23/2/08

Las “pequeñas memorias” del cartón

1) La historia argentina puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos “borramientos”, de exclusión y supresión del “otro”, del diferente: el indio, el “bárbaro”, el pobre, la mujer… Los “desaparecidos” no son, en este sentido, una creación de la última dictadura militar (1976-1983) sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado ha construido su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada “Campaña al desierto” que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras de nuestra historia moderna… La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, a través de su “desciudadanización” (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un Estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.
En las últimas décadas, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. . Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del Estado de Bienestar. Su adelagazamiento o franca desaparición hizo que se acentuaran las desigualdades estructurales generando nuevos procesos de exclusión social. Las transformaciones, iniciadas a mediados de los 70, encontraron su punto culminante durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) y Fernando de la Rúa (1999-2001), provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación social. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que “fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades tanto económicas como sociales y culturales” .
En los quiebres de este nuevo escenario pueden escucharse las “pequeñas voces de la historia” que han funcionado como espacios de resistencia, generando estrategias de sobrevivencia social. Frente a las ruinas – contempladas con espanto por el “ángel de la historia” de Walter Benjamin - que ha dejado a su paso el “progreso” del neoliberalismo, las pequeñas voces recuperan la memoria de todos los desaparecidos de nuestra historia para construir a partir de allí una nueva dignidad individual y colectiva.

2) Los años 2001 y 2002 constituyeron uno de los periodos históricos más críticos de la nación, caracterizado por el vaciamiento del Estado, por un sistema político en crisis, por un aparato económico desmantelado, por sectores de la policía y las fuerzas armadas nostálgicos de pasadas dictaduras, por una población golpeada que vio desaparecer los logros sociales de otras épocas: trabajo, salud, educación...; se trata de una realidad en la que impera el empobrecimiento de sus sectores medios y el proceso de marginalización y caída en la indigencia de su otrora combativa y organizada clase trabajadora.
El "argentinazo" llaman muchos a la movilización popular que tomó las calles los días 19 y 20 de diciembre de 2001 exigiendo la renuncia del entonces presidente De la Rúa. La consigna dominante fue "Que se vayan todos": que se vayan los políticos corruptos, los funcionarios ineptos, los empresarios ladrones, los cómplices del saqueo, los jueces nombrados por el menemismo, los represores... "Que se vayan todos" fue el grito que unió a los piqueteros y a los estudiantes, a los marginados de siempre y a los "nuevos pobres", a los indigentes y a la clase media atrapada en el "corralito" de Domingo Cavallo. Recordemos algunas de las cifras que alimentaron el descontento: el 53 % de la población (aproximadamente 18.5 millones de personas) viviendo por debajo de la línea de pobreza, y el 24.8 %, es decir 8.7 millones de personas consideradas “indigentes”. La tasa de desempleo rondaba el 20 %. Los "peces gordos", como siempre, se salvaron: entre el 28 de febrero y el 10 de diciembre de 2001, abandonaron los bancos 19,190 millones de dólares de depósitos, continuando con una sangría que hacía tiempo habían comenzado los sectores más poderosos del país.
Cualquier análisis tiene que partir de una paradoja que impide tener una perspectiva unívoca: la sociedad argentina, atravesando uno de los peores momentos de su historia, se mostró quizás más viva que nunca. Sabemos que los gestos solidarios, generosos, comprometidos que llevaron a cabo muy diversos sectores, protagonizados no por lo actores conocidos (podría decirse que los más desubicados ante la crisis nacional fueron justamente los políticos profesionales), sino por la gente común y corriente, no constituyeron por sí mismos una alternativa política a la crisis en el sentido tradicional; los comedores populares, las redes de trueque, el respeto a los "cartoneros", las guarderías creadas por grupos piqueteros, los merenderos para jubilados y desempleados, entre otros cientos de acciones que nacieron "desde abajo", no fueron seguramente un modo de rediseñar el Estado, no establecieron las bases de un nuevo pacto nacional - imprescindible para poder pensar en algún tipo de proyecto de futuro -, pero fueron, sin duda, la manifestación más clara de que el hartazgo y el cansancio pueden despertar fuerzas creativas en la sociedad.

3) En una calle de la Boca, muy cerca de la cancha, conviven César Aira y Ricardo Piglia, Martín Adán y Haroldo de Campos, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn. Se trata de algunos de los más de 100 autores publicados por la editorial “Eloísa Cartonera”. Junto a los escritores latinoamericanos reconocidos tienen un espacio en el catálogo aquellos que están empezando o que se han movido en un circuito no comercial. “Se publica material inédito y/o desaparecido, border, de vanguardia y de culto…”, explican los fundadores. Cada libro es un ejemplar único, hecho de manera artesanal por los propios recolectores de cartón.
Pero “Eloísa Cartonera” es mucho más que eso: es un proyecto artístico, social y comunitario concebido, durante lo peor de la crisis, por el escritor Washington Cucurto junto a Javier Barilaro y a otros narradores, poetas y artistas visuales. Un espacio para las “pequeñas memorias”.
En la cartonería “No hay cuchillo sin Rosas” (obvia e irónica alusión a Juan Manuel de Rosas y su policía política, la “Mazorca”), sede de la editorial, los cartoneros charlan y conviven, en busca de una estética novedosa y desprejuiciada, con quienes se dedican a la escritura y al arte. Las tapas de los libros son de cartón comprado directamente a quienes lo juntan a un precio superior al que les paga normalmente el mercado (“Estamos rompiendo la cadena de explotación que encabezan las papeleras”, dice uno de los fundadores del proyecto ), y están pintadas a mano por chicos que dejan la calle cuando se suman a la editorial (“Lo que era un pedazo de basura, hoy es una obra de arte” ).
Las publicaciones son objetos artísticos que han llamado ya la atención de diversos museos y galerías. No es difícil encontrarlos no sólo a la venta en librerías, sino expuestos junto a las obras más vanguardistas del arte latinoamericano. Y el proyecto crece y crece, desde el desparpajo y la creatividad: exposiciones, blogs, concursos literarios (Premio Sudaca Border de Narrativa muy Breve)…
La propuesta, que ya tiene varias “hermanas” en el resto de América Latina (Chile, Bolivia, Perú…), nació como una de las respuestas solidarias ante la presencia fantasmal de los cientos de miles de cartoneros que empezaron a tomar cada noche las calles de la ciudad de Buenos Aires, revolviendo en la basura para conseguir algo que se pudiera vender. Fue ése uno de los rostros de la crisis, un rostro que obligaba a la sociedad porteña a mirar aquello que prefiere ignorar; aquello que forma parte de su propio entramado social, aquellos a los que las “buenas conciencias” han criminalizado: los excluidos, los marginados, los que viven en las villas miseria, “los de abajo”… Lo que tantos hubieran querido “invisibilizar” se hizo visible cada noche. Para muchos desempleados, la recolección de residuos fue la única fuente de ingresos disponible. Una opción difícil, dolorosa.
Desde las ruinas de un sistema socioeconómico perverso, y a partir de los desechos del consumo cotidiano resurgió una cierta idea de “dignidad” del trabajador que había caracterizado a la clase obrera argentina. No deja de ser sorprendente en un mundo que desvaloriza cada día más la cultura del trabajo. ¿Huellas de la memoria?
Sumándose a otras “estrategias de sobrevivencia”, “Eloísa Cartonera” generó un espacio de diálogo entre el campo cultural y los sectores marginales; espacio irreverente que hace de lo político, del gesto comprometido, de la propuesta ética, un punto de encuentro propositivo y transgresor. Entre la cumbia villera – ese género musical que suena con fuerza en los barrios marginales, conjuntando los ritmos y sabores de Chile y Bolivia, de Paraguay y Perú, con los llegados de todas las provincias del país - y lo más heterodoxo y lúdico del debate literario, crece la “editorial más colorinche del mundo”.
¡Larga vida a los márgenes!

La última parte de este artículo fue publicada en la revista Letras Libres de diciembre del 2007.

