaza de pogrom leía a sus hijos e hijas la larga nómina de sus antepasados, porque para los exiliados la existencia es “como leer el Génesis… una forma de demostrar que ningún pogrom” acabará con la continuidad, con la vida. De ahí que la autora evoque el Holocausto, la infancia perdida, los seres amados, el horror de la guerra sucia argentina, la luz de los 19 años y el amor como razón de existencia, asidero, oxígeno, tierra firme. “Sin el relato, la memoria no existe” y hay que dejar testimonio de lo que fuimos, porque “la nostalgia tiene la forma del horizonte que se aleja”. Una novela que nos clava en la orilla del asiento.
Sobre Saudades de Sandra Lorenzano
Sylvia Molloy

(texto leído en la presentación de la novela en una grabación en video enviada desde Nueva York)


Querida Sandra, queridos amigos:

Lamento enormemente no poder estar con ustedes hoy para hablarles de este libro, lamento tener que recurrir a este medio distanciador en el espacio y en el tiempo para decirles lo mucho que me ha impresionado este libro. Hoy jueves 8 de noviembre me encuentro sentada a una mesa en Nueva York filmando esta presentación del libro de Sandra Lorenzano. Dentro de una semana también estaré sentada a una mesa en Nueva York presentando el libro de Sandra, sólo que entonces será en México, ante ustedes, y será el 14 de noviembre pero también será “hoy”. Acaso estos desvíos y coincidencias temporales, esta ilusión de continuidad, algo tengan que ver con Saudades, libro que reflexiona sobre pasados y es, a la vez, puro presente. En todo caso, en esa distancia y ese espacio que separan estos dos “hoy”, entre Nueva York y México, entre el 8 de noviembre y el 14, mi admiración por el libro de Sandra Lorenzano no habrá hecho otra cosa que crecer. Créanme: Saudades se aquerencia en uno, seduce.

Quiero leer las palabras que escribí apenas después de leído este libro, cautivada por su insólito encanto:

Sandra Lorenzano escribe con la urgencia y el goce doliente de quien, conociendo la distancia insalvable que separa del objeto añorado – país que se ha dejado atrás, infancia, cuerpo desaparecido, cuerpo erótico – sin embargo insiste en evocarlo a través de fragmentos, de pedazos rotos, de reliquias. O mejor sería decir que lo convoca ritualmente: las voces, la constante apelación a interlocutores fantasmales, los murmullos, la “palabra fracturada, desacomodada, estrangulada” interpelan al lector y lo fuerzan al recuerdo aunque ese recuerdo sea ajeno; lo desafían a que entienda una lengua que se ha vuelto extranjera y que a la vez es la única en que es posible narrar. Saudades es un relato de añicos, donde el resto diurno de la historia, por así llamarlo, es siempre la ausencia: exilios, destierros, desapariciones, naufragios, muertes. Novela coral, donde las voces alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más) funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también – es sobretodo – una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje “que no va a ninguna parte” y que a pesar de ello nos solicita. Sandra Lorenzano nos invita a una ceremonia melancólica que, si bien no repara la pérdida acaso la atenúe, a través de una escritura osada, desprotegida, a la intemperie.

Hasta ahí mi nota.

Pienso en Saudades y pienso en pérdidas, en huídas repentinas, en regresos imposibles. Y sin embargo este libro, este coro de voces, este treno no se detiene en el horror, tanto más horror porque no dicho, porque apenas insinuado: aprendimos no a hablar sino a balbucear.Tampoco se pierde Saudades en la mera evocación nostálgica. La historia que narra, las múltiples historias que narra, exigen la escritura urgida y urgente de esos balbuceos, una escritura que implacablemente va hasta el límite. Se sigue adelante hasta que no se puede más, hasta llegar al borde, como el viajero aferrado a su maleta en Port Bou no se puede ya avanzar y no se puede volver atrás.

