31/7/09

El triunfo de la "narcocultura"

Sociedad / íconosEl triunfo de la "narcocultura"

Canciones populares, ropa fabricada especialmente y una imagen social que penetra en la juventud son algunas marcas del narcotráfico que, una vez globalizadas, impactan en la sociedad más allá de las políticas contra la droga

lanacion.com | ADN Cultura | S?do 2 de mayo de 2009

25/7/09




In the Shadow of the Sun (1980)

A Derek Jarman film with music by Throbbing Gristle



IMDB User wrote:
Derek Jarman used some of his 70s home movie footage to produce this wonderful piece of exploitational avantgarde cinema. Actually the original material has been slowed down to a speed of 3-6 frames, then Jarman added colour effects and the pulsating, menacing score by Industrial supergroup Throbbing Gristle

The result is a piece of art not to dissimilar to Jarman«s painting work in using found footage as elements of memory and mind that resemble ideas reflected in the Cabala and in C.G. Jung`s writings about an archetypical past that is hidden in everyone of us.

senseofcinema wrote:
The first, In the Shadow of the Sun (1974-80), was originally put together by Jarman himself in 1974 from re-shot Super-8 material including footage from The Art of Mirrors and Journey to Avebury, amongst several others. The film was eventually blown-up to 35mm and premiered at the 1981 Berlin Film Festival. The focus on ritual, mysticism and obscure alchemical symbolism links it with the work of Anger. However, Jarman's preference for the work of Carl Jung and the "white" magician John Dee, is quite distinct from Anger's invocations of the "black" magician Alistair Crowley.

14/7/09



A veces un lugar se puebla de ausencias y es difícil actuar como si no pasara nada. Los ausentes suelen ocupar, en esos espacios, mucho más que los presentes. Algo así me pasa en esta casa a la que he venido pocas veces desde que ya no vivimos en ella. Extraño a los que alguna vez estuvieron.

10/7/09

UNIVERSITY OF CALIFORNIA, SANTA BARBARA

SEGUNDO COLOQUIO DE VERANO
LITERATURA MEXICANA

A LA UNA, A LAS DOS Y A LAS TRES
ESCRITORAS UC-MEXICANISTAS
ROSA BELTRÁN, SANDRA LORENZANO, CRISTINA RIVERA GARZA


Sábado 11 de julio de 2009
G i b r a l t a r (S a n t a Y n e z Apartments 6750 El Colegio Road)

Apertura: Arturo Giráldez

A la una: de 1:00 a 1:45 pm

Debra Herrick, “Disneylandia, el espacio en ‘Diletantes: amor en la postmodernidad’ de Rosa Beltrán”

Oswaldo Estrada, “Juego de damas en Rosa Beltrán”

Nora Marisa León-Real Méndez, “Mi reino por un Imperio en La corte de los ilusos de Rosa Beltrán”

Modera: Julio González-Ruiz

A las dos: 1:50-4:00 pm

Arturo Giráldez, “Saudades, memoria y deseo”

Sara Poot-Herrera, “Saudades y fidelidades de Sandra Lorenzano”

Miguel Zugasti, “Re-hacer el espejo roto. Saudades de Sandra Lorenzano”

Re-ceso, recesan… resesiones

Nicola Gavioli, “Through the Cutlery: Who’s Afraid of Cristina Rivera-Garza? La ansiedad del lenguaje en La muerte me da”

Danielle Borgia, “Vaivenes de género en La cresta de Ilión de Cristina Rivera Garza”

Omar Miranda Flores, “El adjetivo interior en La muerte me da de Rivera Garza”

Modera: Beatriz Mariscal

Intermedio: 4:00-5:00 pm [pinchos y botanas]
No sólo de leer vive el hombre… y tampoco la mujer… (pa’ella, pa’él y pa’todos)

A las tres: 5:00-6:00 pm

Jorge Ruffinelli, “Rivera Garza, Beltrán, Lorenzano: sin fronteras”