12/2/08

Tenemos que considerar la palabra antes de ser pronunciada, ese fondo de silencio que siempre la rodea y sin el que no diría nada; debemos desvelar los hilos de silencio que se entrelazan con ella. M. Merleau-Ponty, Signos
La tela rasgada – apenas – y al otro lado el vacío, o el jardín cualquier mañana de invierno. El insomnio como golpeteo. En las sienes, como golpeteo. Bastaría asomarse para volverse cómplice. O heredero de un médano tibio donde apoyar la espalda. Rasgada: apenas, sólo lo justo para hacer de las olas una ofrenda. Lo justo. El quiebre es el instante sutil en que pierde su nombre, húmedo trabalenguas, señal que insinúa un contorno difuso. Porque no hay redes ni murmullos a los que aferrarse (es una cuestión de armonía, dicen, todo depende de dónde se haga el énfasis). La tela rasgada – apenas ofrenda -.

12/1/08

NUESTRA SOLIDARIDAD ABSOLUTA CON CARMEN ARISTEGUI, PERIODISTA VALIENTE Y COMPROMETIDA

UN ABRAZO Y ESTAMOS CONTIGO CARMEN!
...A simple vista, Sandra es la última mujer que uno asociaría a la parte herida del discurso de Saudades (con la poética: definitivamente); a la ensayista que recrea no sin dureza, no sin hundir el puño, la impresionante concentración de madres despojadas y furiosas que exigen saber del destino de sus hijos en Plaza de Mayo...
Continúa en
www.la-trenza-de-sor-juana.blogspot.com
y échale un ojito a nuestra Trenza perpetua del 2008, que festeja el centenario de una de las más grandes escritoras del siglo XX



La poesía no es más que el resultado feliz de la naturaleza indómita del idioma...
Hong Ying
www.la-trenza-de-sor-juana.blogspot.com
www.eve-gil.blogspot.com

5/12/07

LYDIA CACHO
ANTE EL HORROR, EL ENOJO, LA SENSACIÓN DE IMPOTENCIA PROVOCADA POR LA DECISIÓN TOMADA POR LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA CON RESPECTO A LA PERIODISTA LYDIA CACHO Y SUS DENUNCIAS DE PEDERASTIA, QUISIERA DARLE ESPACIO EN ESTE BLOG AL ARTÍCULO PUBLICADO POR DENISE DRESSER EN EL PERIÓDICO REFORMA EL PASADO 3 DE DICIEMBRE.

'Autogolpe'

Denise Dresser
3 Dic. 07

Hay golpes en la vida, tan fuertes. Golpes como del odio de Dios, escribía César Vallejo. Golpes como los que seis ministros de la Suprema Corte acaban de propinarle al país. Heridas como la que el máximo tribunal acaba de infligirse a sí mismo al declarar que las violaciones a las garantías individuales de Lydia Cacho fueron inexistentes o poco graves. Al sugerir que la última instancia a la que un ciudadano puede recurrir no funciona para él o para ella. Al transformar el sufrimiento de niños y niñas víctimas de la pederastia en una anécdota más. Al convertir su veredicto en confabulario de gobiernos corruptos, empresarios inmorales, criminales organizados. Y así como un agente judicial le dijo a Lydia Cacho durante su "secuestro legal": "Qué derechos ni qué chingados", la Suprema Corte acaba de decirle lo mismo a los habitantes del país. Ustedes y yo, desamparados por quienes deberían proteger nuestros derechos, pero han decidido que no les corresponde velar por ellos.

Al votar como lo ha hecho, la mayoría de los ministros acaba de darle una estocada a la Corte de la que tomará años en recuperarse, si es que alguna vez logra hacerlo. Porque su resolución va a ocupar un lugar deshonroso en la historia constitucional de México, similar al que ocupa el caso Dred Scott en la historia constitucional de Estados Unidos. Ese caso en el que la Corte intentó imponer una solución judicial a un problema político; ese caso del año 1856 en el cual declaró -también "conforme a derecho"- que la esclavitud tenía fundamento legal y que como Dred Scott era un esclavo, carecía de derechos y la Corte no tenía jurisdicción para intervenir en su favor. Ese caso que hasta el día de hoy se considera una mancha imborrable, una vergüenza compartida, una herida autoinfligida.

Sablazo similar al que producen los seis ministros que se vanaglorian de empatía y sensibilidad, pero en sus argumentos públicos no las demuestran. Ingenuos o cínicos cuando sugieren que su resolución no deriva en impunidad y que "otras instituciones" podrían investigar el caso, a sabiendas de que llegó a sus recintos precisamente porque eso jamás iba a ocurrir. Contradictorios o deshonestos cuando desechan el caso argumentando que la grabación telefónica entre Kamel Nacif y Mario Marín no tiene valor probatorio alguno, e ignoran la investigación exhaustiva de mil 251 páginas que confirma su contenido. Insensibles o autistas cuando optan por descartar los 377 expedientes relacionados con delitos sexuales cometidos contra menores. Cómplices involuntarios o activos cuando afirman actuar en función del "interés superior" y éste resulta coincidir con los intereses del gobernador y sus amigos. Representantes del peor tipo de paternalismo cuando declaran -en un comunicado lamentable- que sus sofisticadas decisiones no resultan de "fácil comprensión" para grupos muy numerosos de la sociedad.

Seis ministros acaban de destruir la magnífica ilusión -alimentada por su actuación ante la Ley Televisa- de que la Corte opera en un plano moral superior a la mayoría de los mexicanos y se aboca a defenderlos. Cómo creer que han puesto "lo mejor de sí mismos para servir correctamente al país" si allí están las carcajadas del ministro Ortiz Mayagoitia. Las descalificaciones del ministro Aguirre. Los vaivenes argumentativos de Olga Sánchez Cordero. La relativización de la tortura avalada por Mariano Azuela porque el caso de Lydia Cacho no fue "excepcional" o "extraordinario". El consenso de todos ellos en cuanto a que quizás hubo violaciones pero fueron menores, no graves, resarcibles, quizás indebidas pero no meritorias de la atención de la Corte. O como lo preguntó el ministro Aguirre: "Si a miles de personas las torturan en este país. ¿De qué se queja la señora? ¿Qué la hace diferente o más importante para distraer a la Corte en un caso individual?"

Quizás sólo quede demostrada alguna vez la violación de garantías individuales en México cuando a la esposa de algún ministro la trasladen sin el debido due process durante 23 horas de un estado a otro. Cuando a la madre de algún juez le digan que sólo le darán de comer si le hace sexo oral a los agentes judiciales que la han secuestrado. Cuando a la hermana de algún magistrado importante le metan una pistola a la boca y le susurren al oído "tan buena y tan pendeja; pa' qué te metes con el jefe ... va a acabar contigo". Cuando a la hija de algún abogado le cobren una fianza excesiva para dejarla salir de la cárcel o amenacen con violarla allí o la sometan a entrevistas intimidatorias o un gobernador le dé un buen "coscorrón". Cuando a la nuera de algún político le digan sus torturadores "Ten tu medicina aquí ... un jarabito, quieres?", mientras se soban los genitales. Cuando a la nieta de alguna procuradora la viole un pederasta protegido por un "Estado de derecho" puesto al servicio de los poderosos que casi siempre ganan. Cuando alguno de ellos -lamentablemente- sea víctima de un sistema judicial podrido y no antes. Sólo así.

Y bueno, la Suprema Corte se pega a sí misma, pero el peor golpe se lo da a la nación al demostrar cuán lejos está de ser un garante agresivo e independiente de los derechos constitucionales. Cuán lejos se encuentra de entender el maltrato sistemático de millones de mexicanos vejados por el sistema judicial y aplastados por las alianzas inconfesables del sistema político. Así como Kamel Nacif llama "pinche vieja" a Lydia Cacho", la mayoría de la Suprema Corte acaba de llamarnos "pinches ciudadanos" a ustedes y a mí. Acaba de mandar el mensaje de que no la molestemos con asuntos tan poco importantes como la defensa de las garantías individuales, porque está demasiado ocupada validando los intereses de empresarios poderosos y sus aliados en otras ramas del gobierno.

Quizás por ello en el libro Memorias de una infamia, Lydia Cacho escribe: "Mi país me da pena. Lloro por mí y por quienes tienen poder para cambiarlo pero eligen perpetuar el statu quo". Y lloramos contigo Lydia -nuestra Lydia- pero rehusamos rendirnos aunque seis ministros de la Corte lo hayan hecho. Porque tienes razón: México es más que un puñado de gobernantes corruptos, de empresarios inmorales, de criminales organizados, de jueces autistas. México es el país de quienes luchan terca e incansablemente por devolverle un pedacito de su dignidad. Y aunque la Corte rehúse asumir el papel que le corresponde ante esta causa común, hay muchos ciudadanos que comparten la convicción -junto con el ministro Juan Silva Meza- "de que en un Estado constitucional y democrático, la impunidad no tiene cabida".