La alusión a Benjamin no es casual. Los fragmentos, las voces entrecortadas, las citas, las partes del cuerpo, los añicos de vida, operan aquí como reliquias, remiten a pasados a los que sólo se puede acceder oblicuamente mediante rituales de la memoria, de una memoria también fragmentaria. La voz que enumera esas reliquias nunca calla, sigue enumerando fragmentos, pérdidas, despedidas. La voz no cuenta – porque es demasiado fácil contar un cuento – sino tartamudea, acumula sonido para hacerse oír.

Pienso en Saudades y pienso en narrativas de viaje, concretamente en viajes de retorno, de imposible retorno, narrativas de tantos escritores latinoamericanos, acaso la mía misma. Una vez que se ha partido no se puede nunca regresar. Si la casa, el oikos, dicta la economía de todo viaje, se trata de una casa que se ha dejado para siempre atrás, imposible de reencontrar porque el viaje es siempre desplazamiento, desvío, y ninguna ida coincide con su vuelta. “Mejor será no regresar al pueblo” escribe sabiamente López Velarde. O más taxativamente Leonardo Sciacia: “El que ha cometido el error de irse no debe cometer el error de volver.” O Sandra Lorenzano: “No hay hogar al que podamos volver. El regreso habita solo en los quiebres de la lengua”.

De esta lengua quebrada quiero hablar, único vehículo para las esquirlas que acumula implacablemente Saudades, único modo de no olvidar, que no es lo mismo que recordar. El que recuerda, y escribe su recuerdo, tiende a pensar la memoria como refugio, por cierto como oikos: la memoria consuela, es vuelta a casa que permite re-componer un relato. En cambio El que no olvida, y escribe ese persistente no olvido que se abre a otros taladrantes no olvidos, busca traer a la superficie esos restos, añicos, voces que se oyen, versos que se leen, ruinas sobre ruinas,” “lo que se salva del naufragio”: yo quería mencionarlos a todos. El que no olvida habla en voces, practica una interlocución implacable y necesaria, como único modo de restituir las muchas historias despedazadas que son la Historia.

La memoria es alforja repleta de astillas;
olores, voces, rostros quebrados, gestos que
conservan solamente el último vestigio de sí.
Se aferran las páginas a cualquier esquirla,
porque no hay ventanas ni otoños al otro
lado. Una letanía acompaña el naufragio.

El que no olvida no recompone como el que recuerda. Atestigua, en cambio, con la certidumbre de que es necesario “hacer presentes las ausencias”: “Voy en busca de los nidos quemados: / imagino que aún estarán tibias las cenizas”.

Entrecortado, como otra voz más en esta letanía, aparece el discurso amoroso, entretejido con el lenguaje de la pérdida, haciéndose cargo de esas pérdidas. El amor, en Saudades, es – para volver a evocar al viajero berlinés – iluminación; sin duda precaria, pero no menos reparadora. No es -- es necesario que no sea – una voz más sujeta al añicamiento, aún cuando lo ronde la ausencia: “A veces te reconozco más en tu ausencia que en tu voz. En tu mirada que no veo, Amor, en el vacío junto a mi cuerpo.” Por un instante, el de enunciación, el amor salva:

El único viaje que de verdad disfruto, Amor,
Es el que me lleva a recorrer las riberas de
Tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas
Antiguos que habitan tu lengua ... El único
viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.

Saudades no termina, simplemente se interrumpe. El texto queda suspendido, en un pasajero sosiego, el que permite vivir con lo que salvamos del naufragio:

Pentimento de la memoria; la propia y la de los otros. La tuya suma todos los rastros. El pasado es un presente que nos abraza en cada uno de nuestros instantes. Soy una imagen más que mira las capas de imágenes; me fundo con ese universo de cuerpos apenas insinuados. Hablar de lo indecible. Imágenes sobre imágenes apenas insinuadas. Lengua calcinada, lengua en duelo para hacer presentes las ausencias, para nombrarte mi hogar y mi bandera”.

