21/10/13

El dibujo de un narrador furtivo. Adiós a Héctor Tizón

Héctor Tizón es uno de los escritores argentinos que más me han acompañado en los últimos años. Cuando murió, en julio de 2012, escribí este texto que publiqué en el suplemento "Laberinto" del diario Milenio. Hoy lo comparto con ustedes para recordar el cumpleaños de este gran narrador jujeño que nació el 21 de octubre de 1929. Y seguimos extrañándolo...



El dibujo de un narrador furtivo. Adiós a Héctor Tizón
Sandra Lorenzano

Porque, dicho de una vez, esto es lo que somos los escritores que 
hemos decidido emboscarnos en el desierto del interior: narradores 
furtivos, francotiradores, aguafiestas desconfiables y sospechosos…


Cuando pensamos en literatura argentina, solemos pensar en Borges, en Cortázar, en Silvina Ocampo, en Manuel Puig. Algunos preferirán hablar quizás de Ricardo Piglia o de Juan Gelman, entre los contemporáneos. Todos ellos escritores de la zona del Río de la Plata; la mayor parte, habitantes de la ciudad de Buenos Aires. Pero poco se sabe de la literatura que se escribe en el resto del país. El centralismo argentino, tan característico de nuestros países, es evidente en el campo literario. También en la Argentina hay zonas olvidadas o “canceladas” en el imaginario nacional. Son pobres. Son mestizas. Son precarias. ¿Quién quiere hablar de ellas? Borran de un plumazo el mito del país blanco, europeo y cosmopolita. Como máximo sirven para mostrar cada tanto un colorido rostro folklórico. Ahí sí que nos emocionamos escuchando a la Negra Sosa o el Carnavalito (“Llegando está el carnaval quebradeño mi cholitay”). “El país que no miramos” se llamaba un programa de televisión de los años 80. Y en ese pedazo que preferimos no mirar, nació uno de los escritores más interesantes, propositivos y complejos de la segunda mitad del siglo XX. Alguien que se sacudió las etiquetas de regionalista, folklorista, provinciano, y otras tantas que quisieron endilgarle, a través de una prosa profunda, densa, deslumbrante en su despojamiento esencial. Hablo de Héctor Tizón, por supuesto, quien nació en 1929 en la provincia de Jujuy, en Yala, en el nororeste argentino, y allí mismo murió hace pocos días – el 30 de julio – dejándonos mucho más solos. Los “vientos de la historia”, como él los llamaba, lo habían llevado por el mundo: México, España, Italia, Francia. De a ratos la diplomacia. De a ratos el exilio. Así es la vida por estos rumbos latinoamericanos. Pero regresaba siempre a su patria chica.
Si desde sus orígenes el Estado argentino construyó su legitimidad en la cancelación de cuerpos y voces, Tizón hablará a partir de esa “borradura”. De la memoria reciente y de la lejana, de la individual y de la del país. “Soy un ejemplar de frontera” solía decir de sí mismo. Y con esto hacía referencia no sólo a lo geográfico sino a un espacio de contacto y conflicto, a los “bordes de la decadencia”: “No somos bordes de una cultura imperial y de una economía sólida, sino bordes de la decadencia. O bordes de una ausencia de idea nacional, lo que es terrible”.
Siendo un joven abogado, Tizón fue nombrado agregado cultural de la Embajada argentina en México. Aquí conoció a Juan Rulfo, uno de los escritores que mayor huella dejarían en su vida. 
…me animé a contarle que yo era un diplomático ocasional pero que en realidad quería escribir y le hablé de la perplejidad de la lengua, del conflicto entre la lengua del sur, las lenguas de la literatura y mi lengua. Rulfo, que nunca fue un ingenuo, me dijo: ‘De eso no tienes que cuidarte, tienes que encontrar la esencia del habla de tu propia gente, sólo el Papa habla ecuménicamente y habla mal en todos los idiomas. Un escritor escribe para alguien, para muy pocos, y ese alguien son tus paisanos’.

Tizón supo, entonces, que tenía que seguir el consejo del creador de Pedro Páramo y se lanzó a escribir algunos de los cuentos y novelas más originales que ha dado la literatura argentina. La presencia del silencio en sus obras, la búsqueda de un lenguaje personal fundado en la austeridad y el despojamiento, los roces entre la oralidad y la escritura, hacen que se lo conozca como “el Rulfo argentino”. 
En México, Tizón publicó el primero de sus libros, un conjunto de relatos titulado A un costado de los rieles, en 1960. A éste siguieron entre otras obras: El cantar del profeta y el bandido, El jactancioso y la bella, Luz de las crueles provincias, La mujer de Strasser, Extraño y pálido fulgor, por nombrar sólo algunas, hasta llegar a sus últimoa libros: las memorias tituladas  El resplandor de la hoguera, y el conjunto de relatos reunidos en Memorial de la Puna, aparecido hace apenas algunos meses. 
Uno de sus libros más entrañables es La casa y el viento. La considero una de las mejores novelas que se ha escrito sobre el exilio argentino, aunque, curiosamente, habla del camino previo al abandono del país. 
…antes de huir quería ver lo que dejaba, cargar mi corazón de imágenes para no contar ya mi vida en años sino en montañas, en gestos, en infinitos rostros; nunca en cifras sino en ternuras, en furores, en penas y alegrías. La áspera historia de mi pueblo.
El protagonista, un joven abogado, debe dejar la Argentina ante la violencia desatada por la dictadura militar, y lo hace en un viaje al norte del país en el cual se va despojando de todo aquello que carga, lo real y lo simbólico, para llegar así a lo esencial. Después de un largo recorrido que puede ser visto como un rito de aprendizaje, cruza la frontera con Bolivia a pie y con apenas un cuaderno y una pluma como equipaje.
Entre los epígrafes que marcan el inicio del libro y la frase final (“Un soplo desvaneció mi casa, pero ahora sé que aquella casa todavía está aquí, erigida en mi corazón”) se desarrolla el viaje. Si la casa aún está en pie es porque el ejercicio de la memoria vuelto literatura pudo más que cualquier soplo. La memoria suma lo colectivo a lo individual en el dibujo de un territorio desolado, donde lo verdaderamente importante se esconde en las voces que murmuran, en las miradas furtivas, en los silencios de esos habitantes solitarios, herederos de siglos de tradición y olvidos. Hasta los confines del país, hasta esas tierras donde el sol cae a plomo y la nación es una idea ajena, llega la violencia buscando expoliar lo que ya ha sido expoliado, castigar lo que hace muchísimo tiempo vive castigado.
Con esos escasos y dolidos materiales, en un ejercicio riguroso y austero, Tizón hablará de lo indecible. 
Éste será, al menos en mis apuntes, el testimonio balbuciente de mi exilio… El testimonio de alguien que en un momento se había puesto al servicio de la desdicha, que ahora huye pero anota y sabe que un pequeño papel escrito, una palabra, malogra el sueño del verdugo.

La pluma de este “narrador furtivo” que fue Héctor Tizón seguirá malogrando sueños.  ¿Qué duda cabe? Nosotros, sus cómplices, seguiremos leyéndolo y extrañándolo.  

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