23/11/07

19-Nov-2007
La república de las letras
Humberto Mussachio

Saudades, de Sandra Lorenzano
Una novela tan bella como extraña, estructurada de manera similar a un gran rompecabezas ordenado por la fuerza incontrastable del lenguaje, eso es Saudades (FCE, 2007), de Sandra Lorenzano. “No hay trama, no hay argumento. No hay personajes. Solamente el lenguaje que no va a ninguna parte”, dice la autora, pero lo cierto es que el libro resulta una apretada red de historias, citas, versos (sobre todo de Pessoa) y reflexiones escritas en un español de elegante sencillez al que la autora le adosó abundantes citas en portugués y hasta en ladino, como esos pequeños rollos de papel que los visitantes de Jerusalén depositan en las hendiduras del Muro de los Lamentos. “Estoy desterrada —dice la narradora—, he perdido pie, he perdido el arraigo del tiempo, he perdido el nombre de mi padre. Estreno la indigencia como única seña de identidad”. Pero quedan las palabras y su poder lo ilustra una historia que cuenta Juan Gelman y cita la autora, aquella del viejo rabino que ante cada amenaza de pogrom leía a sus hijos e hijas la larga nómina de sus antepasados, porque para los exiliados la existencia es “como leer el Génesis… una forma de demostrar que ningún pogrom” acabará con la continuidad, con la vida. De ahí que la autora evoque el Holocausto, la infancia perdida, los seres amados, el horror de la guerra sucia argentina, la luz de los 19 años y el amor como razón de existencia, asidero, oxígeno, tierra firme. “Sin el relato, la memoria no existe” y hay que dejar testimonio de lo que fuimos, porque “la nostalgia tiene la forma del horizonte que se aleja”. Una novela que nos clava en la orilla del asiento.
Sobre Saudades de Sandra Lorenzano
Sylvia Molloy

(texto leído en la presentación de la novela en una grabación en video enviada desde Nueva York)


Querida Sandra, queridos amigos:

Lamento enormemente no poder estar con ustedes hoy para hablarles de este libro, lamento tener que recurrir a este medio distanciador en el espacio y en el tiempo para decirles lo mucho que me ha impresionado este libro. Hoy jueves 8 de noviembre me encuentro sentada a una mesa en Nueva York filmando esta presentación del libro de Sandra Lorenzano. Dentro de una semana también estaré sentada a una mesa en Nueva York presentando el libro de Sandra, sólo que entonces será en México, ante ustedes, y será el 14 de noviembre pero también será “hoy”. Acaso estos desvíos y coincidencias temporales, esta ilusión de continuidad, algo tengan que ver con Saudades, libro que reflexiona sobre pasados y es, a la vez, puro presente. En todo caso, en esa distancia y ese espacio que separan estos dos “hoy”, entre Nueva York y México, entre el 8 de noviembre y el 14, mi admiración por el libro de Sandra Lorenzano no habrá hecho otra cosa que crecer. Créanme: Saudades se aquerencia en uno, seduce.

Quiero leer las palabras que escribí apenas después de leído este libro, cautivada por su insólito encanto:

Sandra Lorenzano escribe con la urgencia y el goce doliente de quien, conociendo la distancia insalvable que separa del objeto añorado – país que se ha dejado atrás, infancia, cuerpo desaparecido, cuerpo erótico – sin embargo insiste en evocarlo a través de fragmentos, de pedazos rotos, de reliquias. O mejor sería decir que lo convoca ritualmente: las voces, la constante apelación a interlocutores fantasmales, los murmullos, la “palabra fracturada, desacomodada, estrangulada” interpelan al lector y lo fuerzan al recuerdo aunque ese recuerdo sea ajeno; lo desafían a que entienda una lengua que se ha vuelto extranjera y que a la vez es la única en que es posible narrar. Saudades es un relato de añicos, donde el resto diurno de la historia, por así llamarlo, es siempre la ausencia: exilios, destierros, desapariciones, naufragios, muertes. Novela coral, donde las voces alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más) funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también – es sobretodo – una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje “que no va a ninguna parte” y que a pesar de ello nos solicita. Sandra Lorenzano nos invita a una ceremonia melancólica que, si bien no repara la pérdida acaso la atenúe, a través de una escritura osada, desprotegida, a la intemperie.

Hasta ahí mi nota.

Pienso en Saudades y pienso en pérdidas, en huídas repentinas, en regresos imposibles. Y sin embargo este libro, este coro de voces, este treno no se detiene en el horror, tanto más horror porque no dicho, porque apenas insinuado: aprendimos no a hablar sino a balbucear.Tampoco se pierde Saudades en la mera evocación nostálgica. La historia que narra, las múltiples historias que narra, exigen la escritura urgida y urgente de esos balbuceos, una escritura que implacablemente va hasta el límite. Se sigue adelante hasta que no se puede más, hasta llegar al borde, como el viajero aferrado a su maleta en Port Bou no se puede ya avanzar y no se puede volver atrás.

La alusión a Benjamin no es casual. Los fragmentos, las voces entrecortadas, las citas, las partes del cuerpo, los añicos de vida, operan aquí como reliquias, remiten a pasados a los que sólo se puede acceder oblicuamente mediante rituales de la memoria, de una memoria también fragmentaria. La voz que enumera esas reliquias nunca calla, sigue enumerando fragmentos, pérdidas, despedidas. La voz no cuenta – porque es demasiado fácil contar un cuento – sino tartamudea, acumula sonido para hacerse oír.

Pienso en Saudades y pienso en narrativas de viaje, concretamente en viajes de retorno, de imposible retorno, narrativas de tantos escritores latinoamericanos, acaso la mía misma. Una vez que se ha partido no se puede nunca regresar. Si la casa, el oikos, dicta la economía de todo viaje, se trata de una casa que se ha dejado para siempre atrás, imposible de reencontrar porque el viaje es siempre desplazamiento, desvío, y ninguna ida coincide con su vuelta. “Mejor será no regresar al pueblo” escribe sabiamente López Velarde. O más taxativamente Leonardo Sciacia: “El que ha cometido el error de irse no debe cometer el error de volver.” O Sandra Lorenzano: “No hay hogar al que podamos volver. El regreso habita solo en los quiebres de la lengua”.

De esta lengua quebrada quiero hablar, único vehículo para las esquirlas que acumula implacablemente Saudades, único modo de no olvidar, que no es lo mismo que recordar. El que recuerda, y escribe su recuerdo, tiende a pensar la memoria como refugio, por cierto como oikos: la memoria consuela, es vuelta a casa que permite re-componer un relato. En cambio El que no olvida, y escribe ese persistente no olvido que se abre a otros taladrantes no olvidos, busca traer a la superficie esos restos, añicos, voces que se oyen, versos que se leen, ruinas sobre ruinas,” “lo que se salva del naufragio”: yo quería mencionarlos a todos. El que no olvida habla en voces, practica una interlocución implacable y necesaria, como único modo de restituir las muchas historias despedazadas que son la Historia.

La memoria es alforja repleta de astillas;
olores, voces, rostros quebrados, gestos que
conservan solamente el último vestigio de sí.
Se aferran las páginas a cualquier esquirla,
porque no hay ventanas ni otoños al otro
lado. Una letanía acompaña el naufragio.

El que no olvida no recompone como el que recuerda. Atestigua, en cambio, con la certidumbre de que es necesario “hacer presentes las ausencias”: “Voy en busca de los nidos quemados: / imagino que aún estarán tibias las cenizas”.

Entrecortado, como otra voz más en esta letanía, aparece el discurso amoroso, entretejido con el lenguaje de la pérdida, haciéndose cargo de esas pérdidas. El amor, en Saudades, es – para volver a evocar al viajero berlinés – iluminación; sin duda precaria, pero no menos reparadora. No es -- es necesario que no sea – una voz más sujeta al añicamiento, aún cuando lo ronde la ausencia: “A veces te reconozco más en tu ausencia que en tu voz. En tu mirada que no veo, Amor, en el vacío junto a mi cuerpo.” Por un instante, el de enunciación, el amor salva:

El único viaje que de verdad disfruto, Amor,
Es el que me lleva a recorrer las riberas de
Tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas
Antiguos que habitan tu lengua ... El único
viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.