A diferencia de otro texto inolvidable, los murmullos no matan en Saudades. Permiten vivir en el duelo y no pese al duelo. O permiten escribir. O permiten amar. Acaso las tres actividades sean la misma cosa.
Presentación libro Saudades de Sandra Lorenzano
Antonio Navalón
Miércoles 14 de noviembre de 2007
Librería del Fondo Octavio Paz

Buenas noches.

Debo empezar esta participación aclarando que soy de los que no creen en las presentaciones de libros. No conozco un acto más enriquecedor, más interactivo -como ahora se llama-, que leer, pero también es el más íntimo, superior al amor, a la pasión, al sexo, sin duda…

La lectura significa una experiencia que nada puede borrar, que se deposita y se convierte en sedimento de nuestro ser.

No hay nada más penetrante que la necesidad de ser y la lucha permanente por romper los convencionalismos de raza y geografía para tener la fuerza de convertir a la cultura y la historia de la civilización en aliado de uno mismo, en cómplice para la construcción de nuestra vida, que en resumen, es la historia del mundo, esta vida que es la de usted, la mía, la de cualquiera…

Saudades es sobre todo un libro íntimo que borda, que busca y construye la intimidad más profunda.

El entendimiento de la experiencia histórica y por lo tanto, literaria y/o sensitiva, para construir la vida, funciona demasiadas veces al margen de la funcionalidad de las cosas.

No sé tanto de literatura como para juzgar desde esa perspectiva esta publicación, y tampoco quiero desandar los caminos sobre si la búsqueda de la libertad es comparable a la ciudad de Cortazar en su Rayuela.

No obstante, quiero destacar algo muy importante: es a través de estas páginas que Sandra Lorenzano se deconstruye y reconstruye, una y otra vez, en la que se encuentra la razón permanente del seguir sobre tres necesidades fundamentales:

La primera es la necesidad del ser, la segunda, de entender lo que pasó y lo que nos rodea -como un objetivo personal- y la última, la de conservar y tener un saudade, un recuerdo cuya satisfacción venga de haber tenido el valor de intentar ser.
El título, Saudades, no es -y no pretendo aquí sicoanalizar a la autora- un accidente lingüístico.

Saudade, que como todos ustedes saben es una palabra portuguesa, lengua más amable que aquella en la que hemos nacido y amado; saudade quiere decir nostalgia y esperanza, pero no es una nostalgia hacia atrás, es una nostalgia hacia adelante.

Sobre todas las cosas Portugal es un punto clave para entender este libro y a todos los demás, es la excepción civilizada dentro de una península de la que todos -más o menos-, venimos y en cuya lengua nos han enseñado a llorar, sufrir y morir.

El portugués es una apelación civilizatoria. No hay nada más ibérico en la península ibérica que la aspiración a ser inglés, logro que a la postre correspondió a Portugal.

Por eso Saudades trae la memoria, la nostalgia de tener algo que conservar; no solamente se refiere a un tiempo, a un lugar o a los momentos entrañables, sino que viene enlazado entre la bruma de una aspiración de ser.


Se puede tener nostalgia del ayer y pálpito nostálgico hacia el mañana. Saudades es una obra construida con base en párrafos que resuenan en nuestro interior como latigazos.

Cuando la autora dice:

El único viaje que de verdad disfruto, Amor, es el que me lleva a recorrer las riberas de tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas antiguos que habitan tu lengua... El único viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.

está colocando el principio y el final del rasgo principal de este libro. No solamente es -como dice mi compañera de presentación Sylvia Molloy, “una sinfonía coral”-, es sobre todo un viaje permanente hacia ninguna parte, ese ideal de la autoconstrucción y la manera en que conseguimos obtener lo mejor de nosotros mismos pese a cualquier circunstancia que se presente.