Sandra Lorenzano, “Saudades de Saudades”

Cristina Rivera Garza, “29 misivas desde la frontera más distante”

Sara Poot-Herrera, “Somos mucho más que tres. Diálogo con Sandra Lorenzano y Cristina Rivera Garza”

Clausura: Ricardo Maldonado

Hispanic Summer Institute, UCSB
Department of Spanish and Portuguese, UCSB
UC-Mexicanistas
Silvergreens

9 de julio

Volamos toda la noche y llegamos a la mañana temprano. Hacía frío. Siempre hace frío al amanecer en el aeropuerto de la ciudad de México. Claro que eso lo aprendí después. Apenas habíamos dormido por la mezcla de miedo, tristeza y excitación. Yo, que me había vuelto fanática de la obra de Ferrer y Piazzolla, “María de Buenos Aires”, me repetí fragmentos de las canciones durante toda la noche (las rarezas que uno puede hacer en la adolescencia serían motivo de otro texto); cualquier interpretación resulta obvia, lo sé. A lo mejor el disco era de los que nos había dejado Luis, el hermano de papá, que había llegado a México un par de meses antes que nosotros, y que había tenido un par de programas en Radio Universidad de Córdoba – uno de jazz y el otro de tango – antes de la dictadura. En Argentina era “fecha patria” – el día de la declaración de la independencia – y para nosotros, en la familia, el día en que celebramos el cumpleaños de mi padre. No sé si el mover los cumpleaños a los feriados es una costumbre de todos los argentinos o una característica familiar. Él nació el 8 de julio, pero inscribirlo el 9 podía significar que se salvaría de hacer el servicio militar. ¿Y qué madre quiere que su hijo entre al ejército? Por lo menos mi abuela no.
Tengo un recuerdo confuso de la llegada. Sólo sensaciones. El frío. La extrañeza. El llanto de mis hermanos menores.Los demás pasajeros iban pasando uno a uno por los escritorios del personal de migración. “Háganse a un lado”, nos dijeron a nosotros. Los cuatro chicos y mamá, que tenía entonces diez años menos de los que tengo yo ahora, nos quedamos paraditos muy tiesos y asustados a unos pasos del funcionario, cruzando los dedos para que todas nuestras maletas, maletitas, bolsas y muñecos, no lo hicieran dudar de la verdad de lo que anunciaba el sello que el Consulado había puesto en nuestros pasaportes: 45 días.
Han pasado treinta y tres años.
“La edad del Cristo azul se me acongoja”, escribió López Velarde.

9/7/09


Maravillosa exposición de Robert Frank en el Museo de Arte Moderno de Los Ángeles. Es la suya una mirada privilegiada para ver el lado más descarnado y solitario del "american dream".

5/7/09

Gracias, querido Pavese, por dejar que la poesía tape un poco el ruido de las elecciones.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.

2/7/09


Y siguiendo con el tema de la infancia encontré esta frase maravillosa y atroz de Alejandra Pizarnik (tan lejos del melancólico recuerdo de la hora de la leche, y tan cerca de los fantasmas infantiles que también nos han marcado a todos):

Yo no sé de la infancia más que un miedo luminoso y una mano que me arrastra a mi otra orilla.

29/6/09

Notas cada tanto, 29 de junio de 2009

(Ayer, domingo 28, publiqué un artículo sobre los escenarios políticos en la Argentina de las elecciones legislativas. No me gustaron los resultados de las votaciones, así que abandono por unos días mis “inquietudes políticas” y vuelvo a la escritura porque sí, a la del puro placer de sentarse ante una hoja en blanco e intentar crear un mundo. De ahí surgen estas casi confesiones de hoy - que ahora que releo estoy a punto de hacer desaparecer gracias a las virtudes de la tecla delete -)