Saudades no termina, simplemente se interrumpe. El texto queda suspendido, en un pasajero sosiego, el que permite vivir con lo que salvamos del naufragio:

Pentimento de la memoria; la propia y la de los otros. La tuya suma todos los rastros. El pasado es un presente que nos abraza en cada uno de nuestros instantes. Soy una imagen más que mira las capas de imágenes; me fundo con ese universo de cuerpos apenas insinuados. Hablar de lo indecible. Imágenes sobre imágenes apenas insinuadas. Lengua calcinada, lengua en duelo para hacer presentes las ausencias, para nombrarte mi hogar y mi bandera”.

A diferencia de otro texto inolvidable, los murmullos no matan en Saudades. Permiten vivir en el duelo y no pese al duelo. O permiten escribir. O permiten amar. Acaso las tres actividades sean la misma cosa.
Presentación libro Saudades de Sandra Lorenzano
Antonio Navalón
Miércoles 14 de noviembre de 2007
Librería del Fondo Octavio Paz

Buenas noches.

Debo empezar esta participación aclarando que soy de los que no creen en las presentaciones de libros. No conozco un acto más enriquecedor, más interactivo -como ahora se llama-, que leer, pero también es el más íntimo, superior al amor, a la pasión, al sexo, sin duda…

La lectura significa una experiencia que nada puede borrar, que se deposita y se convierte en sedimento de nuestro ser.

No hay nada más penetrante que la necesidad de ser y la lucha permanente por romper los convencionalismos de raza y geografía para tener la fuerza de convertir a la cultura y la historia de la civilización en aliado de uno mismo, en cómplice para la construcción de nuestra vida, que en resumen, es la historia del mundo, esta vida que es la de usted, la mía, la de cualquiera…

Saudades es sobre todo un libro íntimo que borda, que busca y construye la intimidad más profunda.

El entendimiento de la experiencia histórica y por lo tanto, literaria y/o sensitiva, para construir la vida, funciona demasiadas veces al margen de la funcionalidad de las cosas.

No sé tanto de literatura como para juzgar desde esa perspectiva esta publicación, y tampoco quiero desandar los caminos sobre si la búsqueda de la libertad es comparable a la ciudad de Cortazar en su Rayuela.

No obstante, quiero destacar algo muy importante: es a través de estas páginas que Sandra Lorenzano se deconstruye y reconstruye, una y otra vez, en la que se encuentra la razón permanente del seguir sobre tres necesidades fundamentales:

La primera es la necesidad del ser, la segunda, de entender lo que pasó y lo que nos rodea -como un objetivo personal- y la última, la de conservar y tener un saudade, un recuerdo cuya satisfacción venga de haber tenido el valor de intentar ser.
El título, Saudades, no es -y no pretendo aquí sicoanalizar a la autora- un accidente lingüístico.

Saudade, que como todos ustedes saben es una palabra portuguesa, lengua más amable que aquella en la que hemos nacido y amado; saudade quiere decir nostalgia y esperanza, pero no es una nostalgia hacia atrás, es una nostalgia hacia adelante.

Sobre todas las cosas Portugal es un punto clave para entender este libro y a todos los demás, es la excepción civilizada dentro de una península de la que todos -más o menos-, venimos y en cuya lengua nos han enseñado a llorar, sufrir y morir.

El portugués es una apelación civilizatoria. No hay nada más ibérico en la península ibérica que la aspiración a ser inglés, logro que a la postre correspondió a Portugal.

Por eso Saudades trae la memoria, la nostalgia de tener algo que conservar; no solamente se refiere a un tiempo, a un lugar o a los momentos entrañables, sino que viene enlazado entre la bruma de una aspiración de ser.


Se puede tener nostalgia del ayer y pálpito nostálgico hacia el mañana. Saudades es una obra construida con base en párrafos que resuenan en nuestro interior como latigazos.

Cuando la autora dice:

El único viaje que de verdad disfruto, Amor, es el que me lleva a recorrer las riberas de tu aliento, los esteros de tu piel, los deltas antiguos que habitan tu lengua... El único viaje, Amor, es el que inventa tu nombre.

está colocando el principio y el final del rasgo principal de este libro. No solamente es -como dice mi compañera de presentación Sylvia Molloy, “una sinfonía coral”-, es sobre todo un viaje permanente hacia ninguna parte, ese ideal de la autoconstrucción y la manera en que conseguimos obtener lo mejor de nosotros mismos pese a cualquier circunstancia que se presente.


“No hay más tiempo que el que nos toca vivir” dijo el maestro Serrat, “y uno siempre es lo que es del derecho y del revés”.

Lorenzano nació en Buenos Aires y aprendió a oír el desgarre de la tierra en castellano, en español; entre crucifixiones intuyó el horror, escapó del horror, murió en el horror y sintió el horror.

El horror o la capacidad de horrorizarse frente a lo que sucede es un elemento fundamental para estar vivo a plenitud. Ser capaz de sobrevivir al campo es la prueba suprema de que la vida tuvo más fuerza que sus enemigos.

Hablar de lo indecible, entonces, dar cuenta de las alambradas, rodear el núcleo del horror, quizás, enmudecer haciendo del silencio repudio y condena porque, como lo supo Kafka, peor que el canto de las sirenas es el silencio de las sirenas.

Testigo, combatiente, enemiga conciente del horror, Sandra reflexiona una y otra vez y siempre se plantea la misma pregunta, ¿hasta dónde se puede llegar a ser uno?...Es por eso que este es un viaje hacia ninguna parte.

Uno de los mayores problemas que tenemos los habitantes de este siglo es que la violencia de hoy no es un pálpito del futuro sino una condición permanente que nos envuelve.

Con una salvedad que es preciso reconocer: el horror de hace 25 o 30 años era doméstico y local, hoy es general. Y frente a él subsisten tres preguntas eternas ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

En ese sentido, la lucha por ser algo, por construir una vida después de la vida, diferenciar compromisos y luchar por sobrevivir lleva a reflexiones como la siguiente:

Quizás tengan razón quienes dicen que no podemos escribir contra la muerte porque ya hemos pasado por ella. No somos sobrevivientes como queremos creer. En Buchenwald, el humo del crematorio ahuyenta los pájaros y esos pájaros alejándose de la muerte son los mismos que gaznan enloquecidamente frente a la lente de Hitchcock.

También ellos son aparecidos en el último graznido de la locura. La imagen de Buchenwald cubre los cuerpos que conozco y me escamotea así el sentido de mis gestos cotidianos. Aunque tampoco yo -lo sé- haya visto nada en Hiroshima.

Ese es un sentido universal de pertenencia a la condición humana y es un sentido universal de buscar en el entorno más íntimo y más profundo la superación del ser.

Como la Torá proclama: “si salvas una vida, salvas al mundo entero; si construyes tu libertad, haces libre al mundo”. Vivir mirando hacia el mañana sabiendo a qué entorno pertenecemos y teniendo responsabilidad moral -más allá de las convicciones-, es el mayor desafío para la creación.

Usar las vidas y sufrimientos de otros para construir un proyecto personal, es uno de los mayores desafíos de vida y de creación, y rara vez llegan a buen puerto.



Es el caso de Saudades, escrito por una persona valiente que trata de superar el horror, que sabe que el humo de los crematorios ahuyenta a los pájaros pero cuyo compromiso la llevará finalmente a su destino, pues como ella misma dice:

Escribir porque es el último vestigio al cual aferrarse después del naufragio, porque es el único hogar que queda, porque hay que nombrar a cada uno, porque el cuento no puede terminar.

Escribir para que el baile no se detenga. Escribir porque no hay más señales, sólo gargantas escarpadas. Un tren que parte. Unos brazos que se extienden.

Al final, lo único que sobrevive es la literatura, los poetas son los únicos merecedores de la vida. Lo que todos los demás necesitamos expresar en cientos de páginas, ellos logran decirlo con una frase, y ésta marca el camino permanente hacia la memoria sobre el principio y el fin.


Para ello Lorenzano cuenta con una condición elemental: es imposible ser libre sin ser migrante de acción y condición, porque la libertad que más cuesta es la moral.