“No hay más tiempo que el que nos toca vivir” dijo el maestro Serrat, “y uno siempre es lo que es del derecho y del revés”.

Lorenzano nació en Buenos Aires y aprendió a oír el desgarre de la tierra en castellano, en español; entre crucifixiones intuyó el horror, escapó del horror, murió en el horror y sintió el horror.

El horror o la capacidad de horrorizarse frente a lo que sucede es un elemento fundamental para estar vivo a plenitud. Ser capaz de sobrevivir al campo es la prueba suprema de que la vida tuvo más fuerza que sus enemigos.

Hablar de lo indecible, entonces, dar cuenta de las alambradas, rodear el núcleo del horror, quizás, enmudecer haciendo del silencio repudio y condena porque, como lo supo Kafka, peor que el canto de las sirenas es el silencio de las sirenas.

Testigo, combatiente, enemiga conciente del horror, Sandra reflexiona una y otra vez y siempre se plantea la misma pregunta, ¿hasta dónde se puede llegar a ser uno?...Es por eso que este es un viaje hacia ninguna parte.

Uno de los mayores problemas que tenemos los habitantes de este siglo es que la violencia de hoy no es un pálpito del futuro sino una condición permanente que nos envuelve.

Con una salvedad que es preciso reconocer: el horror de hace 25 o 30 años era doméstico y local, hoy es general. Y frente a él subsisten tres preguntas eternas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

En ese sentido, la lucha por ser algo, por construir una vida después de la vida, diferenciar compromisos y luchar por sobrevivir lleva a reflexiones como la siguiente:

Quizás tengan razón quienes dicen que no podemos escribir contra la muerte porque ya hemos pasado por ella. No somos sobrevivientes como queremos creer. En Buchenwald, el humo del crematorio ahuyenta los pájaros y esos pájaros alejándose de la muerte son los mismos que gaznan enloquecidamente frente a la lente de Hitchcock.

También ellos son aparecidos en el último graznido de la locura. La imagen de Buchenwald cubre los cuerpos que conozco y me escamotea así el sentido de mis gestos cotidianos. Aunque tampoco yo -lo sé- haya visto nada en Hiroshima.

Ese es un sentido universal de pertenencia a la condición humana y es un sentido universal de buscar en el entorno más íntimo y más profundo la superación del ser.

Como la Torá proclama: “si salvas una vida, salvas al mundo entero; si construyes tu libertad, haces libre al mundo”. Vivir mirando hacia el mañana sabiendo a qué entorno pertenecemos y teniendo responsabilidad moral -más allá de las convicciones-, es el mayor desafío para la creación.

Usar las vidas y sufrimientos de otros para construir un proyecto personal, es uno de los mayores desafíos de vida y de creación, y rara vez llegan a buen puerto.



Es el caso de Saudades, escrito por una persona valiente que trata de superar el horror, que sabe que el humo de los crematorios ahuyenta a los pájaros pero cuyo compromiso la llevará finalmente a su destino, pues como ella misma dice:

Escribir porque es el último vestigio al cual aferrarse después del naufragio, porque es el único hogar que queda, porque hay que nombrar a cada uno, porque el cuento no puede terminar.

Escribir para que el baile no se detenga. Escribir porque no hay más señales, sólo gargantas escarpadas. Un tren que parte. Unos brazos que se extienden.

Al final, lo único que sobrevive es la literatura, los poetas son los únicos merecedores de la vida. Lo que todos los demás necesitamos expresar en cientos de páginas, ellos logran decirlo con una frase, y ésta marca el camino permanente hacia la memoria sobre el principio y el fin.


Para ello Lorenzano cuenta con una condición elemental: es imposible ser libre sin ser migrante de acción y condición, porque la libertad que más cuesta es la moral.

Para encontrarnos en el viaje a ninguna parte, la búsqueda empieza en el centro de uno mismo, para seguir reconstruyendo, una y otra vez, la vuelta a empezar.