Soy de las personas que se pasman y no saben qué contestar cuándo les hacen preguntas del tipo de ¿Cuáles son tus diez escritores favoritos?, o ¿Qué libros te llevarías a una isla desierta?, o ¿Quién es tu compositor (o tu lugar del mundo, o tu marca de plumas, o lo que sea) preferido? Me pasmo y no puedo dar una respuesta medianamente coherente. Eso me pone en aprietos y muchas veces me hace aparecer como quien en realidad no ha leído ni leerá a diez escritores, o diez libros diferentes, o que nunca ha usado más que una Bic porque, finalmente, “no sabe fallar”. Cuando alguien empieza con esas cosas – suele ser gente muy joven, los estudiantes, en general, o algún despistado que no se ha dado cuenta que no son preguntas que se hagan en una reunión de “intelectuales” como ésta. ¿Quién lo habrá invitado? – intento hacer un gracioso mutis por el foro y evitar poner mi cara de pasmada (cabe aclarar que no es mi mejor cara).

Hace poco, alguien me preguntó si el amanecer era mi hora favorita del día. La pregunta surgió porque hablamos de un personaje de la novela que estoy escribiendo que se levanta antes del alba. Y ahí tuve que contestar que tengo dos momentos diferentes del día que son los que prefiero. Sé que con esa respuesta doble estaba traicionando las reglas tácitas de ese tipo de cuestionamiento. Elegir lo “favorito” nos obliga a señalar una sola cosa en detrimento de todas las demás. Pero, para ser honesta (otra regla tácita), tuve que hablar de mis dos momentos. Uno sí es, por supuesto, como lo vislumbró con perspicacia mi interlocutor/a, el que forman los instantes anteriores a que empiece a amanecer. Como soy obsesiva, pongo todos los días el despertador muy temprano para que ese momento me encuentre ya sentada frente al escritorio y a la maravillosa ventana que me permite ver cómo van tiñéndose de colores las nubes. Me levanto, me preparo un café y empiezo a trabajar. Ni Lola, mi perra, ni Ulises el gato, ni mucho menos Mariana, dan aún señales de pensar siquiera en despertarse. Lo más que me ha sucedido es que Lola abra un ojo y poniendo cara de “estás loca”, se quede disfrutando por lo menos una horita más de la cama que yo acabo de dejar y ella de usurpar. Si por alguna razón - porque estoy de viaje o porque la noche anterior me desvelé o por lo que fuera – no cumplo con este ritual, me invade una sensación de pérdida de tiempo que provoca que de verdad el resto de mi día resulte bastante poco productivo.

El segundo momento que prefiero no tiene una hora específica sino que está marcado por un ritual; en realidad por un ritual que hace tantos años que no practico, que ahora que me propongo contar de qué se trata me doy cuenta que estoy haciendo en realidad un ejercicio de arqueología personal. Ese segundo momento es “la hora de la leche”; quienes tienen más o menos mi edad y comparten mi país de nacimiento saben de qué hablo. No sé si el ritual sigue existiendo ni si continúa llamándose así. Quizás algunos lo confundan con “la hora del té”, pero simbólicamente son muy distantes. La hora de la leche era un paréntesis que aparecía por ahí de las 5 o 6 de la tarde – según la estación del año, o según el turno en el que fuéramos a la escuela (mañana o tarde) – acompañado de un café con leche, o de una taza de mate cocido, o de una vaso de leche fría con chocolate si afuera hacía calor. En la panera había siempre algunas tostadas que mamá nos preparaba y que comíamos Pablo mi hermano y yo poniéndoles manteca (léase “mantequilla”) y azúcar, o kilos de dulce de leche. El olor de las tostadas, el del café, la voz de mamá, todo eso convirtieron ese momento de estar los tres sentados a la mesa de la cocina en uno de los mejores recuerdos de mi infancia. Es más, creo que si soy quien soy se lo debo en gran medida a esa media hora de charla y risas. A veces se quedaba alguno de nuestros amigos. “Ma, ¿se puede quedar César a tomar la leche?”, era la pregunta de cajón. César era el vecinito de la vuelta con el que compartíamos la pasión por salir a andar en bici por el barrio. “Claro, pero que avise en su casa.” Otras veces éramos nosotros los invitados a celebrar el ritual en otro lado. “¿Me puedo quedar en la casa de Adriana (o de Norma. El nombre era intercambiable: eran mis dos mejores amigas a los 8 años)? Adriana Klock y Normita Bellagamba; apellidos que daban testimonio de aquello que se decía en el preámbulo de la Constitución y que alguna vez, por cierto, tuvimos que aprender de memoria:

Nos, los representantes del pueblo… con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino… ordenamos, decretamos y establecemos esta Constitución...

Para todos los hombres del mundo… Y ahí estaban Enrique, el papá de Adriana, que tenía un almacén, y Giulio, el papá de Norma, que era obrero de la Ford. Así fue mi infancia, con Oscarcito Spengler, Daniel Rasteiro, con Dicky Robinson. O con “Pety” Tateno cuyos padres habían nacido en Japón y cuyos hermanos mayores, que cuidaban el vivero de la familia, se iban muriendo antes de cumplir los 25 años por una extraña enfermedad genética. Vinieran de Alemania, de Galicia, de Rumania o de Nápoles, en todas las mesas de todas las cocinas de mi infancia había una hora de la leche. Aunque hay que decir que no nos gustaba tanto – ni a Pablo ni a mí – quedarnos en la casa de Adriana o de Norma porque ahí a la leche se le hacía “gordura”: una nata que nos parecía inmunda y que en casa mamá colaba, pero en otros lados te la tenías que tragar aunque te diera asco. Tampoco nos gustaba ir al baño porque no tenían baño sino letrina y pensábamos que nos íbamos a caer al pozo en cualquier momento. El sueño que prometía la Constitución no había alcanzado para baños. Qué se fizo el Rey Don Juan, se pregunta para siempre Jorge Manrique.

Porque además de obsesiva son una melancólica irredenta, mi momento favorito del día es la hora de la leche. Por eso cuando ando “chípil” (maravillosa palabra inventada por los mexicanos) me siento en la cocina a eso de las 5 o 6 de la tarde, me preparo una taza grande de café con leche y brindo por los que no están.

15/6/09

Comentario sobre la novela La casa de los conejos de Laura Alcoba
Domingo 7 de junio de 2009

14/6/09

Domingo de poesía (y de bicicleta)
¿Será que la bicicleta me da ganas de leer poesía?

Fragmentos de La memoria y la mano de Edmond Jabès

Hubo, antaño, una mano
que nos condujo a la vida

¿Habrá un día una mano
que nos conduzca a la muerte?

I. Con las dos manos

A quienes se les ha quitado el derecho a vivir, tienen, al menos, derecho a un recuerdo.

...un recuerdo que les pertenecería por derecho propio.

La mañana entera caba en dos manos.
...manos que arden con el día.

La noche tal vez sea consumación de nuestras manos.
Sin embargo, no hay que confundir ceniza y sombra;
-¿mas quién sabe?-
¿No es la noche, a la vez, preludio y final de un incendio?

Ya no tienes manos. Duermes.

Uno muere por sus propias manos.

(Morimos sin manos.)


II.

El vocablo separa la mano de la mano que lo forma.

Al libro le basta una mano.

...la mano que ha sustituido a la mano y cuyo vocablo dice su pertenencia.

Mucho ruido en la desaparición del ruido.
Silencio para nada.

La mano sólo oye el silencio; sólo oye la mano.