Para encontrarnos en el viaje a ninguna parte, la búsqueda empieza en el centro de uno mismo, para seguir reconstruyendo, una y otra vez, la vuelta a empezar.

La autora reclama y rescata:

En el I Ching, a la representación del exilio hecha a través de la figura de Lü, el Andariego, le corresponde “la imagen del pájaro al que se le incendia el nido”.

Los nidos se nos incendiaron y muchas veces nosotros mismos les prendimos fuego, nos equivocamos y lo aceptamos; al final queda la vocación de ser pese a los errores, un balance en el que moralmente nos podamos reconocer, porque en este viaje el costo final será siempre discutible y sólo habrá valido si aprendimos a descubrir la plenitud del sentimiento.


De Sandra Lorenzano se puede decir que no hace verdad una de las máximas de su libro –y cito-: "ella no es una voz que se ahoga".

Una de las principales claves para saber vivir es tomar de las experiencias sus elementos enriquecedores.

Si la búsqueda del interior nos convierte en migrantes permanentes, hay que tener cuidado en definir qué vale la pena conservar en el viaje, manteniendo a la vanguardia los compromisos morales que conlleva ser habitante de este planeta.

Frente a eso, el pasaporte es la responsabilidad histórica y moral de haber sufrido con todas las causas de opresión que nos rodean.

Esa comprensión de que las cenizas de cualquier víctima son nuestras, forja un vínculo eterno durante cada página, durante cada palabra... es un saudade histórico.



Esa es la responsabilidad del ser, eso es lo que me ha enseñado la lectura de este libro. Leer un libro es volar hacia un mundo que jamás acabamos de poseer, cada sensación es intransferible, nadie siente ni entiende lo mismo.

Si preguntamos a la autora de dónde es, ella sin duda ni cortapisa contestaría: nací en el planeta Tierra, habito en el compromiso y trato de ganar todos los días el título de ser humano.

19/11/07

La Jornada
Miércoles 14 de noviembre de 2007 Correo enviado.

Sandra Lorenzano presenta su primera novela, hoy, a las 19 horas, en la librería Octavio Paz, del FCE, en avenida Miguel Ángel de Quevedo 115, Chimalistac Foto: Carlos Cisneros En la contraportada del primer libro de narrativa de Sandra Lorenzano escribe Sylvia Molloy: “Novela coral, donde las voces se alternan, intentando decir lo que no se puede decir, apresar relatos para siempre ajenos, oficiar un duelo que es y no es el nuestro, es un rumor de ausencias donde el cuerpo erótico ofrece pasajero refugio mientras que la cita literaria (otro cuerpo, otra voz más), funciona como aguijón, acentuando la falta, manteniendo vivo el llamado. Saudades es también –sobre todo– una reflexión sobre las grandezas y miserias de ese lenguaje ‘que no va a ninguna parte’ y que a pesar de ello nos solicita”. Con autorización del Fondo de Cultura Económica, ofrecemos a nuestros lectores el arranque de esta novela, a manera de adelanto

Alguna vez habías leído acerca de los conciertos silenciosos que forman parte de cierta tradición china. Todo sucede, en los instantes previos al inicio, como en cualquier otro concierto: los músicos sentados en semicírculo esperan con atención la señal del director; en el momento en que él hace el gesto de dar una palmada con ambas manos, ejecutantes y público contienen la respiración… Sus manos se detienen antes de producir sonido alguno, y los músicos comienzan a “tocar” sus instrumentos en silencio. Pero no se trata de una pantomima sino de un ritual que lleva, quizás, a la búsqueda de la armonía total. Allí, el sonido es superfluo. Es como si el concierto tuviese lugar muy lejos, quizás “en la otra orilla de la vida…” Ese silencio era el que anhelabas; un silencio que te permitiera sobrevivir. Llegaste cargada del ruido del horror, de aquella tarde en que la realidad se quebró en mil pedazos. Te habías quedado rota; las palabras deshechas, tartamudas. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Dejar vacío el asiento 21-C había sido un modo de acercarte a un refugio sin palabras. Necesitabas ese silencio de la otra orilla de la vida; necesitabas saber dónde estabas antes de empezar a manchar la tela. Saliste del aeropuerto con tu mochila al hombro –la maleta llegaría al día siguiente, “por el cambio de itinerario”, te dijeron–, en busca de ese silencio que hiciera que nuevamente tu rostro fuera tu rostro, y las palabras recuperaran su sentido. El silencio era también tu protección, tu coraza, el modo de no lastimar más las imágenes que te acompañaban, tu memoria. O silencio que sai do som da chuva espalha-se, num crescendo de monotonia cinzenta, pela rua esterita que fito, había escrito Bernardo Soares, y ahora tú ibas en busca de ese mismo silencio, en las mismas calles, a orillas del Tágide. Le pediste al taxi que te llevara al centro y un olor a mar, a puerto, te mareó con una mezcla de dolor y sorpresa. ¿Cuántos habían hecho el camino inverso al tuyo dejando acá sus amores? ¿Cuántos habían subido a los barcos con una pequeña botella de aceite de olivas portuguesas entre sus cosas? Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Cerca de la orilla, las gaviotas esperan el momento de zambullirse. Amo, pelas tardes demoradas de verão, o sossego da cidade baixa… Necesitabas encontrar ese sosiego y convertirlo en parte de ti; necesitabas el silencio para tratar de entender lo que había sucedido, para hacer en tu interior un relato que explicara –que te explicara– los perfiles del horror, para que el torbellino de la angustia no se te instalara para siempre en la piel. Sólo si encontrabas ese sosiego podrías recuperar el sentido de las palabras. Aprendimos no a hablar sino a balbucear… Sacaste tu cuaderno y anotaste el párrafo completo; dibujaste algunos trazos. Era aún mediodía y la ciudad estaba en plena ebullición, faltaban algunas horas para que descubrieras la lentitud de la tarde. Detrás de ti, la estación de trenes te recordó las palabras de Soares… e tudo se me converte numa noite de chuva e lama, perdido na solidão de un apeadeiro de desvio, entre dois comboios de terceira classe. Prefieres dejar la mirada en el mar; las estaciones grandes te encierran, te asfixian, no las más pequeñas con bancos apenas cubiertos por un techo y jubilados calentándose al sol; pero las grandes siempre te han angustiado, como si en su interior pudieras extraviarte para siempre, como si todo se volviera Numa noite de chuva e lama. Mejor el aire que te da de lleno en la cara y el graznido de las gaviotas en ese río que es casi mar. Ai quem me dera as que eudetei ao mar! As que el lacei à vida, e nao voltaram!... Escucho a alguien que canta, mientras te pienso con casi veinte años, haciendo tus primeros dibujos del exilio frente a los barcos cargados de despedidas y promesas. “Mamá, no llore; claro que les escribiré”. “Cuídeme a la Fátima, que en cuanto regreso me caso”. “Te voy a extrañar, Amor”. Te pienso con casi veinte años comenzando apenas ese largo viaje. Intento imaginarte buscando tu instrumento en el concierto de silencio que anhelabas. Los primeros dibujos fueron los barcos y las gaviotas de esa orilla que ha visto tantas despedidas. Pueblo de migrantes, una pura nostalgia. Las valijas de cartón llevaban siempre una imagen de la virgen y una lámpara con aceite de olivas portuguesas: “Me traje un poco de nuestra tierra”, sonreían los abuelos recordando ese sitio del que salieron hacía más de cincuenta años. No hubo naufragio como lo hubo para Camoes, pero a veces parece que la vida los hubiera ido hundiendo de a poco. “Mariquinhas, saca un poco del vinho verde para ofrecerle a la señorita. Del que nos mandó tu tío. Aquí no lo conseguimos, ¿sabe?” Y el vino tiene sabor a saudade, a lejanía. En el bolsillo más pequeño del abrigo guardaron con celo la llave de la casa. “Yo ya no sé si alcance a regresar. Pero seguro tú lo harás. La casa estará esperándote”. Ai quem me dera as que eu detei ao mar! As que eu lancei à vida, e nao voltaram!... El sol comenzó a dorar las calles de la Baixa. Te levantaste de la banca y respiraste profundamente queriendo guardar dentro de ti todo el aire que te regalaba el Tajo. Te colgaste la mochila al hombro y comenzaste a caminar hacia la Rua do Alecrim.