La autora reclama y rescata:

En el I Ching, a la representación del exilio hecha a través de la figura de Lü, el Andariego, le corresponde “la imagen del pájaro al que se le incendia el nido”.

Los nidos se nos incendiaron y muchas veces nosotros mismos les prendimos fuego, nos equivocamos y lo aceptamos; al final queda la vocación de ser pese a los errores, un balance en el que moralmente nos podamos reconocer, porque en este viaje el costo final será siempre discutible y sólo habrá valido si aprendimos a descubrir la plenitud del sentimiento.


De Sandra Lorenzano se puede decir que no hace verdad una de las máximas de su libro –y cito-: "ella no es una voz que se ahoga".

Una de las principales claves para saber vivir es tomar de las experiencias sus elementos enriquecedores.

Si la búsqueda del interior nos convierte en migrantes permanentes, hay que tener cuidado en definir qué vale la pena conservar en el viaje, manteniendo a la vanguardia los compromisos morales que conlleva ser habitante de este planeta.

Frente a eso, el pasaporte es la responsabilidad histórica y moral de haber sufrido con todas las causas de opresión que nos rodean.

Esa comprensión de que las cenizas de cualquier víctima son nuestras, forja un vínculo eterno durante cada página, durante cada palabra... es un saudade histórico.



Esa es la responsabilidad del ser, eso es lo que me ha enseñado la lectura de este libro. Leer un libro es volar hacia un mundo que jamás acabamos de poseer, cada sensación es intransferible, nadie siente ni entiende lo mismo.

Si preguntamos a la autora de dónde es, ella sin duda ni cortapisa contestaría: nací en el planeta Tierra, habito en el compromiso y trato de ganar todos los días el título de ser humano.

19/11/07

La Jornada
Miércoles 14 de noviembre de 2007 Correo enviado.

Sandra Lorenzano presenta su primera novela, hoy, a las 19 horas, en la librería Octavio Paz, del FCE, en avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, Chimalistac Foto: Carlos Cisneros En la contraportada del primer libro de narrativa de Sandra Lorenzano escribe Sylvia Molloy: “Novela coral, donde las voces se alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más), funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también –sobre todo– una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje ‘que no va a ninguna parte’ y que a pesar de ello nos solicita”. Con autorización del Fondo de Cultura Económica, ofrecemos a nuestros lectores el arranque de esta novela, a manera de adelanto