26/5/09

Sandra Lorenzano habla sobre Atiq Rahimi y La piedra de la paciencia

http://www.wradio.com.mx/oir.aspx?id=795393

23/5/09

Un par de textos míos (nomás porque sí)

Si hay un nombre secreto, el nombre que un huidizo dios escribiera alguna vez sobre la arena, te llamaría yo piedra, mano, agua que corre, para tratar de adivinar sus designios. Dibujaría entonces sobre tu vientre los signos ambiguos del consuelo - como la hoguera que arde detrás del último médano - para hacer de tu piel mi rezo cotidiano.
Si hay un nombre secreto debe contener dentro de sí todas las palabras. También las del dolor. Las de la ventana que mira a ninguna parte. Las de la ceniza que dio forma a tus huesos. Las del brillo acerado de las aves que viven cada noche dentro de los sueños. O tal vez sean alas de ángeles que repiten el nombre en tus oídos, como cuentan en otoño quienes saben. Bajo una llovizna inacabable. Bebo de ti entonces como si de algas fuera la sal de tu lengua. Bebo para encontrar aquella primera letra. Origen. Vértebra. Vino oscuro que se derrama.
Volver a ser la línea que separa las historias del zumbido feroz del mediodía. Como en el inicio. Predecibles eran entonces el sudor y las alas de los insectos. Lo esperado si el vapor de los ríos marcaba las horas y en un pliegue imperceptible del aire se quebraba el aliento. Lo que anhelaba la piel. El frágil golpeteo en las sienes, el reflejo en el pardo dibujo del agua.

Como el vidrio pulido que guardabas en la mano
Como el hilo que marcaba la frontera
Como el vino derramado en la tierra
(una aureola es la carta marina)

Y el sol en lo alto
¿siempre?
que quema la imagen por los bordes
que satura los colores
que hace del calor marca de fuego
herrumbre.


Los hermosos años del castigo, extraño y bello libro de Fleur Jaeggy, que con un lenguaje contenido, sobrio, austero y con un dejo de misterio, como si algo estuviera siempre a punto de suceder, cuenta la relación entre la protagonista y Frédérique durante la adolescencia. El escenario es el Bausler Institut, un internado en la zona de Appenzell, muy cerca del hospital donde vivió Robert Walser. Algo también inquietante, sobre todo para los lectores. Pocas páginas que más que decir, callan: la sensualidad, la soledad, la necesidad de afecto de estas jóvenes ricas que viven alejadas de sus padres y de su entorno familiar, imaginando un mundo que quizás nunca descubran realmente. Paisajes solitarios, sentimientos contenidos, sueños que algún día la realidad destruirá.
“Allí arriba me sentía en un estado que podría llamarse de malafelicidad. Exigía la soledad, era un estado de ebrio y tranquilo egoísmo, una venganza feliz. Me parecía que esa ebriedad era una iniciación, y el malestar de la felicidad se debía a un aprendizaje mágico, a un rito. Luego se estropea.”
FLEUR JAEGGY
Entrevista: Una cierta glacialidad también revela sentimientos.

(apareció en la revista Shangri-la http://shangrilatextosaparte.blogspot.com/2007/02/carpeta-fj-y-viii-entrevista-una-cierta.html)


Para muchos es la escritora italiana más importante de la actualidad. Su tercer libro, Los hermosos años del castigo, fue un descubrimiento en toda Europa. Escribe obras trágicas y afiladas. Ha publicado seis títulos en casi cuarenta años. En esta entrevista reivindica la brevedad y el silencio y habla de Proleterka, una novela de iniciación que acaba de aparecer en España.

Fleur Jaeggy nació en Zúrich y vive en Milán. Ésa es toda la información que aparece en la solapa de sus libros. Lo demás hay que intuirlo por el texto. La familia distante, el ambiente burgués y fríamente luterano, el internado femenino, la soledad, las enfermedades y los suicidios son temas recurrentes, y en ellos hay algo de autobiográfico. La escritora reside efectivamente en un elegante piso milanés. Es una mujer tímida, muy bella, muy cortés, en cuya conversación asoman fogonazos autoritarios que ahoga de inmediato en una duda o una sonrisa. No le entusiasman las entrevistas y sufre al ser fotografiada. Sus obras son breves, tersas, tragedias afiladas y oscuramente irónicas. La más reciente es Proleterka, la historia de un crucero por el Mediterráneo que reúne una despedida, una iniciación sexual, un cortejo fúnebre y un misterio.