Copyright © 1996-2007 DEMOS, Desarrollo de Medios, S.A. de C.V.
Todos los Derechos Reservados.
Derechos de Autor 04-2005-011817321500-203.
El poema puede ser una botella de mensaje lanzada con la confianza -ciertamente no siempre muy esperanzadora- de que pueda ser arrojada a tierra en algún lugar y en algún momento, tal vez a la tierra del corazón. Paul Celan

30/10/07

La Jornada Noticias de hoy

martes 30 de octubre de 2007

La civilización occidental y cristiana
Sandra Lorenzano*


Un Cristo crucificado. Ésa es la obra. El escándalo no tardó en llegar. Era el año 1965; plena guerra de Vietnam. Los sectores conservadores de la sociedad argentina estaban –¡faltaba más!– más cerca del “patriotismo” bélico de Estados Unidos que de las propuestas artísticas experimentales del entonces provocador (y hoy legendario) Instituto Di Tella.

Un Cristo crucificado. Ésa es la obra. Pero no está sobre una cruz, sino sobre un avión de combate estadunidense FH107. La imagen de dos metros de largo, suspendida verticalmente en aparente y amenazante caída, es más que elocuente. El título completa el efecto y sienta las bases de la propuesta artística del joven León Ferrari: “La civilización occidental y cristiana”.

Esta crucifixión contemporánea finalmente no fue expuesta porque, se dijo en su momento, atacaba “la sensibilidad religiosa”. Su imagen, reducida a un tamaño inofensivo, apareció solamente en el catálogo de la exposición.

En la obra, el artista comienza a explorar la que se convertirá en una de sus obsesiones: mostrar que lo peor de nuestra cultura –la tortura, la discriminación, la crueldad, el autoritarismo; es decir, el corazón de nuestras tinieblas, el Mal absoluto– tiene su raíz en las enseñanzas de la tradición judeo-cristiana. Cuidadoso y obsesivo lector de la Biblia, ha trabajado rigurosamente sobre aquellos aspectos de complicidad entre la intolerancia, la violencia y la religión.

“... No importa si el infierno es real o no –escribió Ferrari– lo que importa es que está en la cabeza de la gente desde hace miles de años. Y es lo que ha provisto, y provee, de justificación para matar gente. Desde las Cruzadas a la dictadura en nuestro país.”

La defensa de la “civilización occidental y cristiana” fue la justificación de los horrores que pocos años después de la censura en el Di Tella llevarían a cabo los militares argentinos. La participación de la Iglesia está más que demostrada en esta guerra sucia. León Ferrari, padre de una desaparecida, continuó desde el exilio su denuncia. Las imágenes con las que, algunos años más tarde y ya en democracia, ilustró una edición del Nunca más, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, son una de sus propuestas más fuertes. En ellas mezcla la imaginería religiosa con fotografías periodísticas que muestran la convivencia (y connivencia) de la jerarquía militar y la eclesiástica.

La condena a cadena perpetua dictada a principios de octubre a Christian Von Wernich, apodado “el cura del diablo”, quien fuera capellán de la policía bonaerense, por su participación en el secuestro, tortura y asesinato de detenidos-desaparecidos durante la dictadura, es la primera a un miembro de la Iglesia, y muestra solamente la punta del iceberg de esta relación. Los organismos de derechos humanos llevan ya casi dos décadas denunciando la actuación de miembros del clero en las acciones más violentas y sórdidas llevadas a cabo por los militares, desde el robo de niños hasta la bendición de los “vuelos de la muerte”.

Cuando en 2004 León Ferrari inauguró una exposición retrospectiva de 50 años de carrera en el Centro Cultural Recoleta, nuevamente las “buenas conciencias” alzaron sus voces para exigir la clausura de la muestra. Grupos fundamentalistas entraron a la exposición, al grito de “Viva Cristo Rey”, destrozando varias de las obras, mientras en el exterior los fanáticos rezaban el rosario. La Iglesia declaró: “La exposición de Ferrari es una blasfemia”.

Durante 10 días se cerró la muestra, pero una fuerte movilización de un sector importante de la sociedad, que incluyó un “abrazo” simbólico al sitio donde se encontraban las obras, decenas de cartas y artículos publicados tanto en el país como en el extranjero, y diversas manifestaciones, mostraron la oposición a cualquier tipo de censura. La exposición fue visitada por más de 50 mil personas.

Escribió el propio León Ferrari en ese momento:

“Parte de las obras expuestas se refieren al antisemitismo, los anticonceptivos y la lucha contra el sida, el castigo al diferente en el más allá, los crímenes de la dictadura, la discriminación a los homosexuales, la actitud occidental frente al sexo, la misoginia, la Conquista, la Inquisición, las actividades de Estados Unidos en Vietnam y en Irak. Esas obras originaron un debate intenso y necesario que promete continuar y ampliarse.”

Hace pocos días, el artista de 86 años recibió el máximo premio que otorga la Bienal de Arte de Venecia, el León de Oro. Entre las obras premiadas se encuentra la ya legendaria La civilización occidental y cristiana, una parte de los trabajos sobre el Nunca más y una serie llamada L’Osservatore Romano, conformada por collages que muestran las torturas medievales utilizadas por la Inquisición sobre las páginas del periódico del Vaticano.

Con su tradicional ironía, Ferrari declaró: “Debería dedicarle el premio a Bergoglio”, cardenal primado de Argentina y su principal opositor en el país. Quizás podríamos, desde estas líneas, continuar con la ironía y ampliar la dedicatoria para abarcar también a los representantes de la Iglesia católica en México, tan amantes de los niños.

Celebramos el reconocimiento a quien ha sabido hacer dialogar al arte con la lucha por los derechos humanos contra el oscurantismo que viste sotana. ¡Enhorabuena!

* Escritora

--------------------------------------------------------------------------------

Copyright © 1996-2007 DEMOS, Desarrollo de Medios, S.A. de C.V.
Todos los Derechos Reservados.
Derechos de Autor 04-2005-011817321500-203.

29/10/07


Escribir para tocar letras, labios, soplo, para acariciar con la lengua, lamer con el alma, saborear la sangre del cuerpo amado; de la vida alejada; para saturar de deseo la distancia; a fin de que ella no te lea.

Hélène Cixous, La llegada de la escritura, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2006.

28/10/07

La Jornada, viernes 3 de agosto de 2007 → Opinión

¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Sandra Lorenzano* / II y última

¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Que hoy más de la mitad de los argentinos esté pensando en darle su voto a Cristina Fernández de Kirchner (CFK) habla de la solidez de un proyecto que consiguió revertir el desempleo -para noviembre de 2006 había bajado a 10 por ciento-, restructurar la deuda externa e incentivar la producción económica consiguiendo que el crecimiento llegara a una tasa sostenida de 8 por ciento, aumentar las reservas internacionales alcanzando los 30 mil millones de dólares, y fortalecer una política social que consiguió, en gran medida, detener los reclamos de los sectores más castigados por la crisis.

Como planteó la propia candidata durante el lanzamiento de su campaña, la fortaleza del proyecto se asienta en tres ejes: "la consolidación del Estado democrático y de sus instituciones", el fortalecimiento de un "modelo económico productivo de acumulación con inclusión social", y "la reconstrucción de la autoestima" de la sociedad argentina.

Un elemento fundamental de la aprobación social que tiene el gobierno de Kirchner es la política que ha desarrollado con respecto a los derechos humanos, y especialmente en lo relativo a la deuda histórica que en este sentido el Estado tiene con las víctimas de la última dictadura militar. Asumió como política de Estado la condena a la violación de los derechos humanos, tomando medidas impensables hasta hace poco tiempo. Baste recordar, por ejemplo, la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, o la expropiación a las fuerzas armadas del predio ocupado por la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica de la Armada, y su entrega a los organismos de derechos humanos para crear allí un centro para la preservación de la memoria histórica y la educación para la paz.

En el discurso que pronunció durante el lanzamiento de su candidatura, la senadora CFK recordó el papel de las mujeres en la lucha contra la dictadura. Sobre todo de "aquellas que se pusieron pañuelos blancos en la cabeza para buscar desaparecidos".

Las dos agrupaciones de Madres de Plaza de Mayo, así como Abuelas de Plaza de Mayo y otros organismos de derechos humanos habían expresado ya abiertamente su apoyo a la candidata.