Alguna vez habías leído acerca de los conciertos silenciosos que forman parte de cierta tradición china. Todo sucede, en los instantes previos al inicio, como en cualquier otro concierto: los músicos sentados en semicírculo esperan con atención la señal del director; en el momento en que él hace el gesto de dar una palmada con ambas manos, ejecutantes y público contienen la respiración… Sus manos se detienen antes de producir sonido alguno, y los músicos comienzan a “tocar” sus instrumentos en silencio. Pero no se trata de una pantomima sino de un ritual que lleva, quizás, a la búsqueda de la armonía total. Allí, el sonido es superfluo. Es como si el concierto tuviese lugar muy lejos, quizás “en la otra orilla de la vida…” Ese silencio era el que anhelabas; un silencio que te permitiera sobrevivir. Llegaste cargada del ruido del horror, de aquella tarde en que la realidad se quebró en mil pedazos. Te habías quedado rota; las palabras deshechas, tartamudas. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Dejar vacío el asiento 21-C había sido un modo de acercarte a un refugio sin palabras. Necesitabas ese silencio de la otra orilla de la vida; necesitabas saber dónde estabas antes de empezar a manchar la tela. Saliste del aeropuerto con tu mochila al hombro –la maleta llegaría al día siguiente, “por el cambio de itinerario”, te dijeron–, en busca de ese silencio que hiciera que nuevamente tu rostro fuera tu rostro, y las palabras recuperaran su sentido. El silencio era también tu protección, tu coraza, el modo de no lastimar más las imágenes que te acompañaban, tu memoria. O silencio que sai do som da chuva espalha-se, num crescendo de monotonia cinzenta, pela rua esterita que fito, había escrito Bernardo Soares, y ahora tú ibas en busca de ese mismo silencio, en las mismas calles, a orillas del Tágide. Le pediste al taxi que te llevara al centro y un olor a mar, a puerto, te mareó con una mezcla de dolor y sorpresa. ¿Cuántos habían hecho el camino inverso al tuyo dejando acá sus amores? ¿Cuántos habían subido a los barcos con una pequeña botella de aceite de olivas portuguesas entre sus cosas? Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Cerca de la orilla, las gaviotas esperan el momento de zambullirse. Amo, pelas tardes demoradas de verão, o sossego da cidade baixa… Necesitabas encontrar ese sosiego y convertirlo en parte de ti; necesitabas el silencio para tratar de entender lo que había sucedido, para hacer en tu interior un relato que explicara –que te explicara– los perfiles del horror, para que el torbellino de la angustia no se te instalara para siempre en la piel. Sólo si encontrabas ese sosiego podrías recuperar el sentido de las palabras. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Sacaste tu cuaderno y anotaste el párrafo completo; dibujaste algunos trazos. Era aún mediodía y la ciudad estaba en plena ebullición, faltaban algunas horas para que descubrieras la lentitud de la tarde. Detrás de ti, la estación de trenes te recordó las palabras de Soares… e tudo se me converte numa noite de chuva e lama, perdido na solidão de un apeadeiro de desvio, entre dois comboios de terceira classe. Prefieres dejar la mirada en el mar; las estaciones grandes te encierran, te asfixian, no las más pequeñas con bancos apenas cubiertos por un techo y jubilados calentándose al sol; pero las grandes siempre te han angustiado, como si en su interior pudieras extraviarte para siempre, como si todo se volviera Numa noite de chuva e lama. Mejor el aire que te da de lleno en la cara y el graznido de las gaviotas en ese río que es casi mar. Ai quem me dera as que eudetei ao mar! As que el lacei à vida, e nao voltaram!... Escucho a alguien que canta, mientras te pienso con casi veinte años, haciendo tus primeros dibujos del exilio frente a los barcos cargados de despedidas y promesas. “Mamá, no llore; claro que les escribiré”. “Cuídeme a la Fátima, que en cuanto regreso me caso”. “Te voy a extrañar, Amor”. Te pienso con casi veinte años comenzando apenas ese largo viaje. Intento imaginarte buscando tu instrumento en el concierto de silencio que anhelabas. Los primeros dibujos fueron los barcos y las gaviotas de esa orilla que ha visto tantas despedidas. Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Las valijas de cartón llevaban siempre una imagen de la virgen y una lámpara con aceite de olivas portuguesas: “Me traje un poco de nuestra tierra”, sonreían los abuelos recordando ese sitio del que salieron hacía más de cincuenta años. No hubo naufragio como lo hubo para Camoes, pero a veces parece que la vida los hubiera ido hundiendo de a poco. “Mariquinhas, saca un poco del vinho verde para ofrecerle a la señorita. Del que nos mandó tu tío. Aquí no lo conseguimos, ¿sabe?” Y el vino tiene sabor a saudade, a lejanía. En el bolsillo más pequeño del abrigo guardaron con celo la llave de la casa. “Yo ya no sé si alcance a regresar. Pero seguro tú lo harás. La casa estará esperándote”. Ai quem me dera as que eu detei ao mar! As que eu lancei à vida, e nao voltaram!... El sol comenzó a dorar las calles de la Baixa. Te levantaste de la banca y respiraste profundamente queriendo guardar dentro de ti todo el aire que te regalaba el Tajo. Te colgaste la mochila al hombro y comenzaste a caminar hacia la Rua do Alecrim.



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