PREGUNTA. Proleterka hace una referencia a Billy Budd.


RESPUESTA. Sí, Herman Melville, me gusta muchísimo Melville. Y Billy Budd es una historia maravillosa. El inocente castigado... La leo a menudo, y cada vez consigue conmoverme.


P. ¿Por qué hace esa mención justamente en este libro?


R. Porque Proleterka trata del viaje de una nave y al escribirlo me vino a la mente el barco de Billy Budd. Y dada mi particular inclinación por Melville, decidí incluir esa frase. También me gusta mucho el relato del gallo en la chabola de la familia pobre. Y Bartleby, el escribiente, ¿recuerda?: "Preferiría no hacerlo...".


P. ¿Hay un inocente castigado en Proleterka?


R. No lo he pensado. La protagonista no parece tener una vida fácil, hay una cierta soledad en torno a ella... Los castigos le pasan cerca, la rozan. El desastre... Hablar de mi libro es... Hace años escribí un libro que se llamaba Los hermosos años del castigo.


P. ¿No es el padre, Johannes, un inocente castigado por la vida?


R. El padre parece un ser un poco romántico, que no pide nunca nada. Permanece distante del mundo. Quiere estar con esta hija, pero no... Johannes pide poco.


P. ¿Por qué sus personajes no muestran emociones?


R. Porque en un libro uno hace ciertas elecciones y... Tengo la impresión de que a Johannes le aflora algún sentimiento. Quizá entre líneas. Yo me limito a estar sentada ante la máquina de escribir y a golpear las teclas; si luego resulta que los personajes no exteriorizan nada, ¿qué puedo hacer yo? Creo que, en realidad, algunos personajes son bastante extremos. Una cierta glacialidad también revela sentimientos.


P. ¿Siempre utiliza esa máquina de escribir?


R. Sí. Me digo que un día usaré el ordenador, pero ese día aún no ha llegado. Escribo a máquina desde hace más de treinta años, y me gusta el ruido de los tipos golpeteando sobre el papel.


P. ¿Cuánto tiempo lleva escribir un libro?


R. No me gusta hablar de eso, porque publico poco. Creo que el anterior apareció hace seis o siete años. Son pocas páginas para tantos años, ¿no?


P. ¿Sus borradores son también breves?


R. No suelen ser muy largos, pero con Proleterka, que escribí durante años, acumulé mucho papel. Llegado un cierto punto me fui a Alemania, a una región de la antigua RDA, y me alojé en un lugar bastante bello, un castillo con un lago y un bosque que pertenecía a Achim y Bettina von Arnim y ahora es del Estado. Me invitaron. Me llevé un puñado de libros, las primeras pruebas de la novela y papel. Aquello no podía seguir así, tenía que terminar. Pasé dos meses en el castillo, cortando, pegando con cola nuevos fragmentos sobre el original, y finalmente me dije que estaba más o menos acabado. Eso ocurría en un mes de marzo. Pero de regreso a Milán seguí trabajando sobre el texto. Y en septiembre aún hice una última llamada telefónica al tipógrafo, con el libro ya en imprenta, para añadir un pequeño detalle.


P. ¿Cuál?


R. Creo que era la estrella roja pintada sobre la chimenea del barco. Y finalmente terminé. Aquí en casa me costaba mucho avanzar, hay demasiados libros. Sin embargo, necesito escribir con una pared desnuda a mi espalda.