Siendo feminista, o quizá por serlo, no soy "mujerista"; es decir, no votaría por una mujer por el solo hecho de que lo fuera; he sufrido en carne propia y en "carne ajena" -permítanme la expresión- a unas cuantas mujeres en el poder. No es porque sea mujer, entonces, que le daré mi voto a Cristina en las elecciones del próximo octubre, sino porque siento que su proyecto político constituye en este momento la mejor opción para el país (más allá de algunos desacuerdos, por supuesto, que pueda yo tener con el gobierno de Kirchner). Y sí, me da un enorme gusto que sea una mujer inteligente, comprometida, experimentada, luchadora, fuerte, quien se proponga para consolidar este modelo.

Mal que les pese a unos cuantos que ya, hay que decirlo, se están preparando para volver al poder a escala nacional, como han empezado a hacerlo en algunas elecciones locales. En la Argentina, los nostálgicos de la mano dura son siempre más de los que quisiéramos.

Decía Walter Benjamin que "ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence..." Es necesario estar atentos. Es una responsabilidad ética velar por nuestros muertos y por nuestros vivos.

--------------------------------------------------------------------------------

Copyright © 1996-2007 DEMOS, Desarrollo de Medios, S.A. de C.V.
Todos los Derechos Reservados.
Derechos de Autor 04-2005-011817321500-203.
La Jornada, jueves 2 de agosto de 2007 → Opinión

¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Sandra Lorenzano*/ I

¿Por qué voy a votar por Cristina Fernández?
Cuando en 1989 Cristina Fernández -como le gusta que la llamen, o "Cristina", a secas- fue elegida diputada federal por la provincia de Santa Cruz, el bloque del Partido Justicialista de la Cámara conoció una de las pocas voces discordantes en el entonces unánime coro de apoyo al presidente Carlos Saúl Menem. Esa joven política nacida en La Plata en 1953, pero afincada con su familia en el sur del país, no estaba dispuesta a sacrificar sus principios políticos, forjados en la militancia de la izquierda peronista, para apoyar un proyecto de país basado en la imposición de políticas neoliberales, que continuaban la destrucción del Estado de bienestar, iniciada por la dictadura militar (1976-1983). Las políticas de privatización de los bienes nacionales; de flexibilización laboral; de drásticos recortes de presupuesto en sectores clave, como la educación y la salud; la convertibilidad, entre otras medidas, iban en contra de todo aquello que la había llevado a acercarse a la política cuando era estudiante de derecho. Desde entonces, como una de las voces "rebeldes" del grupo parlamentario, la carrera de Cristina Fernández de Kirchner tomó vuelo propio: participó, en 1994, en la asamblea que reformó la Constitución argentina. Un año después fue electa senadora nacional por la provincia de Santa Cruz y hace dos años obtuvo casi 50 por ciento de los votos en las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires. Hoy es la candidata a la Presidencia de la República con mayores posibilidades de triunfo: los sondeos indican que tiene alrededor de 50 por ciento de las preferencias de voto.

¿Qué es lo que la gente va a votar al votar a Cristina? Sin duda, el fortalecimiento de un proyecto político que, iniciado en mayo de 2003 por el entonces electo presidente Néstor Kirchner, logró revertir una de las mayores crisis por las que ha pasado la Argentina contemporánea.

La historia argentina -como la de otros países latinoamericanos- puede ser vista como un largo proceso de sucesivos y violentos "borramientos", de exclusión y supresión del "otro", del diferente: el indio, el "bárbaro", el pobre, la mujer... Los "desaparecidos" no son, en este sentido, una creación de la última dictadura sino una figura fundante de la nación. Desde sus orígenes, el Estado argentino construye su legitimidad en la desaparición de los cuerpos y las voces otras. Baste pensar, en el genocidio de la conquista, por ejemplo. O en la eufemísticamente llamada "Campaña al desierto" que permitió la consolidación del proyecto liberal a partir de la masacre de los pueblos originarios del sur del país. O en la Semana Trágica, en los fusilamientos de José León Suárez, en las diversas dictaduras militares de nuestra historia moderna... La hegemonía de los sectores dominantes se ha basado en la cancelación violenta del diferente, por medio de su "desciudadanización" (si el Estado tiene la obligación de velar por el bienestar de sus ciudadanos, un estado que ejerce la fuerza del terror sobre su propia gente está violando el principio básico del concepto de ciudadanía) o de su franco exterminio.

En las décadas recientes, la sociedad argentina ha visto profundizadas las desigualdades que la constituyen en aras del ingreso a una nueva etapa de acumulación del capital a escala mundial. La implantación de políticas neoliberales implicó el aplastamiento de cualquier otro proyecto de país. Los 30 mil desaparecidos de la dictadura tienen su continuación en una política excluyente y pauperizadora que se constituyó, entre otros elementos, a través del desmantelamiento del estado de bienestar. Este, más allá de sus propias limitaciones y desequilibrios, había logrado mantener una cierta cohesión social en sociedades desiguales y heterogéneas como las latinoamericanas. Su adelgazamiento o franca desaparición hace que se acentúen las desigualdades y genera nuevos procesos de exclusión social. En Argentina, las reformas estructurales fueron acompañadas por un "nuevo modelo de dominación política". Las transformaciones, iniciadas a mediados de los años 70, encuentran así su punto culminante durante el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) y sus sucesores, provocando una despiadada dinámica de polarización y fragmentación de la sociedad. La exclusión y marginación de vastos sectores de las clases trabajadoras no fue un movimiento pasajero sino que "fue moldeando los contornos más duraderos de un nuevo país, de una sociedad excluyente, estructurada sobre la base de la cristalización de las desigualdades, tanto económicas como sociales y culturales", como sugiere la socióloga Maristella Svampa.

Esta situación provocó una violenta crisis de legitimidad del estado cuya consecuencia más inmediata fue el llamado argentinazo cuando, al grito de "que se vayan todos", la gente salió a las calles a demostrar su oposición a las medidas que propiciaban, de diferentes maneras, el modelo de exclusión, desde la flexibilización laboral al corralito. La represión policial no se hizo esperar. Sin embargo, el movimiento espontáneo de la sociedad no sólo obligó a Fernando De la Rúa a dimitir (¿cómo no recordar su patética huida de la Casa Rosada en helicóptero?) sino que provocó que tres presidentes se sucedieran en el lapso de menos de 20 días. El último de ellos, Eduardo Duhalde, convocó a elecciones un año después de haber asumido. Es entonces cuando aparece en la escena nacional el político santacruceño, quien resulta vencedor con solamente 22 por ciento de los votos, el porcentaje más bajo con el que un candidato llegara al poder en el país. Kirchner asume así en medio de la mayor recesión de la historia argentina, con una caída de 10.7 por ciento del producto interno bruto en ese año, con una desocupación de 21.5 por ciento, con la reducción de las reservas internacionales del Banco Central a menos de 10 mil millones de dólares en junio y julio, y con índices de pobreza e indigencia cercanos a 60 por ciento.

Escritora argen-mex

--------------------------------------------------------------------------------

Copyright © 1996-2007 DEMOS, Desarrollo de Medios, S.A. de C.V.
Todos los Derechos Reservados.
Derechos de Autor 04-2005-011817321500-203.

http://www.jornada.unam.mx/2007/08/02/index.php?section=opinion&article=018a1pol
La Jornada Semanal, domingo 23 de abril de 2006 núm. 581
MUJERES INSUMISAS

Angélica Abelleyra



SANDRA LORENZANO: OBSESIÓN POR LA MEMORIA

Con la literatura se siente en casa, cobijada, en puerto seguro. La palabra es su morada; con ella salva la sensación de intemperie que el exilio le procuró a los dieciséis años, cuando llegó a México huyendo de la dictadura argentina. Y con la escritura, transitando con libertad entre el ensayo, la poesía y la novela junto a un ámbito de naturaleza acartonada como la academia, Sandra Lorenzano (Buenos Aires, 1960) dialoga con sus silencios y la voz de otros para explorar en una de sus obsesiones: la memoria.