P. ¿Por qué la pared desnuda?


R. Porque me gusta el vacío y no lo tengo. Saber que a mi espalda la pared está vacía es un alivio. Ahora tengo menos libros porque a principios de año me desprendí de muchos de ellos. Lo invadían todo, se amontonaban por el suelo. Hoy esto está bastante ordenado porque venía usted. Simpatizo mucho con las paredes vacías. ¿Puedo añadir una cosa? Como veo que a usted le gustan los gatos... [El periodista ha acariciado a Tsanga, el gato de Jaeggy]. En el castillo alemán tenía un amigo, Erich, un cisne que salía del agua cuando le llamaba y venía a mi habitación. A menudo paseábamos juntos. Le daba de comer. Pero hay que tener cuidado, porque los cisnes pueden ser crueles, muerden. Él encontró en mí una compañía. Antes siempre estaba solo. Y, ¿quién sabe?, quizá se estableció una simpatía mutua. Mire, aquí tengo una foto con el cisne. Un domingo llegaron dos señoras que me pidieron visitar el castillo. Me preguntaron por "mi cisne" y yo, feliz, les mostré la finca. Nos tomaron la foto, al cisne y a mí, y me la enviaron. Tengo tanta relación con los cisnes...


P. Y...


R. El momento en que al fin se publica el libro es un alivio. En realidad, en el último momento, yo no quiero publicar. Pero cuando recibo las pruebas terminadas experimento una sensación de liberación. Todo ese papel... Guardo el original de Proleterka, con los fragmentos pegados... Siempre hay algo que no funciona, algo que huye. Cuanto más se mira el texto con lupa, más se escapa. Es mejor que el libro se vaya.


P. ¿La escritura es placer o sufrimiento?


R. No sabría responder. Escribo desde hace muchos años, desde que era una niña. Lo interesante es topar con dificultades, porque el placer de escribir está en resolverlas. Quizá.


P. ¿Ha escrito siempre?


R. Sí. He publicado poco pero he escrito siempre. El primer libro apareció en 1968, pero había estado en elaboración durante varios años.


P. ¿Por qué publica poco?


R. No sé, es una inclinación mía. Siempre se puede cambiar. Hasta ahora ha sido así.


P. Intuyo que no deben gustarle las presentaciones, las giras promocionales, las entrevistas.


R. Al principio no hacía nada de eso. Luego me comprometí con una gira por universidades de Estados Unidos que fue muy complicada. Tuvo que acompañarme una amiga, sin ella no me habría atrevido. Soy muy tímida. Pero aquel viaje americano fue una lección y he mejorado un poco en la cuestión de enfrentarme a audiencias. Hago lecturas en Alemania, y consigo leer alemán. Que no es mi lengua.


P. ¿No?


R. No, no.


P. Pero sus libros abundan en términos alemanes. Sobre todo términos compuestos.


R. El alemán es mi lengua perdida. Es la lengua que me ha precedido, el idioma de mis muertos, que vuelve. Lo hablo poco, y, sin embargo, a veces aflora. Yo escribo en italiano, mi lengua materna, pero mis personajes normalmente hablan en alemán. Y la partitura del libro, entonces, requiere alguna palabra alemana. Quizá también el sonido.


P. ¿Me hace un favor? ¿Podría leerme algún párrafo de Proleterka? Elíjalo usted.


R. ¿Qué prefiere? ¿El fragmento del suicidio? ¿Los niños abandonados?


P. Qué terribles suenan sus temas.


R. Ja, ja, sí. Veamos... Me cuesta encontrar lo que busco; una vez publicado un libro, intento olvidarlo. ¿Pruebo con el suicidio? Quizá no le interese.


P. Sí, claro.


R. Veamos... "La nuestra es una familia de suicidas. De aspirantes al suicidio. Las raras veces en que hemos tenido ocasión de pasar algún tiempo, breve, entre parientes, el tema fundamental, el único tema por el que cada uno de nosotros mostraba un cierto interés, era el suicidio. Las tentativas fallidas. Ante lo demás, una indiferencia educada. A los familiares no les interesa hablar de otra cosa. El tema 'quitarse la vida' siempre ha sido más fuerte que los temas del dinero, las herencias, las enfermedades. Ni los funerales eran tenidos en cuenta. Incluso si ofrecían un pretexto para encontrarnos. Pocas veces nos perdíamos un funeral de familia. Generalmente se celebraban en lugares turísticos. En lugares amenos. Con un lago. En el banquete fúnebre no era infrecuente que alguien contara una de sus fallidas tentativas de suicidio. Algunos vivieron muchos años".


P. Quería comprobar cómo leía usted sus propios silencios.


R. No he pensado en eso, he leído como si fuera un libro de otro. Me alejo de mis libros ya terminados. Cuando me toca leer en Alemania, me hago a la idea de que esas páginas no son mías. Están en alemán, en otra lengua.


P. Ese pasaje que ha leído estaba lleno de ironía.


R. Sí. Quizá.








P. Yo imaginaba a la familia contando sus experiencias e intercambiándose consejos sobre cómo matarse mejor...



R. Durante un tiempo pensé introducir conversaciones en las que cada uno contaba sus propios intentos.


P. Pero no lo hizo.


R. No, porque luego lo corto.


P. ¿Por qué todos esos cortes y esa obsesión por la brevedad?


R. Es una expresión de mis propias inclinaciones. La forma breve me atrae mucho. Bartleby, en el fondo...


P. Bartleby no es tan breve.


R. No.


P. Parece como si experimentara pudor.


R. No, escribo una página, dos páginas, y leo en voz alta para saber cómo va. Cuando leo noto lo que sobra.


P. Y dice: esto fuera.


R. Sí, esto fuera.


P. Cuando termina un libro, ¿piensa ya en el siguiente?


R. Depende. A veces no tengo ningún proyecto ni ganas, pero sigo yendo a la máquina de escribir. Aunque callar es lo mejor.


P. ¿Sí?


R. Sí. Quizá después de la entrevista me siente a la máquina. Pero no, tengo la impresión de haber contado ya demasiado. Siempre es mejor dejarlo correr, callar.


P. Cuando recibe el primer ejemplar de una de sus obras, ¿qué siente?


R. La primera vez me hizo ilusión. Ahora ya no. Es simplemente algo que ha salido. Al recibir el paquete lo dejo en un rincón, porque no quiero verlo. Una cosa publicada está terminada.


P. Cuando se enfrenta a lectores que le hacen preguntas, o a entrevistas...


R. En Italia no suelo hacer esas cosas. En Alemania, con otro idioma, se trata de otra persona y es distinto. En cualquier caso, cuando hablo delante del público, sin leer, es mejor. Tantas veces se ponen de por medio las cámaras, las grabadoras... Es mejor lo que se dice y se esfuma, adiós. ¿Me entiende? ¿Me da la razón?


P. Sí. Oiga, no circulan muchos datos biográficos sobre usted, ni fotografías.


R. Lo suficiente.


P. Tiene algo de Salinger, hay misterio en torno a usted.


R. Me gusta Salinger. Si esta entrevista resultara demasiado breve, ¿no podría aprovechar el espacio hablando de Ingeborg Bachmann? Era una escritora muy buena, amiga mía. Cuando la conocí, no le dije que escribía. Después me dio consejos preciosos, fingiendo que no me los daba. Y corrigió las pruebas de mi primer libro. Murió hace 30 años. Escucho a menudo una cinta en la que lee sus poemas.






Texto: Enric González
El País

Fotos: Gabriela Iacob



BIBLIOGRAFÍA
Original en italiano:
Il dito in bocca, Adelphi, Milan,1968
L’angelo custode, Adelphi, Milan, 1971
Le statue d’acqua, Adelphi, MIlan, 1980
I beati anni del castigo, Adelphi, Milan, 1989
La paura del cielo, Adelphi, Milan, 1994
Proleterka, Adelphi, Milan, 2001

En castellano:
El ángel de la guarda, Tusquets Editores, Barcelona, 1974
Los hermosos años del castigo, Tusquets Editores, Barcelona, 1991
El temor del cielo, Tusquets Editores, Barcelona, 1998
Proleterka, Tusquets Editores, Barcelona, 2004

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