Su relación con la escritura nació de su entusiasmo como lectora. Con un padre médico y filósofo de la ciencia y una madre dedicada a las artes plásticas, Sandra creció con una amplia biblioteca que animaba su gusto por el arte en general. Desde pequeña leía con ganas infinitas de que esos libros que le generaban placer y sorpresa nunca terminaran. Como eso no era posible, ella intentaba darles continuidad a través de su propia imaginación y pluma con un resultado: fracasos estrepitosos. Pese a todo, su deseo de seguir con el clima que recrea la literatura fue lo que la llevó a intentar reproducir esa atmósfera en la que se sentía protegida, en su hogar.

Arribó a nuestro país cuando en Argentina se instauró un gobierno militar y represor contra la izquierda, los movimientos populares y los sectores universitarios de donde ella procedía. Por eso, apenas llegar a tierra mexicana, respiró tal aire de libertad que alcanzó a tapar las pérdidas, al menos temporalmente. Cuando esas marcas de dolor y carencia afloraron, advirtió su necesidad de escribir para curar heridas, comprobar que siempre está extrañando algo y para construir esa comunidad imaginada que es su otra patria más allá de su naturaleza argentina, su ser mexicana y su mezcla argen-mex que le da mucha riqueza.

Doctora en letras (unam), investigadora invitada de la Universidad de California (San Diego, eu) y ahora vicerrectora de investigación y postgrado de la Universidad del Claustro de Sor Juana, siempre se interesó en la docencia. Desde chica tuvo la vocación de enseñar y lo hace a través de sus indagaciones sobre la memoria, el exilio y las múltiples vinculaciones entre el arte y el horror, la palabra contra la muerte. Recogiendo las voces de los exiliados argentinos, de los migrantes mexicanos en California, explorando sobre los casos de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez y, en resumen, salvando la desmemoria, ha dado a luz los libros Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura y Aproximaciones a Sor Juana, entre otros.

Dialogante con otras voces que le resuenan afines como Susan Sontag, Margo Glantz, George Steiner, Edmond Jabès, Paul Celan y Andrei Tarkovsky, Sandra acepta que la memoria es el eje en su obra y su forma de enfrentar la vida. La memoria en relación con el arte, la capacidad del arte (literatura, cine, pintura, foto) de transmitir esa memoria y las formas en cómo ésta se construye en una sociedad. Así, cuanto más personal se ha convertido su trabajo —sea en una investigación académica, una ponencia, un poema, un ensayo— más clara se ha hecho esa línea de interés contra la desmemoria. Un abordaje que encuentra un ritmo y una atmósfera que se otorga los permisos de fluir. Porque, dice, finalmente todo el trabajo real con la escritura es trabajo poético, no precisamente poesía pero sí un lenguaje que busque, que sugiera, que permita circular la respiración por el medio de las palabras, de los sonidos, que atienda a las cadencias.

Amante de la escucha, anda ese camino que ya otros han transitado; voces poéticas que la van alimentando y a las que ella se aferra para compartir, primero, el silencio y luego poblar (lo/se) de voces. Su interés por reunir la experiencia de los sobrevivientes del exilio argentino se suma a su recuperación de las historias de horror en Ciudad Juárez o las experiencias de migrantes oaxaqueños en California. Y todo muestra su compromiso ético-político, primero leal a su propia historia y a la de su país maltratado por la dictadura y también leal a su interés profundo por estas comunidades desplazadas a otros ámbitos por hambre y supervivencia en medio de extrema violencia y conflictos de pertenencia.

Argen-mex asumida y gozosa, la memoria se le impuso como obsesión. Y ella abraza el tema y lo acaricia, lo golpea, lo desmenuza y fragmenta. Le da carne a las palabras para no sentirse farsante y meterse a lo hondo de la escritura que genera por igual placeres y dolores.

http://www.jornada.unam.mx/2006/04/23/sem-angelica.html

27/10/07

La Jornada
lunes 1 de octubre de 2007 Cultura

Políticas de la memoria insta a abrir un debate sobre la cultura nacional

El Estado debe pensar en los que no van a Bellas Artes a ver a Frida: Sandra Lorenzano

Políticas de la memoria insta a abrir un debate sobre la cultura nacional
La coordinadora del libro propone enfrentar las visiones en resistencia contra la hegemónica

Mónica Mateos-Vega



Sandra Lorenzano, coordinadora del libro Políticas de la Memoria Foto: Carlos Cisneros Contra la memoria hegemónica, las memorias en resistencia.

Tal es el hilo conductor de las reflexiones incluidas en el libro Políticas de la Memoria. Tensiones en la palabra y la imagen, el cual contiene cerca de 40 ensayos que analizan la memoria, la historia y su relación con el arte y el horror.

El volumen, editado por la Universidad del Claustro de Sor Juana (UCSJ) y Gorla, fue coordinado por la escritora Sandra Lorenzano, quien señala en entrevista con La Jornada que, si bien el Estado mexicano ha sabido incorporar a esa memoria hegemónica las otras memorias, “es necesario que lo reivindique, que vuelva a pensar en esos sectores que no van al Palacio de Bellas Artes a ver a Frida Kahlo.

“La memoria es aquello que se construye en el presente, por lo tanto implica un compromiso ético. Por eso, la forma en que vamos resignificando nuestro pasado es fundamental.”

La especialista señala que es urgente abrir un debate en torno a la memoria, sobre todo en esto tiempos en los que se fraguan dos importantes conmemoraciones para México: el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución.

“¿A quién le corresponde la celebración del bicentenario? ¿La efeméride es propiedad del Estado o de todos los mexicanos? Lo ideal sería abrir una gran discusión nacional en torno a estos asuntos, ¿qué vamos a hacer?

“Me imagino que se pensará en las grandes obras y en grandes exposiciones porque tenemos un Estado que siempre plantea todo en términos macro, pero de alguna manera olvida que la cultura nacional no es nada más lo que se muestra en Bellas Artes. La cultura nacional es lo que se genera en cada pequeña comunidad.

“Más que pensar en un bicentenario, hace falta una discusión realmente amplia acerca de las políticas culturales de este país e invitar a la sociedad a participar. Las grandes celebraciones son sólo fechas donde el Estado muestra todo su ornato.”

Políticas de la memoria es resultado de dos encuentros que sobre el tema se realizaron en la UCSJ (septiembre de 2005, en el contexto de la cátedra Albert Camus), y en Buenos Aires, Argentina (convocado por la biblioteca nacional de ese país).

Participaron tanto teóricos como artistas interesados en el tema de la memoria, procedentes de Brasil, Uruguay, Estados Unidos, México, Italia, Francia, Alemania y España. (Entre ellos, Pilar Calveiro, Silvana Rabinovich, Liliana Felipe, Enzo Traverso, Horst Hoheisel.)

El diálogo interdisciplinario incluyó reflexiones y propuestas artísticas que van desde la discusión acerca de la memoria del Holocausto o la Guerra Civil Española, al terrorismo en Estados Unidos, o las dictaduras militares ocurridas en los países de América del Sur.

“Éste es un diálogo que no se da con frecuencia. Hubo debate a la par de videos, instalaciones y demás. El libro se organizó en torno de dos ideas fundamentales.

“La primera tiene que ver con la pregunta ¿cómo se constituye la memoria de una sociedad? ¿Qué es aquello que una sociedad busca transmitir a las futuras generaciones? Pero también, ¿qué es aquello que busca borrar?

“La segunda cuestión central de este volumen es el papel de la cultura en esta constitución de la memoria de una sociedad. Para ello pensamos en memorias vinculadas al horror, a esos momentos en que la historia nos presenta su rostro más terrible.

“Los ejes que están presentes en todos los trabajos aquí incluidos tienen que ver con la idea de que no existe una única memoria, sino que la memoria social está constituida por varias: heterogéneas, en conflicto, que forman un entramado complejo, tenso, conflictivo.

“Pero, justamente, no hablamos de una memoria anquilosada, a manera de un relato hegemónico desde sectores que tienen el poder. Aquí hablamos de diversas memorias que van minando la idea de homogeneidad o unilateral, hablamos de las memorias en resistencia.

“Por eso me gustaría que este trabajo fuera leído como un libro militante, que reivindica esta mirada plural y dinámica sobre estas memorias.”



Copyright © 1996-2007 DEMOS, Desarrollo de Medios, S.A. de C.V.
Todos los Derechos Reservados.
Derechos de Autor 04-2005-011817321500-203.

Dos joyas filmadas por mujeres

 En los días en que estuve a media máquina vi dos joyas filmadas por mujeres:  - "Atlantics", película franco senegalesa de Mati D...